El desastre de Fukushima ha supuesto un antes y después en el cine japonés, que se ha volcado a la filmación fascinada y aturdida de la zona del desastre, ejemplo de cómo el ser humano es siempre capaz de superar cualquier límite del horror y el desastre que se proponga. Famoso por su trabajo Fence, el cineasta Toshi Fujiwara se adentra en la zona de exclusión de 20 kilómetros alrededor de los reactores nucleares afectados en Fukushima. Los cerezos están en flor y la radiación es invisible, pero un vacante vacío se cierne donde el tsunami engulló calles y casas. La cámara sigue a un hombre que, contraviniendo todas las recomendaciones de seguridad, viste normal, al igual que las personas que todavía lo endurecen por ahí, y de vez en cuando se encuentra con “fantasmas” blancos en ropa protectora. Como en el Stalker de Tarkovsky, la Zona de No Man es tanto un lugar como un estado mental. Una voz acompaña las andanzas del cineasta, la de la actriz armenia-canadiense Arsinée Khanjian, una voz de un lugar de exilio, desconocido y simpático. No Man’s Zone es una reflexión compleja sobre la relación entre la imagen y el miedo, al ser adicto al apocalipsis, a la relación devastada entre el hombre y la naturaleza. GdPA

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