Probablemente sea Andrés Duque el cineasta más personal del cine español contemporaneo, un espíritu intrépido movido por una enorme curiosidad por aquellas zonas donde lo real se convierte en increíble, y donde la personalidad se dispara, o se difumina, en una bruma de misterio. Desde sus primeros trabajos, Duque ha enfocado el cine como una vía de extrañamiento, como un camino de conocimiento que solamente lleva al desconcierto y a la fascinación, y su tercer largometraje, y el primero de su carrera realizado de forma más convencional, es el cúlmen de muchos años de trabajo: un retrato de un pianista ruso (soviético) que en su aparente locura, termina por convertirse en un lúcido comentarista de la belleza, el arte y la vida. Mucho más depurado formalmente que sus anteriores trabajos, aparentemente clásico (pero muy irreverente en el fondo), Oleg y las raras artes no es solamente un canto a la libertad artística y vital, sino una puesta en practica de esa misma libertad. Una película fascinante, hipnótica y cada vez más y más grande. GdPA

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