La primera película del colectivo artístico-audiovisual Lacasinegra parte de una doble (o incluso triple) negación: la negación de la autoría y la negación de la propia película, además de la negación, o al menos la puesta en duda, del proceso de conocimiento, construcción y poder que conlleva cualquier relato cinematográfico. Nacido como extensión de un proyecto artístico por el que el colectivo se propuso cartografiar, hasta agotarlo, el espacio circundante a la casa en la que se alojaban en Ginebra, Suiza, hasta reducirlo al absurdo, la película es de alguna manera la decantación de ese proceso de descripción exhaustiva. Con Georges Perec como referente ineludible, la película supone una impugnación mayúscula del proceso de observación como vía de conocimiento, y por extensión, una impugnación de gran parte de las teorías sobre el realismo y la representación de la realidad que han venido dominando de forma casi hegemónica la crítica cinematográfica desde hace años. La película se convierte así en un reto para el espectador, enfrentado a un laberinto de signos y símbolos, y al propio agotamiento de los cineastas, que se cuestionan su hacer mientras en España se prepara la primera revuelta ciudadana del siglo XXI: el 15M. Impugnación del cine. Gonzalo de Pedro Amatria

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