Manuel Garin aseguraba en su “El gag visual y la imagen en movimiento” que, paradójicamente, el gag descubre mucho más aquello que destruye que aquello que construye. Algo de eso hay en el famoso final de Pierrot el loco, que incluye al mismo tiempo un acto fallido y su celebración en forma de dinamita, pero no es el único instante donde esa deconstrucción explosiva tiene lugar. Ya desde el comienzo del filme Pierrot choca con su contexto burgués e intenta volarlo por los aires del mismo modo que Godard se da de cruces y descompone las técnicas cinematográficas al uso. A medio camino entre esa parte de su filmografía más asociada a la frescura de la Nouvelle Vague y la fractura ya totalmente politizada, Pierrot el loco es un collage roto donde el color es tal vez la herramienta expresiva más significativa tanto por el acercamiento como alejamiento que hace respecto a ese cine modernamente clásico del tecnicolor y del cinemascope. De algún modo, la explosión final en Pierrot puede entenderse como un primer final en la trayectoria del cineasta suizo, como esa destrucción, pero también como una forma de celebrar el misterio del amor con fuegos artificiales. Endika Rey

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