En 1978, Luis Ospina y Carlos Mayolo dirigieron la seminal Agarrando pueblo, no por azar subtitulada “Los vampiros de la miseria”. Ese subtítulo, que muchas veces se olvida al mencionar la película, esconde una o varias de las claves de la película, de la posterior filmografía de Luis Ospina, y sobre todo de la reflexión crítica que planteaba la película: una mirada nada inocente ni complaciente a las relaciones norte-sur a través de las imágenes. O dicho de otra manera: una puñalada bien dada a ese esquema que hoy se sigue repitiendo en la manera en que las antiguas metrópolis se acercan a las realidades sudamericanas, siempre en busca de aquello que se llamó “pornomiseria”, una espectacularización de la pobreza, la miseria, y la explotación disfrazada de compasión y preocupación social. Hipocresía.
Esta película, inscrita ya directamente en el género fantástico, supone de alguna manera la estilización a través de la ficción de todas aquellas ideas, o más bien, una reescritura de la explotación de clases a través de la figura del vampiro, en este caso un terrateniente potentado y rico que necesita la sangre de sus trabajadores para mantenerse con vida.