Que Paul Thomas Anderson es uno de los grandes creadores acerca del sueño americano es de sobras repetido cada vez que el californiano estrena una película. Lo que no suele decirse o, al menos, no se repite con tanto ahínco, es que ese sueño suele ser tratado desde las más diversas perspectivas en cada una de sus películas. Si en alguna de sus últimas producciones como The Master o Pozos de ambición, pese a sus hallazgos más que evidentes, tal vez pecaba un poco de una estructura de guión excesivamente determinada por la fórmula «ascenso + caída» (a la que habría que sumarle un anticlímax más o menos prototípico), en Puro Vicio PTA escapa de eso y se prueba a sí mismo una vez más: aquí no hay caída porque todo es ya dispersión. En este sentido, Puro Vicio es una película más horizontal que vertical porque todos sus elementos parten «de aquí a aquí», y no «de aquí a allí”. Se trata de una obra tan difícil de explicar como fácil de ver, y en ello tiene mucho que ver el hecho de que PTA imbuya a toda la película de un tono tan extremadamente difícil de conseguir como el de la suma “melancolía divertida”. Seguramente Puro Vicio sea una de las obras más precisas de un director con una filmografía ya de por sí tajante. ER

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