Existen actores cuya mera presencia eleva la película más allá de toda posible intención artística. La magia puede provenir de un intérprete especialmente dotado del genio actoral, o de una selección de casting especialmente acertada en sus particularidades reales. Todo ello, sumado a una gran dirección, hace que determinadas personas logren el imposible de sobrepasar la pantalla, pero no son las dos únicas maneras de conseguirlo. Existe una tercera vía que pasa, sencillamente, por tener un don, uno que suele tender a ser considerado menor en el ámbito teatral pero que sin embargo en cine puede llegar a serlo todo: el talento de ser un ancla entre el mundo real físico y el de la imagen cinematográfica. Es decir, el don de la telegenia. Rocco y sus hermanos tiene méritos sobrados para haber pasado a la historia del cine sólo con todo aquello que se quedó entre bambalinas (su discurso sobre la inmigración directamente vinculado con el neorrealismo, la estructura en cinco partes con los relatos de los cinco hermanos entrecruzándose, un Visconti que aprovecha el eco de otros referentes artísticos para construir un nuevo reflejo de la tragedia, etc) pero la película va todavía más allá de una manera inesperada: la película va hacia Alain Delon, un actor no especialmente talentoso en general, ni un acierto de casting en particular, pero sí una presencia insustituible. No hablamos de Los hermanos de Rocco sino de Rocco y sus hermanos porque Rocco es Delon y Delon es Rocco, y no hay nada más iconográfico en el filme que su primer plano, el de la juventud magullada. Endika Rey

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