Rocky es la pequeña película que pudo. Escrita por un Sylvester Stallone que se negó a ceder los derechos si él no la protagonizaba, tremendo éxito de taquilla que dio pie a seis secuelas, ganadora del Oscar a la mejor película desbancando así a favoritas como Network, Taxi Driver o Todos los hombres del presidente—,Rocky salió de la nada y arrasó. Hay mucho de leyenda en todo su éxito y su vinculación con el sueño americano, pero lo cierto es que la influencia pop de la película es incuestionable: desde la banda sonora a los montages de entrenamiento, hoy por hoy Rocky es una película que todo el mundo conoce, incluso aquellos que no la han visto. Lo curioso es que la cinta como tal es mucho más oscura de lo que el mito permite recordar: rodada en los suburbios de Filadelfia, en un entorno pobre y con personajes aislados de la sociedad, Rocky es una historia de superación pero también es una de las historias de amor más extrañas que proporcionara el cine estadounidense de los setenta. Gran parte del mérito lo tienen sus dos intérpretes principales: un Stallone totalmente ajeno al rol clásico del héroe y una Talia Shire taciturna alejada del objeto romántico al uso. I dunno, she’s got gaps, I got gaps, together we fill gaps

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