Uno de los mayores problemas del, por otro lado, potentísimo documental The Act of Killing era que tenía a los responsables del genocidio en Indonesia como sus únicos protagonistas. Para ellos la culpa no existía, del mismo modo que para el documental tampoco existía la voz de la víctima como contrapartida. S21: La máquina roja de matar abordó trece años antes temas similares a la cinta de Joshua Oppenheimer y Christine Cynn pero, a diferencia de aquella, aquí el enfoque es mucho menos cuestionable desde un punto de vista moral. Rithy Panh, que sufrió en sus propias carnes el genocidio camboyano y estuvo recluido en un campo de rehabilitación, entrevista a varios de los guardias de un centro de torturas creado por los jemeres rojos, pero también los posiciona frente a sus víctimas. El pintor Vann Nath es, en este sentido, un personaje indispensable ya que da voz a los más de 17.000 prisioneros que pasaron por aquel S-21 del título. Lo realmente importante es que la cámara no llega a situar a ambos a la misma altura: no se trata tanto de que el perdón haya llegado o no, como de una cuestión que implica que la puesta en escena también ha de situar a sus culpables frente a esa historia teñida de sangre. Los planos secuencia del filme remiten precisamente a esa idea: se une el espacio y el tiempo del rodaje, pero también reconstruyen el espacio y el tiempo del genocidio. S21 es dolorosa, pero nunca gratuita. ER

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