Serge Daney, responsable último del “descubrimiento” de uno de los cineastas soviéticos menos conocidos, escribió lo siguiente sobre El color de la granada: “Forma parte de esas películas (cada vez quedan menos) que no se parecen a nada. Paradjanov es de esos cineastas (es raro encontrarlos) que actúan como si nadie hubiese filmado antes que ellos. Venturoso efecto de “primera vez” donde se reconoce el gran cine. Precioso descaro. Es por ello que, ante Sayat Nova, lo primero que no se debe hacer es proponer un modo de empleo. Hay que dejar actuar, dejarse hacer, permitir deshacer nuestro deseo de comprender todo rápidamente, desalentar la lectura descifradora y a los “situadores en contexto” de toda clase. Ya habrá tiempo después para jugar a ser aquel que todo lo sabe de la Armenia del siglo XVIII o del arte de los ashik, de simular una larga familiaridad con todo lo que aún ignorábamos hace setenta y tres minutos. Hay películas que te entregan sus llaves en la mano. Otras no. Cuando eso sucede, uno debe convertirse en su propio cerrajero”. Difícil presentar de mejor manera una de las películas más singulares de un cineasta singular, perseguido, condenado y encarcelado en la URSS por formalista, homosexual, especulador, incitador al suicidio, tendencia al surrealismo, o incluso por pornógrafo, así que dejemos que hable su amigo Andrei Tarkovsky: “Es culpable, culpable de su singularidad (y de la soledad que llevaba aparejada). Nosotros somos culpables de no pensar en él a diario y de no entender de forma cabal el significado de la palabra maestro”. GdPA

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