Alberto Richart (Festival Americana, Barcelona)

La undécima edición del Americana, Festival de Cine Independiente Norteamericano de Barcelona, ha inaugurado el mes de marzo con la idea clara de consolidar su insólita presencia en el circuito cultural nacional y de la Ciudad Condal. Después de más de una década de historia(s), este little Sundance continúa aproximando al público algunas de las pequeñas delicias transatlánticas (la programación incluye obras de México y Canadá, más allá de estadounidenses) vistas en festivales internaciones de corte indie, cuya distribución en España no siempre obtiene una vía sencilla.

Muy diferentes entre sí, las primeras películas vistas en esta nueva edición presentan vasos comunicantes a través de personajes sumidos en una suerte de pozo existencialista, pero también abocados a la revelación vital. La inaugural Ex-husbands de Noah Pritzker pasó previamente por el Festival de San Sebastián, y se publicita como el reencuentro de los actores Griffin Dunne y Rosanna Arquette, casi cuarenta años después de su participación en la película Jo, ¡qué noche! de Martin Scorsese. No obstante, la historia prefiere centrarse en la crisis generacional de sus tres protagonistas masculinos, pertenecientes a diferentes generaciones de una misma familia e interpretados Dunne, James Norton y Miles Heizer. La propuesta de Pritzker cuenta con una premisa propia de una comedia de enredos: la despedida de soltero del hermano mayor se tuerce con las últimas noticias de su novia, así como con la llegada del patriarca al paradisíaco Tulum, donde transcurre la fiesta y gran parte del relato. Enajenado por la inesperada decisión del abuelo de separarse de su esposa de toda la vida, este padre también debe afrontar la firma del contrato de su propio divorcio.

Lo que comienza como una caricatura fácil de la América blanca de clase alta, que podría recordar en cierta manera a las historias metropolitanas de Woody Allen, se autoproclama heredera del humor de Ernst Lubitsch, con referencia incluida a Ser o no ser en el delicado tratamiento de una comedia sublimada en melodrama familiar. La aceptación por parte de Pritzker del rumbo que toman las vidas de los integrantes de esta familia conduce a un agradecido retrato de una masculinidad alejada de la toxicidad propia de las películas de despedidas de soltero. Padre e hijos comparten dudas honestas, sexuales y sentimentales, y el director y guionista les otorga el espacio y el tiempo necesarios para expresarlas con libertad. Se acabaron las encerronas en el armario. En su devoción por sus irónicas criaturas, y con la ansiedad y la depresión como telón de fondo, Pritzker aboga por localizar la luz al final del túnel, y buscar la parte positiva en los momentos más dolorosos.

Por su parte, la fría comedia Lousy Carter, despegada de los afectos, parece conversar con Ex-husbands presentándose como su opuesto. La última película del estadounidense Bob Byington, que participa en la sección Next del Americana, se niega a retirarle a su protagonista la etiqueta de “perdedor” que le dio en su momento un matón escolar. Instalado en una infancia no superada, Carter (defendido por el actor David Krumholtz) es un maltratado y solitario profesor de literatura, obsesionado con El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald y a quien le quedan seis meses de vida. Byington proyecta una vida triste para Carter, quien rellena el poco tiempo que le queda con patéticas pericias y propósitos inalcanzables que no le llevan a ninguna parte. Los gags de humor negro podrían encontrar aliados entre el público, si no fuese porque los personajes que rodean a este singular académico, sus “espectadores” más directos, hacen gala de un frío materialismo y están desprovistos de carisma. Con una fotografía virada hacia el falso documental, que podría remitir a sitcomstelevisivas como The Office de Ricky Gervais y Stephen Merchant, la cotidianeidad y la vida derrumbada del protagonista influye también a una iluminación descuidada y cierta tendencia al feísmo.

En una extensión profética del nihilismo se encontraría The Artifice Girl, teatralizado sci-fi escrito, dirigido y protagonizado por un nuevo talento a seguir, Franklin Ritch. Presentada también en la sección Next del Americana, su juego retórico plantea un futuro que ya casi es presente, en el que una Inteligencia Artificial, con voz y rostro de una niña prepuberal, ha sido diseñada para capturar pedófilos en lo ancho del vasto Internet. Como si de una ficción doméstica de Isaac Asimov se tratara, sin momentos de acción ni aventura, The Artifice Girl no solo plantea las contradicciones morales inherentes a la creación de una herramienta de inteligencia artificial, sino también la posibilidad de que el aprendizaje eterno pudiera aproximar a la muchacha de ceros y unos a una condición casi humana. Dividida en tres episodios, sus largas secuencias dialogadas funcionan como puertas abiertas al debate. Por sus derivas constantes asoman temas como la regularización de las herramientas digitales, la noción del trauma, las lacras del racismo y el machismo, y la pregunta acerca del lugar que ocupará el ser humano en un futuro “artificial”. Finalmente, en The Artifice Girl, como ocurría en Her de Spike Jonze o Despidiendo a Yang de Kogonada, rezuma el apego que se podría establecer con un Pinocho cuyas aspiraciones humanas nos resultarían atractivas y repulsivas a partes iguales.

El guion de Ritch crea un entretenimiento reflexivo, digno de una conferencia de ética científica, pero no deja al margen el detalle representativo. Los escasos actores que aparecen en pantalla se muestran entregadísimos a la causa: Sinda Nichols y David Girard interpretan a unos detectives que se asemejan a Mulder y Scully, dispuestos a creer en el más allá, mientras que la joven Tatum Matthews se lleva, con su expresión medio humana, medio robótica, todas las atenciones. Forjada a golpe de grandes elipsis, el tramo final de The Artifice Girl se distancia en forma de sus dos primeros capítulos, y se resuelve como una completa carta de amor a la ciencia ficción. Toda una renovación de votos por el género que mejor podría explicarnos a nosotros mismos.