Página web del festival Americana (5-10 de marzo)

GASOLINE RAINBOW | Bill Ross IV, Turner Ross | Estados Unidos | 2023 | 108 min. | Sección DXCS!?

Gasoline Rainbow recibe al espectador con unos zarandeos de cámara alrededor de un grupo de chicos y chicas, como si todavía fuera posible vivir en la fulgurante y festiva clausura de Slacker de Richard Linklater. Nos encontramos en Wiley, una población deprimida en el corazón de Oregón, y pronto iniciamos una ruta hacia el “dulce Oeste”, hacia el mar, junto al grupo de almas libres que conforman Tony Abuerto, Micah Bunch, Nichole Dukes, Nathaly Garcia y Makai Garza. Estos cinco adolescentes –que interpretan versiones semificcionales de sí mismos– se convertirán, en su particular viaje de despedida de la primera juventud, en nuestros guías por una América depauperada, condenada a deglutir los detritus de décadas de neocapitalismo. Aunque cabe decir que Gasoline Rainbow, pese a abordar de frente la cuestión racial, el drama de la inmigración o la lacra de las adicciones, jamás se deja arrastrar por el abatimiento, el moralismo o la pedagogía aleccionadora. Ante todo, la nueva obra de los Ross es una celebración de la amistad, la rebeldía y la confianza en el prójimo.

En Gasoline Rainbow, los hermanos Ross reinciden en el método que les permitió erigir la memorable Bloody Nose, Empty Pockets, en la que un grupo de intérpretes no profesionales construía un retrato íntimo y familiar de los últimos compases de vida de un bar de mala muerte. Aunque, si Bloody Nose… se presentaba como un film abocado a la estasis y el crepúsculo, la deslumbrante Gasoline Rainbow propone un viaje iniciático por tierra y mar, a pie y a motor, sobre ruedas y raíles. Empapándose del ánimo aventurero del Jack London de El camino, los cinco protagonistas de la película dejan atrás sus dramas familiares y la evidente sensación de no-futuro para hacer realidad sus sueños, que tienen como único y modesto fin la experiencia de la libertad, ya sea dormitando en un parque público junto a sus amigos, visitando un skateparkde Portland o aterrizando en una rave en los confines del continente. La odisea itinerante de esta hermandad de almas nobles tiene algo de fábula mágica y utópica, en cuanto que, a diferencia del cliché que describe América como una tierra psicótica, los chicos topan por el camino con un amplio escaparate de ángeles de la guarda, desde un testigo de Jehová reformado a un rockerque adora El señor de los anillos.

Los Ross han definido Gasoline Rainbow como “una versión punk rock de El mago de Oz”. Por nuestra parte, diríamos que la película parece tocada por el espíritu subversivo de Jean Vigo (¿un Cero en conducta del siglo XXI?) y por las transgresiones de la ortodoxia fílmica de Jean Rouch, aunque los referentes más directos podrían ser las películas de Robert Kramer y el documental Streetwise de Martin Bell. Una valiosa herencia que los Ross emplean para retratar, con gran empatía y esperanza, a una juventud, la actual, obligada a navegar por los abusos y desechos de las generaciones pasadas. Manu Yáñez

MENUS PLAISIRS – LES TROISGROS | Frederick Wiseman | Francia, Estados Unidos | 2023 | 240 min. | Sección DXCS!?

Frederick Wiseman, incansable investigador de instituciones, se acerca en este caso al trabajo y a la vida de la familia Troisgros. Ellos tienen tres restaurantes en Francia: Troisgros, Le Central y La Colline. Y el director, que nos viene sorprendiendo con la detallada deconstrucción y recreación de la realidad desde Titicut Follies, se toma el tiempo necesario para narrar la historia de esta familia que abrió su primer restaurante hace 93 años, tiene las casi inalcanzables tres estrellas Michelin desde hace 55 años y en 2020 fue galardonado con la estrella verde de Michelin por sus prácticas sostenibles.

Wiseman comienza por la cuidadosa selección de los ingredientes y condimentos que conformarán el menú y el diálogo con los feriantes del mercado callejero donde los adquieren. Se trata de la presentación de uno de los protagonistas de esta película: la comida. Sea en su estado natural o como musa de la creación de los chefs, sea en su dinámica mutación y presentación, la comida, cada uno de los platos, es motivo de atención y disfrute. El cartel es compartido por los restaurantes y su aceitado mecanismo de relojería, el nada improvisado ballet de la atención al público y el trabajo de cada uno de los proveedores de los suministros necesarios para las creaciones artísticas y culinarias.

Como pocas veces antes, Wiseman se deja enamorar por la belleza de las imágenes. Más allá de su habitual filo, se queda en el goce de ciertas superficies y procesos. Pocas cosas más bellas que presenciar ese acto de creación y amor que implica la cocina. Contra lo que repite el lugar común, en este caso, el film escapa a la dinámica de esos actuales rock stars que son los chefs. El amor por el trabajo, el seguir conservando la posibilidad de sorprenderse, no se vincula con la justificación del amateurismo. El profesionalismo es otro de los temas de Menus Plaisirs – Les Troisgros.

Cuando vemos la cantidad de trabajo involucrado en los restaurantes y en cada uno de quienes aportan los suministros para su funcionamiento podemos entender un poco más los excéntricos valores que se manejan: menús de más de 500 euros, botellas de vino de más de 5.000 euros. Sin embargo, otro punto a destacar es que se advierte un compromiso real, una verdadera búsqueda que se vincula con el placer culinario pero también con la sustentabilidad. Los restaurantes, el propio trato con los clientes, son respetuosos, pero para nada impostados. Hay creación y placer, encuentro y disfrute, no pose ni tilinguería. ¿Qué implica hoy “comer bien”? Acercándose a restaurantes catalogados y galardonados por esa institución que es la Guía Michelin, Wiseman nos lleva de la mano por este banquete sin dejar de pasar detalle por todos los elementos necesarios para que él tenga lugar. Fernando E. Juan Lima

SHOWING UP | Kelly Reichardt | Estados Unidos | 2022 | 108 min. | Sección TOPS

Lizzy Carr (Michelle Williams) es una escultora con más talento que éxito. Se nota que a cada una de sus piezas (todas pequeñas figuras femeninas) le dedica mucho trabajo, pero su estatus en el mundillo artístico de Portland, Oregon, no es de demasiado elevado, hasta el punto de que todavía estudia y trabaja en un centro que lidera su madre (Maryann Plunkett). A Lizzy le quedan ocho días para inaugurar una modesta muestra, pero sus condiciones de vida no son precisamente las mejores: le subalquila un lugar a una colega de origen asiático llamada Jo (Hong Chau), que hace dos semanas que no le arregla el agua caliente.

La Lizzy de Williams está completamente desprovista de cualquier atisbo de glamour o esnobismo. Es una bohemia algo dejada en su look y llena de inseguridades. A una madre dominante, le suma un padre casi ausente que vive en otro lado (Judd Hirsch) y un hermano esquizofrénico que suele desaparecer (John Magaro). Lo que se dice, una familia desestructurada. Pero en Showing Up no hay lugar para melodramas ni golpes bajos. Reichardt maneja un tono austero y contenido, casi minimalista, para una tragicomedia sin tragedias y con un humor muy liviano. Hay simpáticas viñetas de la vida cotidiana, algunos excéntricos personajes secundarios (como en Tú, yo y todos los demás, de Miranda July), aventuras con un gato que hiere a un pichón y un “suspenso” que tiene que ver con el resultado de la exposición que prepara la protagonista.

Lejos de las torturadas épicas sobre artistas o los cínicos retratos de, por ejemplo, la dupla argentina Cohn-Duprat, esta película rodada en celuloide en una ciudad que no es Nueva York, ni San Francisco, ni Chicago, ni Los Angeles muestra la contracara, el lado B, de una escultora que intenta con más tropiezos que luces encontrar su lugar en el mundo del arte. Y en la vida. Diego Batlle

THE SWEET EAST | Sean Price Williams | Estados Unidos | 2023 | 104 min. | Sección TOPS

Sean Price Williams, el director de fotografía de The Color Wheel Good Time, demuestra en The Sweet East, su ópera prima, una cierta debilidad por las muestras de patetismo que abundan en la América contemporánea. La película se inaugura con un viaje estudiantil que parece la versión sarcástica de una comedia juvenil ochentera, a lo Porky’s. A un chaval le da por soltar una soflama ultraconservadora –“¡El sur se alzará de nuevo!”–, pero la cámara prefiere centrarse en la figura de la desubicada Lillian (Talia Ryder), que durante los prometedores títulos de crédito iniciales canta en primer plano, y frente a un espejo, una tonadilla que parece sacada de un film de Jacques Demy, Por desgracia, el encantamiento de esta apertura se disuelve rápidamente en una montaña rusa de situaciones absurdas, en las que Lillian –que podría llamarse Alicia, por su capacidad para atravesar espejos, o Lolita, por sus afectadas estrategias de seducción– intima con una delirante troupe de elementos subversivos: un tribu de artivistas punk, un petulante y muy conservador profesor de universidad (magnífico Simon Rex, como un Humbert de pacotilla), unos cineastas pedantes o unos islamistas fanáticos del techno.

Williams y su guionista, el excelente crítico Nick Pinkerton, buscan exorcizar el caos ideológico en el que se encuentra sumida la América actual, y para ello toman como modelo algunos emblemas del cine estadounidense de culto. Del lado político, The Sweet East hereda el gusto por el delirio grotesco de Putney Swope, la película de 1969 en la que Robert Downey Sr. ridiculizó la América corporativa; mientras que, en términos narrativos, el referente podría ser la descontrolada reacción en cadena de Jo, ¡qué noche!, una de las películas menos conocidas y más influyentes de Martin Scorsese. Así, entre chistes escatológicos y otras provocaciones inofensivas (el epíteto favorito de Lillian es “retrasado”), The Sweet East perfila el retrato de una nación perdida entre la irreverencia infantiloide, los extremismos disparatados y la masculinidad tóxica. Un cóctel hilarante que Williams y Pinkerton bañan, a la manera de Jean-Luc Godard, en una emulsión de pop, serie B y verborrea trufada de referencias cultas a Upton Sinclair, Edgar Alan Poe y la historiografía yanki. A la postre, The Sweet East deja muestras sobradas del ingenio de sus creadores, pero su descarada desafección limita tanto su alcance emocional como su empuje político. Manu Yáñez

THE BEAST (LA BÊTE) | Bertrand Bonello | Francia, Canadá | 2023 | 146 minutos. | Sección TOPS

La bête continúa, de alguna manera, la deriva comenzada en Coma, la película que Bertrand Bonello dedicó a la pandemia de Covid, entre otras cuestiones. Es que, aun cuando su nueva película es menos experimental que la precedente, se advierte la necesidad del director de seguir pensando en los cambios que en nuestras vidas ha generado el avance tecnológico. Bonello sigue meditando acerca de cómo han mutado las relaciones humanas y, en este caso, el objeto de reflexión es la inteligencia artificial. En un futuro cercano el director imagina un mundo en el que la IA reina y las emociones son una amenaza. La protagonista, Gabrielle (Léa Seydoux) debe purificar su ADN para adaptarse y eso la lleva a un recorrido por sus vidas pasadas. De la ciencia ficción al melodrama, descubrimos que a través del tiempo siempre ha estado unida a Louis (George Mckay).

Sin cargar las tintas, abriendo posibilidades y teorías antes que imponiendo respuestas, el director se acerca también al misterio y al terror, con premoniciones y admoniciones inquietantes. Como siempre en su obra lo formal se adapta a su búsqueda y, en este caso, imagen y sonido nos llevan hacia un viaje siempre sorprendente. La película, excesiva y proteica, puede tener alguna meseta, pero es tanto lo que propone que uno no puede sino agradecer su mirada arriesgada y profunda. Léa Seydoux habita estos mundos con una presencia y convicción que en el caso de su compañero parece menos natural. Pero Bonello no sólo está pensando en la actualidad, sino que su indagación abarca al propio cine. Desde la primera secuencia en la que Gabrielle tiene que interpretar, sola, sobre un fondo verde, el terror que le provoca la aparición de un monstruo que no vemos, el fuera de campo es el lugar de “la bestia” cuya amenazante presencia/ausencia recorre toda la trama. Las elipsis se encadenan misteriosa y poéticamente en una sucesión de secuencias en diversos tiempos que por momentos no sabemos si se tratan de flashbacks o flashforwards. Así encuentra su rumbo una de las mejores películas vistas en el pasado Festival de Venecia. Fernando E. Juan Lima

KOKOMO CITY | D. Smith | Estados Unidos | 2023 | 73 minutos. | Sección DXCS!?

Se podría decir que Kokomo City consiste, esencialmente, en 73 minutos de cuatro chicas hablando a cámara. Y eso, si bien es cierto, resultaría peyorativo respecto de los alcances de esta obra de D. Smith, quien nació hombre, recibió dos nominaciones a los premios Grammy, trabajó con estrellas como Lil Wayne, Katy Perry y Marc Ronson, hasta que en 2014 inició su transición de género. Y el cambio también incluyó un vuelco de lo musical a lo cinematográfico, ya que dedicó tres años al proceso creativo que derivó en Kokomo City, documental que se alzó con los premios del público y a la innovación en el Festival de Sundance. Y volvamos, entonces, a lo de cuatro chicas hablando a cámara. Daniella Carter, Koko Da Doll, Liyah Mitchell y Dominique Silver son cuatro mujeres trans negras que se dedican a la prostitución en Nueva York y Georgia. Lo que cuentan tiradas en la cama, en sillones, posando y actuando frente al lente de Smith con sus esculturales cuerpos son sus historias de vida. Y, si en el trasfondo hay una situación de violencia y vulnerabilidad, ellas convierten ese relato en un ejemplo de empoderamiento y superación.

Rodada en blanco y negro, con mucha música y efectos de sonido, con un montaje en varios pasajes vertiginoso y un espíritu en general lúdico y celebratorio, Kokomo City –aún a riesgo de banalizar los aspectos más duros del oficio– es un registro de un nivel de intimidad y ternura que fascina, pero también con una dimensión sociopolítica, ya que ellas reflexionan con mucha inteligencia sobre la identidad, el comercio del sexo y la discriminación. A las historias de estas cuatro mujeres, que se animan a cuestionar sin medias tintas los prejuicios de los hombres afroamericanos, se les suman como personajes secundarios varios clientes o un hombre que regenta el club donde ellas se desnudan o dan shows privados. El resultado es un registro intenso, descarnado y vibrante, a corazón abierto y de una honestidad brutal. Diego Batlle

WHAT DOESN’T FLOAT | Luca Balser | Estados Unidos | 2023 | 79 minutos. | Sección NEXT

Pese a su fértil vínculo histórico con la literatura, el cine ha tendido a mantener una distancia prudencial respecto a la idea del libro de relatos, más aún cuando las diferentes historias no tienen un nexo narrativo evidente. Así, pese a la existencia de hitos canónicos como Intoleranciade D.W. Griffith o La ronda de Max Ophüls (películas que, en todo caso, hilvanaban sus relatos en torno a un sólido corazón temático o mediante un juego de paso-del-testigo-narrativo), el cine no se ha prodigado en la compilación de historias cortas y autónomas; no tenemos en cuenta aquí el modelo de las historias cruzadas, que tuvo un auge casi desmedido durante el cambio de siglo a partir del éxito artístico de Vidas cruzadas de Robert Altman, basada en relatos de Raymond Carver. En este sentido, What Doesn’t Float, la ópera prima de Luca Balser, se presenta como una obra singular: una antología de siete historias sobre personajes de diversas edades, sexos y razas que apenas tienen en común un escenario, la ciudad de Nueva York, y un elemento, el agua.

What Doesn’t Float se inaugura con una colección de estampas que evocan la idea del residuo. Un amante del paddle surf recoge basura que flota sobre el río Hudson, mientras que una mujer asiática recorre las calles amontonando plásticos. Más allá de la conciencia cívica del primero y el interés económico de la segunda, podría tratarse de dos personajes con afinidades, pero la película se encarga de enredarlos en una trifulca fortuita y absurda que hará emerger un conjunto de brechas culturales, de clase e intergeneracionales. Este primer capítulo –o “viñeta”, según la terminología expuesta en los títulos de crédito del film– ya fija un tono y un marco de acción. El registro es el de la comedia negra y el contexto expresivo apunta claramente hacia una nueva “familia” de cineastas neoyorkinos que estaría capitaneada por los hermanos Ben y Josh Safdie –Balser trabajó como ayudante de montaje en Diamantes en Bruto– y en la que también figurarían Alex Ross Perry, Nathan Silver o Sean Price Williams, quien ejerce como director de fotografía de What Doesn’t Float. Este grupo de cineastas comparte no solo el interés por explorar los recodos menos conocidos de la Gran Manzana sino también el impulso de representar actitudes irresponsables y groseras, que suelen desatar un compendio caótico de gestos desesperados, hostiles y bellos.

Abrazando al imaginario de esta nueva generación de autores independientes, Balser y su guionista Shauna Fitzgerald se entregan con convicción y placer a la confección de un mosaico de personajes que, desde su condición solitaria y ensimismada, atisban sin demasiada esperanza la posibilidad del encuentro con otros seres humanos. La cita de una chica descarada (Pauline Chalamet, hermana de Timothée) se va al traste por culpa de un noviete demasiado cafre; un fumeta adolescente se masturba en su coche estimulado por la figura de una bañista invernal; una joven que acaba de cumplir la treintena sufre una crisis existencial por culpa de una ruptura sentimental; y una niña afroamericana que va a interpretar a María Magdalena en una función religiosa choca estrepitosamente, y luego forja una pequeña complicidad, con un hombre tosco (el siempre amenazante Larry Fessenden). La sensación de no-futuro se palpa desde la primera historia, mientras que la disposición de los personajes va variando ligeramente a medida que avanza el metraje, desde la flagrante inconsciencia de los primeros antihéroes del film al creciente malestar que impregna los últimos relatos. El último, protagonizado por un marinero incapaz de sobrellevar su retiro, es el más largo y emocionante de la película.

Concebida como un frenético collage de primeros planos, What Doesn’t Float se mueve con agilidad entre un registro realista y unas fugas entre surrealistas, poéticas y oníricas: el personaje de Chalamet tiene una revelación casi trascendental ante la imagen de unos peces de colores que surcan las profundidades del Hudson; la María Magdalena negra queda embelesada por el agua espumosa y los rodillos de un tren de lavado; y el marinero incapacitado tiene dulces pesadillas en las que recobra la capacidad de navegar. Así toma forma la provocadora, hilarante y doliente What Doesn’t Float, una película que consigue renovar, en clave impresionista y fragmentaria, el imaginario neurótico y agridulce que suele acompañar a la representación fílmica de la ciudad de Nueva York. Manu Yáñez