Víctor Esquirol (Festival de Berlín)

Pongamos que, sin pensártelo mucho, decides ingresar en una nueva red social. Por ninguna razón en concreto, más allá de que gente a la que conoces, y de la que te fías, te ha recomendado que, al menos, le des una oportunidad. Porque es una experiencia nueva, porque permite vivir sensaciones increíbles, porque brinda la oportunidad de conocer a personas interesantes… Porque es una especie de club muy exclusivo, y dentro uno se siente importante. De modo que te conectas, escribes en el buscador del navegador la dirección que te dieron. Te lees (muy) en diagonal las condiciones de uso de la plataforma, las aceptas y entras.

Pongamos ahora que, poco antes (o después), alguien te susurra al oído todas aquellas palabras que tanto tiempo llevabas queriendo oír. “Te quiero”, “Te amo”, “Te deseo”, “Para mí, tú eres lo más importante”, y por supuesto, “Yo por ti haría lo que hiciera falta”. Estas desbordantes muestras de afecto llegan a ti desde no se sabe bien dónde, pero las pronuncia una voz (suave, melosa) que sin duda reconoces. Estás en lo más profundo del bosque más frondoso, y los árboles están bañados por un azul intenso. Eléctrico, magnético… falso. A estas alturas de la historia, no cuela ni la imagen ni mucho menos la situación. El color no era más que un filtro de una aplicación cutre, y el amor era, en realidad, acoso. La media naranja era, en definitiva, tu peor enemigo. Una especie de entidad sobrenatural que nunca duerme, nunca descansa, y que siempre planea y conspira para pillarte desprevenido.

Con esta situación (la del bosque) arranca precisamente Unsane, nuevo trabajo del siempre estimulante Steven Soderbergh. Una película que, según cuentan, fue rodada en una sola semana y con un iPhone como cámara. Al dato debe dársele credibilidad. Primero, porque si respondiera a una estrategia de marketing, entonces el producto llegaría tarde. Recordemos, por citar sólo dos ejemplos famosos, que Park Chan-wook (Night Fishing) y Sean Baker (Tangerine) ya probaron anteriormente con experimentos similares. Segundo, porque todos y cada uno de los planos de Unsane llaman no al “yo”, sino a ese “tú” virtual en el que todos nos hemos convertido, y así, miran de frente al geist de unos tiempos representados, precisamente, por los smartphones.

La protagonista de esta historia vive pegada a un móvil, como cualquiera de nosotros. En el trabajo, en las horas de descanso, en el ocio nocturno… Todas sus relaciones y reacciones pasan por el ineludible peaje de este aparato, suerte de nuevo mejor amigo del hombre, y ya puestos, enemigo en la sombra. Tras un encuentro amoroso concertado digitalmente, la chica siente que han despertado los fantasmas de su pasado. Sin tiempo que perder, deja plantado al otro y se dirige al hospital más cercano. Una vez ahí, el psicólogo le hace un primer examen y decide, inmediatamente, tomar cartas en el asunto. En un abrir y cerrar de ojos, la chica se descubre firmando un documento que ha leído en diagonal, y cuando se da cuenta, descubre que ha sido encerrada en un centro psiquiátrico, o si se prefiere, en un club “exclusivo” donde se va a sentir muy atendida, donde vivirá nuevas experiencias, conocerá a personas la mar de interesantes… Solo que, en realidad, toda esta gente es extraña, peligrosa, caricaturesca, como si fueran avatares.

Soderbergh combina el thriller psicológico (más bien esquizofrénico, a la estela de sus Efectos secundarios) con el drama carcelario. Lo hace tomando un punto de partida que recuerda al de aquel relato corto de Gabriel García Márquez (“Sólo vine a hablar por teléfono”), y enfrentándolo a la consciencia crítica de genios cronistas de nuestros tiempos, tales como Charlie Brooker. En efecto, Unsane podría ser una historia comprendida en la colección Black Mirror. Por su visión híper-desencantada del presente, y por el uso del factor tecnológico. En el universo materialista del que nos hemos rodeado, los objetos significan muchas cosas. Y volvemos al maldito iPhone, porque el mayor acierto del cineasta nacido en Atlanta consiste en condicionar todo el artificio al instrumento con el que está grabando.

Buena parte de las escenas priorizan los ángulos rectos en el decorado y las tomas totalmente frontales / laterales a la hora de enfocar a los personajes. Cuando éstos hablan entre ellos, lo hacen como si estuvieran conectados a Skype. Como si les separara un mundo y les juntara un móvil con dos cámaras: una delante y otra detrás. Uno enfrente del otro; enfrentados. En compañía de campo pero en soledad de cuadro. El lenguaje es así de simple, porque simple es la mentira que nos han vendido. Las imágenes del film/pantalla sufren sobremanera cuando se enfrentan a la oscuridad, y enloquecen cuando se topan con focos de luz. Porque desquiciados están los personajes retratados, los cuales, seguramente, sean proyecciones de nosotros mismos. ¿El mundo es así por quién lo observa o quien lo observa es así por culpa del mundo? Soderbergh responde con el retrato de una era gobernada por unos poderes que, escondiéndose detrás de la benevolencia, buscan chuparnos hasta la última gota de sangre.

La técnica es la forma y el fondo, y nos brinda imágenes enfermas para hablarnos de unos tiempos enfermos, que venden miedo, que tienen alergia a la privacidad y un gusto malsano por la exposición total. El villano de esta función está claro que no es humano. Dejó de serlo hace tiempo. Se convirtió en algo más grande, más incontrolable. Más terrorífico.