Manu Yáñez

Con sus citas iniciales a Carl Gustav Jung y Cervantes, la decepcionante Bang Gang (A Modern Love Story) –presentada en la sección Talents del Festival D’A– intenta perfilar un viaje hacia las complejas tinieblas de la psique humana, así como hacia la frontera entre la realidad y la ilusión. Por desgracia, el resultado es otro: la ópera prima de la francesa Eva Husson funciona como una fábula moralista de tintes conservadores que advierte sobre los peligrosos instintos básicos de una juventud atolondrada por el uso de las nuevas tecnologías. De partida, Bang Gang –ambientada en un barrio acomodado de Biarritz– juega al despiste desplegando una avalancha de signos esquivos: a una orgía que parece coreografiada por un autor de softcore televisivo le sigue un encuentro de chavales que ensayan un “club de la lucha” inofensivo; a la imagen de un buda iluminado por luces de neón le sigue la estampa de una colegiala vestida con calcetines altos de color rosa. El caos inicial se remata con la deliberada mirada a cámara de una de las protagonistas, mientras sopesa emprender el camino de liberación sexual que comprenderá el grueso de la trama. En definitiva, uno no sabe muy bien si está ante una versión mainstream de Larry Clark, ante una aprendiz de Sofia Coppola y Gus Van Sant, o ante una heredera del Godard de Vivir su vida.

La mención de estos cuatro autores no es para nada baladí. Cuando hablamos de cine sobre adolescentes (o sobre niños) resulta especialmente relevante la perspectiva que adopta el cineasta respecto a sus criaturas. Con el tiempo, Van Sant ha aprendido a observar a sus bellos adolescentes con una mirada entre extrañada y embelesada, próxima y lejana al mismo tiempo. Coppola y Clark se sitúan cerca de sus chicos y chicas, se mimetizan con ellos, comparten sus gustos y preocupaciones. Godard está en todas partes, abrazando a Anna Karina con la cámara desde todos los ángulos imaginables. Cuatro directores, cuatro miradas respetuosas, afectuosas. Por su parte, en Bang Gang resulta difícil encontrar algún tipo de ternura o empatía de la directora respecto a sus personajes. En el apogeo de su fulgurante despertar sexual, Husson reúne a los participantes de las bacanales adolescentes en un artificioso posado de grupo: una impersonal “foto de familia” cuidadosamente escenificada. De hecho, todas las escenas de sexo aparecen rigurosamente prefabricadas, carentes de vida, no queda claro si por la incapacidad de Husson para alentar la espontaneidad de sus actores o por su interés en una forma de sexo mediatizado y maltrecho por la sombra de la pornografía.

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En cualquier caso, a medida que avanza la película, resulta evidente que a Husson lo de las orgías le parece algo terrible. Sus participantes son castigados de múltiples maneras, aunque lo peor no es el juicio final de los personajes, sino las consideraciones apriorísticas. A los Soñadores 2.0 de la película –desatendidos niños de papá– no parece interesarles otra cosa que el sexo, las drogas y la evasión más frívola, mientras que el único chico que se resiste a entrar en el círculo de las Bang Gangs (así se denomina a las orgías) es justamente el que demuestra una cierta curiosidad artística: hace sus pinitos en la música electrónica. Con o sin redención final, el retrato que ofrece Husson de una juventud extraviada en el limbo de las redes sociales y la pornografía no podría ser más rotundo, y al mismo tiempo elemental. Siempre esteticista, Bang Gang abre un abanico tonal que va de lo vulgar a lo acaramelado, en lo que termina pareciendo la adaptación de Michel Franco de una novela imaginaria escrita por Bret Easton Ellis.