A la altura de El último waltz (Martin Scorsese, 1978) o de Monterrey Pop (D.A. Pennebaker, 1978), este trabajo del recientemente fallecido Jonathan Demme consigue convertir el concierto de música filmado en una experiencia extra-cinematográfica. Es decir, que supera los límites que se suponen a una película documental para explorar territorios sensoriales/emocionales que un espectador sólo suele experimentar cuando disfruta de la música en directo. Melómano confeso y practicante –ahí están las bandas sonoras y el ritmo musical de Algo salvaje (1986) o Casada con todos (1988)– supo captar el espíritu ‘nuevaolero’ de David Byrne y su grupo de ‘psychokillers’ rítmicos. Entre el retrato de una época, del Nueva York del undeground, y el experimiento visual de vanguardia, Demme atrapó la magia del momento, el fuera de campo habitualmente queda felizmente condenado a una sala de coniertos. Luego repetiría con Neil Young en Heart of Gold (2006) también brillante (pero más emotivo) concierto, pero las cotas y las influencias expansivas de Stop Making Sense no las volvió a alcanzar. Es peligrosa: convierte nuevos acólitos a la religión de la música en cada nuevo visionado. Fernando Bernal

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