A través de la reconstrucción ficcional, y aparentemente desdramatizada, del regreso a casa de una mujer injustamente encarcelada durante un año, acusada de tráfico de personas, Tempestad aborda esa tormenta invisible que azota México, y que sume a sus habitantes en un perpetuo estado de irrealidad, capaces de negar lo evidente: que su país se desmorona bajo el reinado de la impunidad. Utilizando diversos rostros para retratar uno mismo, que es el de todos y todas, Tempestad es cuando menos un ejemplo brillante de cómo retratar el miedo y la desesperanza, de cómo hacer cine político sin caer en las trampas de lo evidente, lo sórdido, lo miserable. La voz de la protagonista, a la que interpretan en cámara mujeres diversas, anónimas, y a quien solo veremos a contraluz, en el revelador último plano de la película, se superpone a la filmación de un viaje por ese México cotidiano que resiste digno a los embates de lo podrido: trabajadores, paisajes, hombres y mujeres vencidos por el sueño, por el salario mínimo, por la impunidad, la injusticia, la violencia, hombres, mujeres, niños, caminando, resistiendo, construyendo con su día a día. GdPA

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