Según ha anunciado hoy FIPRESCI, la Federación Internacional de Críticos de Cine, la película alemana Toni Erdmann de Maren Ade ha sido la ganadora del FIPRESCI Grand Prix de 2016. El premio ha sido elegido a través de una encuesta en la que han participado 475 miembros de FIPRESCI. La película alemana se ha impuesto en la votación final a las norteamericanas Paterson de Jim Jarmusch y Anomalisa de Charlie Kaufman y Duke Johnson. Optaban al premio todas las películas estrenadas mundialmente desde julio de 2015.

El FIPRESCI Grand Prix existe desde 1999, y es el premio más importante que entrega la organización. En el pasado, el galardón ha recaído en cineastas de la talla de Michael Haneke, Cristian Mungiu, Aki Kaurismäki, Paul Thomas Anderson, Jean-Luc Godard, Richard Linklater o George Miller. De sus 18 ediciones, esta es la primera en la que el premio recae en una mujer.

“Me siento extremadamente honrada de haber sido premiada por gente que ha visto la mayoría de películas del año. Y gracias por darle a Toni un gran arranque en Cannes”, ha declarado Ade, en referencia al premio FIPRESCI que ganó la película durante la pasada edición del certamen francés. Ade ya había ganado un premio FIPRESCI con Entre nosotros, en el BAFICI 2009, después de lograr dos Osos de Plata en la Berlinale (el Gran Premio y el galardón a la Mejor Actriz para Birgit Minichmayr).

En el pasado Festival de Cannes, nuestro crítico Gerard Casau definía Toni Erdmann como “una obra que tiene tal dominio del tempo que necesita, que no tiene ningún problema en dejar que las cosas se gesten a fuego lento. En un primer momento, podemos creer que el film de la alemana Maren Ade llueve sobre mojado: vemos la desconexión entre un hombre, Winfried (Peter Simonischek), y su hija Ines (Sandra Hüller), de caracteres completamente contrapuestos. Él, un bromista incorregible, ella, una mujer severa con una estresante vida laboral en Bucarest. Cuando él decide ir a visitarla por sorpresa, intuimos que se masca la reconciliación en un futuro no muy lejano. Pero en el momento en que Winfried se disfraza con una dentadura ridícula y un pelucón, inventándose la identidad de Toni Erdmann (coach en negocios de altos vuelos o embajador alemán en Rumania, según el caso), todos los esquemas se vienen abajo”.

“Resulta muy hermoso cuando una película pega un salto absolutamente inesperado tras haberse tomado su tiempo para prepararse (y prepararnos)”, continuaba Casau. “Y eso es exactamente lo que presenciamos cuando Winfried/Toni decide infiltrarse en la vida profesional de Ines, con la esperanza de comprenderla mejor. A partir de ese momento, Toni Erdmann se vuelve literalmente imprevisible, pues queda en manos de un bufón que asalta la lógica del capitalismo”.