Mejor largometraje: Martin Eden. Ninguna película me ha impresionado tanto como ésta a lo largo de 2020. Recoge y respeta herencias de otros cines y artes y, sin embargo, te rompe todo el rato tomando rutas inesperadas y novedosas. Juega con el tiempo, el formato y las expectativas de una manera tan minuciosa como inabarcable. Es al mismo tiempo un hilo que une y el cable que lleva a la dinamita. No todas las decisiones que toma Pietro Marcello son fáciles pero creo que todas son las correctas. Salí del cine extasiado y es una obra que no ha hecho más que crecer en mi corazón y cabeza. Creo que estamos ante una de esas escasas ocasiones en que podemos decir que una película es una obra maestra en el instante de su estreno.

Mejor ópera prima: My Mexican Bretzel. La película que, personalmente, necesitaba como rescate en mitad del confinamiento. El cine como fascinación por el instante en la vida ajena, por sus gestos e imágenes, sus relatos y sus mentiras. El deseo no es algo que se pueda desperdiciar, y ésta es una de esas obras que lo generan.

Mejor segunda película: El año del descubrimiento. Aunque Luis López Carrasco ha codirigido junto a Los Hijos y tiene varios cortometrajes a sus espaldas, ésta es, por decirlo de algún modo, y haciendo trampas —es una obra que sólo puede entenderse como colectiva—,  su segunda película realizada de manera “individual”. He querido destacarla como mejor segunda película precisamente por el diálogo que establece con la primera: El año del descubrimiento es una pieza complementaria a El futuro, pero también una consecuencia y un crecimiento respecto a aquella. Allí había márgenes, pero aquí sitúa en el centro de la propuesta temas que normalmente son subsidiarios en el cine español como el trabajo y la clase obrera. Esos temas están por encima de todo y antes de nada, marcando todo el punto de vista. El trabajo y la clase también como unión entre personas y tiempos; como raíces y ramas. No sé si es una cinta optimista pero desde luego es cero cínica. Es absolutamente generosa con el espectador y respetuosa con toda la gente que retrata. Además tiene mecanismos de forma (la pantalla partida, el manejo del tiempo) que encajan perfectamente con el concepto de la película sin ahogarla: al contrario, le dan oxígeno. Es el (re)descubrimiento del año.

Mejor cortometraje: El ruido solar. Aunque este año grandes autores consagrados han trabajado el cortometraje con piezas tan maravillosas como La voz Humana, The Fall o Nimic, he decidido optar por la obra que creo mejor ha entendido el formato con sus virtudes y problemáticas, una pieza absolutamente desprendida en ideas pero específica en su concepto. Pablo Hernando nos regala además una de las mejores sci-fi del año.

Mejor dirección: Catarina Vasconcelos por La metamorfosis de los pájaros. Cuando terminé de ver la película me lancé rápidamente a buscar de dónde había salido esta directora, para mí desconocida, y cuál era su filmografía previa. Para mi sorpresa, Vasconcelos no había dirigido nada antes y ni siquiera pertenece estrictamente al mundo del cine, sino que ella considera que su ámbito son las bellas artes. En realidad tiene todo el sentido del mundo: el modo en que da vida a los objetos (la película tiene la mejor dirección artística del año), la forma de relacionar motivos visuales y palabras, el uso de elementos pictóricos que no funcionan como referencia sino como avance, el movimiento de las imágenes y el juego con los sonidos… Todo obedece a las reglas del cine pero al mismo tiempo todo es ajeno a las mismas, como si la directora estuviese manteniendo un baile con la historia de su propia familia. No he visto una cinta más libre en todo el año. Y es que los misterios se encuentran en los detalles y en las vidas secretas. Todo el mundo habla de la violencia de los ríos pero nadie habla de la de las orillas que los contienen…

Mejor reparto: Todos los intérpretes de Dau Natasha: Natalia Berezhnaya, Olga Shkabarnya, Vladimir Azhippo, Alexei Blinov, Anatoliy Sidko, Luc Bigé… todos al servicio de una co-creación indescriptible, una de las propuestas que más me han impactado en todo el cine de 2020. Aun a día de hoy no cabe en mi mente que alguien haya concebido y desarrollado un proyecto semejante a este mastodonte de Ilya Khrzhanovsky.

Mejor actriz:  Vitalina Varela en Vitalina Varela. Suyo es el monólogo del año (cómo olvidar su descripción de esa casa en Cabo Verde…), pero también el rostro, el magnetismo, la fuerza. Costa sabe cuál es la mejor manera de rodarla, pero ella es tan creadora de la película como el director. Efectivamente la cinta no podía llevar otro nombre que no fuese el suyo.

Mejor actor:  Anthony Hopkins en The Father. A priori las expectativas eran bajas tanto respecto a la película como a la interpretación de su protagonista: una adaptación teatral sobre un enfermo de alzheimer se antojaba, por culpa de los prejuicios, como uno de esos papeles de lucimiento fácil que triunfan en la temporada de premios. Nada más lejos de la verdad: el Hopkins de The father es, efectivamente, un personaje al borde de la demencia, pero el actor lo aborda desde la construcción de un personaje previo, desde la desorientación, y no desde el tic o el efecto. No hay fuegos artificiales, sino una deconstrucción de la que también tiene gran mérito Florian Zeller, su director. Al identificar el punto de vista de la narración con el del protagonista, los personajes se entremezclan, los escenarios se confunden, el tiempo se desvanece y todo contribuye a una sensación de soledad y desamparo que nunca es cruel con el enfermo, sino empática. Hopkins alcanza una cumbre que recuerda a la mejor Meryl Streep: esa que consigue que el espectador lea su rostro y entienda perfectamente lo que siente pero que nunca interrumpe ni se pone por encima de la película porque lo importante es que todo lo demás siga fluyendo. Conseguir esa lectura fácil de un libro complejo es tal vez el mayor reto al que puede enfrentarse un actor. Como si fuese una especie de papel-compendio de todos aquellos rasgos que lo hicieron grande, Hopkins en The father es la contención a punto de explotar, pero también la explosión que hay que contener.

Mejor secundaria: Toni Collette por I´m Thinking of Ending Things. Se me ocurren pocas actrices capaces de generar comedia, terror y drama con su acting en un mismo plano.

Mejor secundario: Juan Diego Botto por Los europeos. Es cierto que el mejor plano de la cinta no le pertenece a él, sino a Raúl Arévalo, pero su actuación y presencia es sin duda lo mejor de la película. Si algún actor ha representado fielmente los claroscuros de España en el cine de este año, ese ha sido él. Nadie mejor que Botto para retratar la luz desde la oscuridad (y viceversa).

Mejor estrella: Amanda Seyfried por Mank. Cada vez que su Marion Davies aparece en pantalla, la película se hace pura y consigue ser un reflejo de lo clásico desde el ahora sin que ninguna de esas dos vertientes ahogue a la otra.

Mejor voz: La de Jake Horowitz en The vast of night. Además, esta estupenda cinta pertenece a uno de mis subgéneros favoritos: las películas que transcurren en una noche de verano.

Mejor retrato: Hatidze y Nazife Muratova en Honeyland. Una de las aptitudes más importantes a la hora de rodar una película es saber hacia dónde mirar y cómo hacerlo. Nada es accesorio en Honeyland y todo (secundarios, escenarios, acciones) contribuye a la detallada descripción de esa madre e hija protagonistas.

Mejor diseño de personaje: El de Terry en Soul. Quién tuvo la idea de diseñar al villano matemático de la nueva película de Pixar tan sólo con una línea se merece el cielo. Quién lo diseñó y animó se merece además el regalo de volver a la Tierra a vivir una vida extra.

Mejor título: Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Never Rarely Sometimes Always). El plano secuencia que da título a la película es además el mejor de la cinta.

Mejor secuencia: Los lugares bellos de Nomadland. Una de las secuencias más precisas y preciosas de 2020 es aquella de Nomadland en que uno de los personajes secundarios descubre al espectador que probablemente le queda poco para morir. La escena, tratada con tacto supremo por parte de Chloé Zhao, no ahonda en la pérdida y quien la sufre no lamenta su destino ya que “ha visto muchos sitios bellos en su vida”. El pequeño monólogo en que habla de los espacios (ríos, montañas, animales) a los que ha tenido la suerte de asistir a lo largo de su vida me parece uno de los instantes más hermosos y humanistas de todo el cine del año. Lo real desde la ficción, lo macro desde lo micro; como la actuación de Frances McDormand, como la propia película.

Mejor plano secuencia: Roger Deakins por 1917. Soy consciente de lo previsible de esta decisión pero el plano nocturno iluminado por el fuego me parece una de las cumbres de la dirección de fotografía del año.

Mejor plano fijo:. El plano picado de una mujer tumbada en la hierba en Beginning. Su hijo intenta despertarla pero ella no responde. ¿Tal vez esté muerta? El plano fijo se alarga durante varios minutos, haciendo que el espectador se desvíe del centro y analice minuciosamente todo lo (poco) que está en los márgenes del encuadre e intente imaginar lo que está fuera. De algún modo la cámara juega a encarcelar a su protagonista, pero la extensión en el tiempo hace que sea la propia audiencia quien sienta esos mismos barrotes. El plano inmediatamente posterior cede el protagonismo al hijo observando, a lo lejos, a su madre y, entonces, un movimiento panorámico de la cámara une esa mirada del niño con un plano general de la mujer tumbada… con ese mismo hijo a su lado. La lógica de la decisión es tan imposible como fascinante. La madre finalmente se mueve y nos damos cuenta de que sigue viva y bromeaba. El tiempo y el espacio se unen gracias al discurso. Uno entiende cualquier disparidad de opiniones que pueda surgir frente a Beginning (también los puntos intermedios), una película con varias capas y con algunas decisiones tremendamente incómodas, pero la cinta tiene varias de las ideas de puesta en escena más sugerentes del año. Éste fue el plano que hizo que parte de la sala huyera en desbandada en su proyección en el Festival de San Sebastián y, en parte, esa es la razón de incluirlo en este texto, pero podría haber hablado del que abre la cinta o del que la cierra (ambos perfectos), o de otros como el de unos niños riendo en catequesis o el de una mujer sola en una silla. Cualquiera de ellos tendría el mismo peso: en todos ellos, como le ocurre a su protagonista, uno no sabe si está esperando a que algo comience o a que termine.

Mejor plano subjetivo: La doctora y el río en Monos. Julianne Nicholson está en plano medio en la parte izquierda del encuadre. Está mirando el paisaje. La cámara comienza a girar hacia la derecha lentamente y ella desaparece del plano y la imagen se convierte en un plano subjetivo de lo que ella ve. Al final del mismo, con el plano ya totalmente general, de repente vemos que ella está a lo lejos en la esquina derecha del cuadro. Es perfectamente factible que la actriz haya aprovechado que la cámara no la graba para ir corriendo por detrás de la misma hasta allí. También tiene cierto sentido que el personaje lo haya hecho. No hay ningún elemento mágico, pero lo parece. De algún modo resume lo que es la película.

Mejor plano: La pantalla de cine desde el barco en Martin Eden. Se trata del instante, al comienzo de la cinta, en que el protagonista ve un altercado fuera del barco donde trabaja y decide salir a ayudar a un desconocido en apuros. A nivel de guión ese es el detonante exacto de la trama, pero no es sólo que en ese instante Martin Eden decida abandonar el barco y, con ello, todo su estilo de vida, sino que lo hace de un modo en que, gracias al encuadre, da la sensación de que se está introduciendo en una pantalla de cine. De hecho, al comienzo del plano se puede ver su sombra increpando a los personajes que se encuentran en esa pantalla, como si hasta ese instante Martin Eden fuese un mero espectador de la vida… Cuando vi la película el plano se me quedó inmediatamente grabado pero cuando un par de días después escuché el podcast de esta casa analizando la cinta, las palabras de Víctor Esquirol sobre el plano confirmaron mi idea y me elevaron todavía más su presencia. Me parece precioso que en Martin Eden, el nacimiento del héroe (y del antihéroe) venga del mirar fuera de los marcos de su experiencia. Y que eso suponga una mirada hacia el mismo cine.

Mejor uso del formato: El VHS de Las buenas intenciones. Hay algo en esa reconstrucción de los noventa rodada en digital que me obliga a hacer un salto de fe continuo, pero, en contrapartida, me gusta muchísimo el juego de formatos que plantea la directora con el video doméstico.

Mejor plano/contraplano: Las dos máscaras de Possessor. Resulta fascinante ver cómo una idea que podría haberse convertido en un (gran) blockbuster sci-fi, que tiene elementos que podrían apelar fácilmente a lo mainstream, toma caminos inesperados e incómodos, extremadamente fríos, tanto en lo narrativo como en la puesta en escena. El plano/contraplano entre ese cuerpo protagonista habitado por dos almas sirve aquí para llegar a la persona a través de la máscara, sólo que esa persona es todavía más terrorífica que el disfraz. Cronenberg padre puede estar orgulloso de un Cronenberg hijo que consigue trazar un nuevo discurso sobre cuerpos rotos sin realmente deberle nada.

Mejor plano general: El clímax emocional de Onward. Resolver un instante íntimo y delicado en un plano general me parece una de las ideas más preciosas y respetuosas del cine de 2020.

Mejor plano detalle: Las manos de A Hidden Life. En el minuto 3 de la cinta dos manos plantan unas patatas y juguetean enamoradas. No se necesita saber más para saberlo todo. Creo que se ha sido un poco injusto con la última película de Terrence Malick: ha habido pocos ejemplos mejores del cine del gesto en todo el año.

Mejor secuencia táctil: El masaje de Days. Reencontrase con Tsai Ming-liang habría sido emocionante cualquier año pero en este 2020 de distancias de seguridad me tocó especialmente poder acceder a una unión y comunión de los cuerpos a través de lo táctil.

Mejor relación: Honor Swinton Byrne y Tom Burke en The Souvenir. En realidad esta “mejor relación” también podría ser destacada como la peor, porque efectivamente los problemas por los que pasan son infinitos, pero lo que más me fascina de toda la cinta es cómo Joanna Hogg consigue que te creas una pareja a priori sin química, cómo construye el atractivo de ambos, cómo introduce pequeños detalles que te dan todo y elipsis gigantescas que en realidad te roban nada. Por no hablar de esas grietas de guión donde, por ejemplo, ambos personajes piden perdón cuando claramente la culpa es sólo de uno. Hogg soluciona muy bien incluso el entuerto meta de contar su propia historia de amor a través del cine. Tal vez no sea la mejor relación del año, pero sí que es una de las que más me he creído.

Mejor travelling: La secuencia del restaurante en A Beautiful Day in the Neighborhood. Los dos protagonistas están en una mesa y el Mr. Rogers interpretado por Tom Hanks pide un minuto de silencio. La cámara se acerca lentamente a su rostro, que casi parece mirar a cámara pero no lo hace (sólo está mirándose a sí mismo). Todo el restaurante respeta ese silencio y, con él, todo el patio de butacas. Darle a Hanks este papel es una de las decisiones de casting más lógicas y acertadas de toda su carrera. La película, además, es mucho menos convencional de lo que parece a primera vista, tanto a nivel de lo que trata como de la forma de tratarlo. Este travelling demuestra que Marielle Heller (que lleva tres de tres en su filmografía) sabe perfectamente cuando parar para coger impulso. 

Mejor puesta en escena del cuerpo: Tom Mercier en Synonyms. Toda la película es un manual tan delicado como brutal sobre cómo confeccionar toda una puesta en escena alrededor de un cuerpo.

Mejor vestuario: Las cazadoras de cuero de Lux Æterna. Nunca un equipo de rodaje fue tan insoportable y pesadillesco como éste. Tampoco nunca ninguno vistió tan bien. Yves Saint Laurent no podría haber gastado mejor su dinero.

Mejor elemento de attrezzo: El paraguas de The Wild Goose Lake.

Mejor excusa narrativa: Introducir a Sergio Chamy como espía en la residencia de ancianos de El Agente Topo.

Mejor giro de guión: El midpoint de La mujer del espía. Aunque su trama no sea laberíntica ni juegue a las sorpresas, hacia la mitad de la película aparecen una actriz, una caja fuerte, un tablero de ajedrez, un cambio de vestuario y una visita. Todos esos elementos conforman los pequeños pasos que dividen en dos una película pero, sobre todo, los roles establecidos dentro de una pareja. Kiyoshi Kurosawa y Ryūsuke Hamaguchi nunca llegan a traicionar lo clásico pero, sin embargo, escriben una película que sólo podría hacerse desde el hoy.

Mejor gag: El chiste en tres partes de Wuhai. No todo el mundo presente en el último Festival de cine de San Sebastián entendió la excelente Wuhai como una comedia pero para el que esto escribe no hay duda posible: una discusión de pareja que acaba con el protagonista rompiendo histéricamente una pecera, un encuentro con un matón al que en plena pelea se le cae su pierna ortopédica, una orquesta que sigue tocando en pleno incendio, una figura gigante de un dinosaurio al que se le cae un ojo en mitad del desierto… Si bien es cierto que Wuhai recoge influencias de la nueva ola del noir chino, es lo más cercano a una bufonada que hubo en todo el festival y la confirmación definitiva llegó en su final: no conviene desvelarlo pero el gag en tres pasos con el que la cinta echa el cierre lo habrían firmado los hermanos Coen sin pestañear.

Mejor enamoramiento: La sirena y el buzo en Undine. No ha habido en todo el año una química mayor en pantalla que la de Paula Beer y Franz Rogowski. Desde la pecera hasta la cama, desde el paseo hasta el tren: todo sabe a dos cuerpos que ni quieren ni pueden separarse.

Mejor referencia pop: El “¿estaban Ross y Rachel tomándose un descanso en Friends?” de Limbo. No suelo ser muy partidario de los guiños gratuitos a la cultura pop como mecanismo para conectar con el espectador pero creo que en Limbo su uso es perfecto: dos refugiados en una casa perdida en Escocia discuten enfurecidamente y, poco a poco, el espectador comienza a entender que la bronca viene debido al visionado de unas cintas que usan para practicar con el inglés y donde tienen grabados varios episodios de Friends. Si me parece que en esta ocasión la referencia es adecuada es porque esos refugiados discuten como el resto del mundo porque se les ha dado la oportunidad por primera vez de ver la serie. Los otros somos también nosotros y me gusta mucho que todo el relato esté narrado bajo sus ojos, sin que nadie autóctono tenga apenas voz. La película es, a su vez, una de las sorpresas del año. Una feel-good movie de manual que sin embargo suena a algo nuevo.

Mejor momento musical: El baile de Verano del 85. Una pareja bebe en una discoteca donde suenan éxitos de los ochenta. Se encuentran celebrando efusivamente su recién encontrado amor a través del baile, pero de repente uno de ellos le pone al otro los cascos de un walkman donde suena Sailing de Rod Stewart y éste se abstrae del sonido, de las luces, del movimiento frenético de los cuerpos y se queda únicamente con la canción, saboreando el minuto de felicidad, anticipándose a la memoria y a la nostalgia. No es el instante más realista de Verano del 85, tal vez ni siquiera sea el baile más relevante dentro de la cinta, pero es un momento en el que todo se para tanto para celebrar el presente como para mirar hacia atrás y hacia delante. De algún modo, la secuencia me recordó a otra parecida de Morvern Callar, la obra maestra de Lynne Ramsay, y aunque el tono sea muy distinto, creo que ambas hablan de temas parecidos: la delgada línea que existe entre encontrarse y perderse en el otro.

Mejor espiral: El modo de pelar una manzana que tiene el protagonista de Apples. Una espiral que también sigue la propia estructura de la película. 

Mejor elipsis: El final de Karen. Sin entrar en detalles, diré que es una de las elipsis más bonitas, mágicas y significativas de todo el cine que he visto en 2020.

Mejores viajes en el tiempo: Nolan siendo fiel a sí mismo y a su filmografía previa regalándonos Tenet. No sé si es el héroe que nos merecemos, pero desde luego es el que necesitamos.

Mejores viajes a otros tiempos: La primera secuencia de First Cow en que Kelly Reichardt introduce el flashback. Es curioso como el western, que a priori es un género con unas reglas narrativas y formales marcadísimas, sea uno de los que más permite la reinvención sin salirse de su marco. Aquí tenemos unos espacios que yo personalmente nunca antes había visto en cine (esas chabolas desperdigadas, ese fuerte, esa casa inglesa, ese bosque y ese río) y sin embargo todo es reconocible. El centro también es la habitual amistad y camaradería masculina, pero la óptica es distinta: mucho más amable, humanista, con dos personajes marginales que en cualquier otra película habrían sido secundarios. Estamos ante una de las películas más apetecibles y sabrosas de 2020 y, de nuevo, la mejor hangout movie del año es un western.

Mejor resorte de guión: El final de Mujercitas. Como indica Greta Gerwig en el encabezado de una de las últimas secuencias de su guión, “THE PRESENT IS NOW THE PAST. OR MAYBE FICTION. EXT. TRAIN. EVENING. 1869″.

Mejor bucle temporal: Visitar al mismo tiempo Burgos y Nueva York gracias a Juan Cavestany y Un efecto óptico.

Mejor alto en el camino: Atsuko Maeda y Uzbekistan en To the Ends of the Earth. Hacía mucho tiempo que no veía una película que retratase tan bien el sentirte solo en el extranjero y llegar a tu habitación de hotel y sentirte reconfortado pero a los dos minutos estar igual que antes.

Mejor inicio (cruel): La fiesta de Nuevo Orden. Aunque tengo varios problemas con la película y no tengo muy claro que, vista en su totalidad, se la recomendara a nadie, la primera media hora es colosal y perdono a Michel Franco hasta que me haga posicionarme en favor de los ricos.

Mejor final (feliz): la apoteósica y preciosa escena final de Saint-Narcisse. La postal con la que se cierra la última película de Bruce LaBruce es una orfebrería de tono y concepto. No sé si es el mejor final de todo el año, pero desde luego es el mejor happy ending: ves la ligereza y la diversión del creador en cada uno de sus fotogramas.

Mejor punto de partida: La premisa de Druk de que tal vez haga falta ir al trabajo borracho para superar la rutina. Cualquier otro año habría sonado a propuesta descabellada. 

Mejor punto de llegada: Los tres minutos con que se cierra Druk. La secuencia muestra a un actor exorcizándose, canalizando su cuerpo hacia la pura emoción, buscando la mejor juventud y en la cima. También desvían el camino marcado por el tercer acto de la película hacia territorios tal vez moralmente más inestables pero mucho más agradecidos y consecuentes. Además, el tránsito que va del último plano congelado de la cinta a la cartela que anuncia “Un film de Thomas Vinterberg” y la posterior dedicatoria a su hija Ida —fallecida al poco de comenzar el rodaje— dan todavía más resonancia a la letra de la canción del grupo danés Scarlet Pleasure que suena por encima: What a life, what a night, what a beautiful, beautiful ride…

Mejores viajes entre el tiempo: Hertzfeldt y la inconmensurable World of Tomorrow Episode Three: The Absent Destinations of David Prime. Tal vez estemos ante la mejor trilogía de ciencia ficción de la historia del cine.

Mejor referencia a 2020: la máscara y la mascarilla de Host. Por supuesto la película que mejor ha retratado este año en cine ha sido de terror.

Mejor experiencia cinematográfica en 2020: Ver por primera vez en mi vida Milagro en Milán y hacerlo en un cine al aire libre, comiéndome un bocadillo de lomo con pimientos, en una isla casi vacía, con la brisa típica de las noches de verano, rodeado de niños que también la descubrían en ese momento, olvidándome de encierros, mascarillas, distancias y grupos burbuja. Ha habido otros instantes este año en que el cine me ha evadido e invadido, pero recuerdo aquella noche como un rayo de luz que calienta en mitad del invierno.