Con Un americano en Paris da la primera sensación de que Minnelli pretendía sorprender a un género popular como el musical y llevarlo al reconocimiento convirtiéndolo en algo plagado de referencias cultas. Para ello llenó el filme de homenajes y recreaciones (Rousseau, Utrillo, Dufy,…) aunque en realidad todas estas referencias nunca llegan a ser señales de un elitista sino más bien una forma de acercar las grandes obras a un público mayor a través de un nuevo lenguaje. Minnelli juega a decirnos cuanto sabe, pero qué es lo que realmente quiere; y lo que él pretende es guiñar un ojo al arte sin traicionar las reglas básicas del musical que, por su propia naturaleza, está hecho para las masas. El resultado es una película espectacular que parte de un argumento de lo más sencillo (un pintor ha de escoger entre una mecenas rica o una amante pobre) para acabar apostando por una decisión muy arriesgada: los últimos 17 minutos son una sucesión de escenarios y bailes sin línea narrativa clara que dejaban claro que Minnelli, más que un pintor, era un muralista. El clímax de Un americano en París nos demuestra el poderío del director manejando la pura abstracción mientras que el resto de la película nos ofrece el mejor Hollywood posible. Por si eso fuera poco, el protagonista es Gene Kelly, seguramente uno de los mejores actores de la historia del cine. ER

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