Manu Yáñez (Zinebi, Bilbao)

Pese a su fértil vínculo histórico con la literatura, el cine ha tendido a mantener una distancia prudencial respecto a la idea del libro de relatos, más aún cuando las diferentes historias no tienen un nexo narrativo evidente. Así, pese a la existencia de hitos canónicos como Intolerancia de D.W. Griffith o La ronda de Max Ophüls (películas que, en todo caso, hilvanaban sus relatos en torno a un sólido corazón temático o mediante un juego de paso-del-testigo-narrativo), el cine no se ha prodigado en la compilación de historias cortas y autónomas; no tenemos en cuenta aquí el modelo de las historias cruzadas, que tuvo un auge casi desmedido durante el cambio de siglo a partir del éxito artístico de Vidas cruzadas de Robert Altman, basada en relatos de Raymond Carver. En este sentido, What Doesn’t Float, la ópera prima de Luca Balser, se presenta como una obra singular: una antología de siete historias sobre personajes de diversas edades, sexos y razas que apenas tienen en común un escenario, la ciudad de Nueva York, y un elemento, el agua.

What Doesn’t Float se inaugura con una colección de estampas que evocan la idea del residuo. Un amante del paddle surf recoge basura que flota sobre el río Hudson, mientras que una mujer asiática recorre las calles amontonando plásticos. Más allá de la conciencia cívica del primero y el interés económico de la segunda, podría tratarse de dos personajes con afinidades, pero la película se encarga de enredarlos en una trifulca fortuita y absurda que hará emerger un conjunto de brechas culturales, de clase e intergeneracionales. Este primer capítulo –o “viñeta”, según la terminología expuesta en los títulos de crédito del film– ya fija un tono y un marco de acción. El registro es el de la comedia negra y el contexto expresivo apunta claramente hacia una nueva “familia” de cineastas neoyorkinos que estaría capitaneada por los hermanos Ben y Josh Safdie –Balser trabajó como ayudante de montaje en Diamantes en Bruto– y en la que también figurarían Alex Ross Perry, Nathan Silver o Sean Price Williams, quien ejerce como director de fotografía de What Doesn’t Float. Este grupo de cineastas comparte no solo el interés por explorar los recodos menos conocidos de la Gran Manzana sino también el impulso de representar actitudes irresponsables y groseras, que suelen desatar un compendio caótico de gestos desesperados, hostiles y bellos.

Abrazando al imaginario de esta nueva generación de autores independientes, Balser y su guionista Shauna Fitzgerald se entregan con convicción y placer a la confección de un mosaico de personajes que, desde su condición solitaria y ensimismada, atisban sin demasiada esperanza la posibilidad del encuentro con otros seres humanos. La cita de una chica descarada (Pauline Chalamet, hermana de Timothée) se va al traste por culpa de un noviete demasiado cafre; un fumeta adolescente se masturba en su coche estimulado por la figura de una bañista invernal; una joven que acaba de cumplir la treintena sufre una crisis existencial por culpa de una ruptura sentimental; y una niña afroamericana que va a interpretar a María Magdalena en una función religiosa choca estrepitosamente, y luego forja una pequeña complicidad, con un hombre tosco (el siempre amenazante Larry Fessenden). La sensación de no-futuro se palpa desde la primera historia, mientras que la disposición de los personajes va variando ligeramente a medida que avanza el metraje, desde la flagrante inconsciencia de los primeros antihéroes del film al creciente malestar que impregna los últimos relatos. El último, protagonizado por un marinero incapaz de sobrellevar su retiro, es el más largo y emocionante de la película.

Concebida como un frenético collage de primeros planos, What Doesn’t Float se mueve con agilidad entre un registro realista y unas fugas entre surrealistas, poéticas y oníricas: el personaje de Chalamet tiene una revelación casi trascendental ante la imagen de unos peces de colores que surcan las profundidades del Hudson; la María Magdalena negra queda embelesada por el agua espumosa y los rodillos de un tren de lavado; y el marinero incapacitado tiene dulces pesadillas en las que recobra la capacidad de navegar. Así toma forma la provocadora, hilarante y doliente What Doesn’t Float, una película que consigue renovar, en clave impresionista y fragmentaria, el imaginario neurótico y agridulce que suele acompañar a la representación fílmica de la ciudad de Nueva York.