Carlota Moseguí

La batalla entre el Bien y el Mal se está librando en la iglesia de un pueblo de Navarra del que jamás conoceremos el nombre. El combate no está igualado puesto que éste sucede sin que una de las dos partes tenga conciencia de ello. Tampoco han sido informados los habitantes del municipio, los cuales son víctimas secundarias de las bromas pesadas que un demonio travieso (Ramón Churruca) le está gastando al nuevo párroco. Así, Nuevo altar arranca con la llegada del Padre Julián (interpretado por el guionista de la película, Julián Génisson) a la aldea anónima. El cura ha sido llamado en plena noche para dar la extremaunción a un lugareño que acaba de fallecer (Nacho Vigalondo). Dicha tarea ha sido encomendada al Padre Julián porque el anterior párroco del pueblo desapareció meses atrás sin dejar rastro. A partir de ese momento, el nuevo cura asumirá las tareas del ausente, convirtiéndose en el nuevo pasatiempo de las fuerzas malignas que merodean por los alrededores.

El primer cortometraje de Velasco Broca filmado en formato digital es una desternillante obra de posthumor cuyo esqueleto tiene forma de noir clásico. La película narra la obsesión del Padre Julián por descubrir el paradero del párroco desaparecido; un misterio que cada vez será más difícil resolver por culpa de las inagotables jugarretas que planea ese diablo de segunda categoría. La obcecación enfermiza del protagonista por conocer la verdad se manifiesta en su máximo esplendor en el mundo de los sueños. Durante la noche, y a la hora de la siesta, el Padre Julián sufre una serie de pesadillas en las que imagina cómo fue asesinado su predecesor en la parroquia. Como todos los sueños, los del Padre Julián se construyen a partir del recuerdo de las vivencias recientes que más le impactaron. Broca se introduce en la mente del cura y recrea el funcionamiento de su subconsciente a través de la repetición de secuencias que ya hemos visto, pero que ahora –con un nuevo punto de vista subjetivo– presentan algún tipo de alteración. Por ejemplo, la mente del protagonista substituye alguno de los personajes por el del cura desaparecido, o añade elementos a los decorados que le hacen sospechar que horas atrás pudo haberse paseado por la escena del crimen junto al asesino.

Pero los sueños del segundo párroco no son las únicas secuencias que presentan esta compleja estructura basada en la repetición de escenas previas con pequeñas variaciones. La mayor parte del metraje (especialmente las inocentadas de ese ser malévolo) reproduce el mismo esquema. Al son de la inquietante Sonata para violín en sol menor de Giuseppe Tartini –también conocida como Trino del diablo porque cuenta la leyenda que el diablo se le apareció en sueños al compositor barroco antes de crear este prodigio musical–, la trama detectivesca entra en una especie de bucle sin salida, que el autor y guionista han resuelto con un increíble giro que pone punto y final al misterio con una insospechada historia de amor.

Otra de las historias de amor más sorprendentes que han dejado huella en el Festival Punto de Vista es la que nos descubrió el director italiano Luca Ferri. Presentado en la competición de cortometrajes del anterior Festival de Venecia, Colombi rememora las hazañas de un matrimonio cuyos miembros tienen más de cien años. La película rodada íntegramente en Super-8, alternando imágenes en color y en blanco y negro, nos traslada hasta la residencia de ancianos donde ahora viven Annunciata Decò y Giovanni Colombi. Ferri les ha colocado detrás de un parrilla de números gigante que termina en el noventa, indicando el total de años que han pasado juntos. Durante los veinte minutos de metraje de Colombi, una incansable voz en off femenina describe su vida conyugal. Sin embargo, si escuchamos con atención, veremos que la mujer no está narrando momentos cualquiera, sino la relación que estableció la pareja con los objetos o descubrimientos tecnológicos de cada década. Así, la voz ilustra el impacto que supuso la aparición de las motocicletas, los coches, las cafeteras y hasta los pomos de las puertas. Colombi describe la atemporalidad del amor de un matrimonio cuya llama permaneció intacta mientras el siglo XX aceleraba sin frenos que lo controlaran.