Una de las películas más esperadas de sección oficial del Festival de Venecia era la adaptación cinematográfica de la novela Beasts of No Nation de Uzodima Iweala, a cargo del norteamericano Cary Fukunaga. El film nos acerca hasta una sanguinaria guerra civil que transcurre en un país africano cuyo nombre nunca será revelado –aunque durante los primeros minutos de la película, los nativos de la aldea del protagonista no hablan en inglés, sino en twi: un dialecto de Ghana–. La batalla se libra entre las fuerzas armadas oficiales y un ejército de niños guerrilleros, liderados por un comandante desalmado al que da vida un sobresaliente Idris Elba. El protagonista de esta ficción no es el personaje de Elba, sino un huérfano de nueve años, llamado Agu (Abraham Attah), que se une a los insurrectos cuando el ejército del Estado masacra su aldea (anteriormente declarada neutral). Si bien el texto original estaba construido a partir de flashbacks que contraponían el presente del ex-combatiente con su turbio pasado, Fukunaga se decanta por una crónica lineal de los hechos. Por otro lado, el director de Sin nombre adapta el flujo de conciencia del relato de Iweala introduciendo la voz en off de Agu, quien narra su macabro coming-of-age desde un presente indefinido.

En el ecuador de la ficción tiene lugar un diálogo que revela el corazón del nuevo film del realizador de la primera temporada de True Detective. Se trata del único encuentro entre Idris Elba y su superior –un líder misterioso interpretado por Jude Akuwudike–, en el que surgirá una disputa a propósito de los conceptos de ‘soldado’ y ‘político’: para el corrupto mandatario, el soldado no debe pensar, sino obedecer. Este reaccionario alegato en contra de la noción de ideología resulta esencial para entender por qué Fukunaga no da más detalles del ideario, el sistema político o la religión que los terroristas quieren imponer. De este modo, sin contextualización ni politización del conflicto, el film describe la guerra desde su verdadera esencia: un acontecimiento absurdo, terrorífico e innecesario, llevado a cabo por máquinas de matar –manipuladas psicológicamente– que exterminan a los civiles con piloto automático.

Por otro lado, Beasts of No Nation plantea su moraleja antibelicista a través de una presentación exacerbada y esteticista de la violencia. Su estilización de la barbarie busca herir la sensibilidad del espectador para revelar la desoladora realidad del reclutamiento infantil. Un espectáculo de brutalidad gratuita que regala escenas asombrosas: largas tomas, al estilo del icónico plano secuencia del cuarto capítulo de True Detective, que revisitan la decadencia humana de Apocalypse Now.