El Atlàntida Mallorca Film Festival (AMFF) celebra su 13ª edición de forma presencial en Palma del 23 al 30 de julio, y online, en la plataforma Filmin, del 24 de julio al 24 de agosto. A continuación, nuestros críticos analizan diez joyas del festival.

FLUX GOURMET | Peter Strickland | Reino Unido, Hungría, Estados Unidos | 2022 | 111 min | Sección Climatics

El inglés Peter Strickland tiene mejores y peores películas, pero en toda su filmografía (que hasta aquí está conformada por Katalin Varga, Berberian Sound Studio, The Duke of Burgundy e In Fabric) se percibe una permanente apuesta al riesgo, la audacia, la experimentación e incluso a una cierta deformidad e incomodidad. Flux Gourmet no es una excepción. En su interés por explorar terrenos cada vez más pantanosos y excéntricos, Strickland corre el riesgo de convertirse en un autor dominado por sus compulsiones y arbitrariedades. Algo de eso hay en Flux Gourmet, una tragicomedia en la que combina delirantes performances, elementos gastronómicos, las batallas de egos entre artistas y los malestares gastrointestinales. El resultado es un film sin miedo al ridículo y con unas cuantas escenas marcadas por la exageración y el patetismo.

Más allá de la ya habitual estilización y el despliegue visual del que suele hacer gala Strickland, Flux Gourmetes una abrumadora y poco sutil mixtura de escatalogía (¡la mierda y el chocolate!, los pedos), constante uso de la voz en off (en alemán y griego) y personajes bastante poco empáticos e incluso a veces despreciables en el marco de una residencia de tres semanas en el Sonic Catering Institute.

El generoso elenco multinacional (Asa Butterfield, Gwendoline Christie, Ariane Labed, Fatma Mohamed, Makis Papdimitriou y Richard Bremmer) se somete a los caprichos del director, que propone un tono cercano al cine griego de Yorgos Lanthimos, Panos H. Khoutras o Athina Rachel Tsangari, filma una colonoscopía como si fuera una performance artística (muy similar a lo que Cronenberg propone en Crimes of the Future), algo de Suspiria y hasta un explícito homenaje a Irma Vep (el serial clásico y la película/serie de Olivier Assayas). Diego Batlle

H | Carlos Pardo Ros | España | 2022 | 67 min | Sección Domestic

H, la ópera prima en solitario de Carlos Pardo Ros –cofundador del colectivo lacasinegra–, afianza su poder de conmoción en un particular eje de referencia cartesiano. Al Norte, reside la confianza del cineasta en la fuerza reveladora del gesto (o lo que los críticos hemos dado en llamar el “cine de la fisicidad”). Al Sur, el deseo de jugar con las múltiples posibilidades de diálogo entre la imagen y el sonido. Al Este, una concepción endiablada de la escritura y el montaje como procesos orgánicos, receptáculos de experiencias torrenciales, azotadas por pulsiones de vida y muerte. Y, por último, al Oeste, la conciencia de que la memoria, esencial para comprender el presente, puede experimentarse de forma individual, pero suele expresar un sentir colectivo.

A partir de este singular credo fílmico, Pardo Ros construye una película que busca su origen en un hecho ocurrido el 12 de julio de 1969: “En el encierro de San Fermín, un toro mató a H de una cornada en el corazón. Hoy los fantasmas de H beben, ríen y bailan por esas mismas calles intentando escapar de un cuerpo que se acaba”. Así es como la enigmática sinopsis de H sintetiza el deambular de una película que persigue el éxtasis hedonista de una noche de frenesí, pero que pronto intuye el horizonte de un cierto vacío existencial. Sin caer en la grandilocuencia, Pardo Ros articula un discurso fílmico de alto calado filosófico y generacional, confiando en las voces de sus compañeros de aventura: actores, colaboradoras, consiglieres y otras almas afines que dan forma a esta obra arrebatadora. Manu Yáñez

HUMAN FLOWERS OF FLESH | Helena Wittmann | Alemania, Francia | 2022 | 106 min | Sección Memoria Histórica

Cabría afirmar que Helena Wittmann es la cineasta contemporánea que mejor ha filmado el mar, con el permiso del Albert Serra de Pacifiction y el Viktor Kossakovsky de Aquarela. En este sentido, conviene recordar el antecedente más conocido de esta directora alemana: la odisea marítima de Drift. Pues bien, en su segundo largometraje, Human Flowers of Flesh (un título cuyo orden de palabras pide ser subvertido), el objetivo parece el mismo. De nuevo, un barco y un tránsito. Arrancamos desde Marsella para llegar a Sidi Bel Abbes, en Argelia; y, por el camino, un espacio, una experiencia, un tiempo. Un tiempo aletargado, ajeno a las frenéticas corrientes de la contemporaneidad. En el film, un grupo de cinco personas recorre un camino que bordea una costa escarpada. Lo que a nivel narrativo podría haberse resuelto con un par de cortes de montaje, aquí se prolonga en el tiempo sin un férreo sostén narrativo, como si estuviéramos en el Planeta Antonioni.

Lanzados a la abstracción, debemos contentarnos con saber que los cinco personajes conformarán una “tripulación”. La cosa se empieza a clarificar cuando Wittmann presenta una conversación inocua en la que solo destaca la palabra “fluir”. Y es que absolutamente todo en Human Flowers of Flesh tiene que ver con el agua. Sin la necesidad de invocar los movimientos ondulantes del mar, a la realizadora, guionista y directora de fotografía, le basta con el azul clorado de una piscina comunitaria para quedarse hipnotizada, para arrastrarnos al trance. Esto no es una película, es un ritual de inmersión. Cuando queremos darnos cuenta, estamos en compañía de unos microrganismos luminiscentes que no se sabe si están siendo observados con un microscopio o si son el producto de una imaginación desbocada. Luego, estamos en el fondo del mar, donde reposan toneladas de chatarra oxidada (y reclamada por la fauna y flora marina). Y, más tarde, el reflejo de la Luna sobre el negro infinito de las aguas nocturnas cumple a la perfección la función de luz estroboscópica para una rave celebrada en alta mar. Todo está conectado porque todo está empapado por la misma sustancia. Todo es real porque así parece aseverarlo una imagen granulada que se defiende de los simulacros de la imagen digital. Las fuerzas oceánicas y el cine de Helena Wittmann conforman un pacto simbiótico apabullante, una alianza que erosiona, que transforma… no solo las cosas, sino también la conciencia; los sueños que emanan de ella. Víctor Esquirol

SOC VERTICAL PERÒ M’AGRADARIA SER HORITZONTALMaría Antón Cabot | España | 2021 | 39 min | Sección Memoria Histórica

A partir de los textos de Sylvia Plath, Sóc vertical però m’agradaria ser horitzontal de María Antón Cabot, del colectivo lacasinegra, sigue a la escritora y poetisa estadounidense por escenarios de Benidorm, cuando abandona su casa vacacional y se topa con otra mujer profundamente arraigada al imaginario español contemporáneo: Belén Esteban. En 1956, Plath se acababa de casar con Ted Hughes. Todavía quedaba lejos la tumultuosa relación que la autora de La campana de cristal tendría con su marido. Y, de hecho, hay algo de placidez en los primeros pasajes de la película, una sensación que se desprende de las palabras de ella, que escuchamos y que reproducen algunas de las frases de las célebres cartas de Plath a su madre: “sentí, igual que Ted, que ese era nuestro lugar”.

Cuando la pareja de escritores estuvo en Benidorm, todavía no se había producido el boom del ladrillo que define la fisionomía actual de la ciudad valenciana. Cuando Plath sale a pasear, abandona su época y se topa de bruces con la nuestra, en la que relucen los altos edificios de la costa valenciana, y por la que transita una tal Belén, interpretada sutil y delicadamente por Ruth Gabriel. Así, Sóc vertical però m’agradaria ser horitzontal se asienta sobre el gesto radical de hermanar a estas dos figuras femeninas en un mismo encuadre, en un mismo plano temporal. Lo curioso es que la colisión que propone la película entre tiempos y personalidades acaba cediendo terreno a otra tensión, la que fulgura entre lo real y lo ficcional, en cuanto que el tono plácido del film contrasta con la fuerza arremolinada y torrencial de las vidas de Plath y Esteban. En este sentido, la crónica del encuentro entre estas dos mujeres acaba perfilándose como una suerte de trasfondo para el retrato de un lugar, Benidorm, que puede ser algo más que un símbolo del desarrollismo. Violeta Kovacsics

GIGI LA LEGGE | Alessandro Comodin | Italia, Francia, Bélgica | 2022 | 98 min | Sección Política y Controversia

Comodin ganó el Leopardo de Oro de la competencia Cineasti del Presente de Locarno 2011 con su ópera prima L’estate di Giacomo. Más de una década después, el cineasta italiano presenta otra docuficción ambientada en un pueblo rural en pleno verano. Pier Luigi Mecchia, Gigi para la comunidad, es un policía que controla desde su patrulla el (casi inexistente) tráfico en la zona de Malatesta y Villanova, poblados del Friuli cercanos a Venecia que no superan los 12.000 habitantes. Además, se trata del tío del director. Su principal conflicto es con un vecino que se queja de que las ramas de Gigi invaden su propiedad, pero en principio todo es tranquilo y bucólico en la región. Sin embargo, Gigi descubre que una joven se ha suicidado tirándose a las vías cuando pasaba uno de esos trenes que jamás se detienen en el pueblo. Y no es el primer caso. ¿Por qué una ola de suicidios en un lugar tan plácido y encantador?

No todos le tienen simpatía a Gigi, pero él siempre se muestra sonriente y hasta seductor. En ese sentido, es capaz incluso de iniciar una relación primero “a distancia” con la operadora responsable de manejar las comunicaciones por radio con los agentes. Hasta que se decide a invitarla a salir. Entre el realismo del documental observacional y un absurdo pueblerino que remite al universo de P’tit Quinquin de Bruno Dumont, Gigi la legge es una película lúdica, cristalina, empática y por momentos misteriosa, en la que nos podemos divertir como si fuera una comedia de Jacques Tati y emocionar cuando los personajes entonan Sono un pirata, sono un signore, acompañando a un Julio Iglesias que canta italiano; o ese himno pop de los ’80 que es Amore disperato, de Nada. Por más seres luminosos como Gigi y directores humanistas como Alessandro Comodin en estos tiempos de cinismo y odio. Diego Batlle

DISTURBIOS | Cyril Schäublin | Suiza | 2022 | 93 min | Sección Memoria Histórica

Construida a partir del perfecto engarce entre estética y política, Disturbios recrea con gran pulcritud el día a día, allá por 1877, de una fábrica de relojes situada en las montañas del Jura suizo. Hasta la región llega el geólogo ruso Piotr Kropotkin, que pretende elaborar un “mapa anarquista” que pudiera reflejar “la perspectiva de la población local frente a la administración y otras autoridades”. Un proyecto cartográfico que hallará suspicacias e interés por parte de una comunidad dividida entre una burguesía determinada a sostener sus ganancias y unos trabajadores comprometidos con la mejora de sus condiciones laborales. En este sentido, Disturbios adquiere una resonancia histórica singular, en cuanto que retrata un episodio esencial en el itinerario vital e ideológico de uno de los padres del anarcocomunismo. 

En una de las primeras secuencias de Disturbios, un encargado del taller de relojería se pasea cronometrando la labor de montaje de las trabajadoras. También abundan las escenas de personajes que ponen en hora los omnipresentes relojes de pared, que deben ajustarse a uno de los cuatro husos horarios que operan en la región: el municipal, el local, el de la iglesia y el de la fábrica. En conjunto, Schäublin despliega sobre el relato una cacofonía de tiempos que refleja tanto la lucha entre poderes fácticos como, en términos más abstractos, el arrogante empeño del ser humano por imponerse sobre el orden natural. El cineasta suizo, que no da puntada sin hilo, hace confluir sus diferentes intereses en unos intrigantes planos generales, todos fijos, que tienden a arrinconar a los personajes en la franja inferior y en los márgenes del encuadre. No sería descabellado pensar que, en estas imágenes, Schäublin invoca en clave naturalista los espíritus de Jacques Tati y Bertolt Brecht.

En su propuesta de un cine histórico que abraza el rigor escénico y la sensualidad de la palabra, Disturbios busca el diálogo con una noble estirpe de autores de la modernidad, del matrimonio formado por Jean-Marie Straub y Danièle Huillet a Raúl Ruiz, pasando por Manoel de Oliveira. Una herencia que Schäublin proyecta hacia algunos de los grandes debates de nuestro tiempo, de la mercantilización de las imágenes y la fama, a las derivas contemporáneas que han tomado los movimientos obreros y nacionalistas. Para ilustrar la disputa ideológica, Schäublin muestra a los anarquistas organizando una rifa en solidaridad con los “huelguistas de Baltimore, Bélgica y Barcelona”, mientras que los poderosos montan una lotería paralela con el lema de “un donativo para la patria”. Anhelos y frustraciones de una sociedad de consumo no tan lejana a la nuestra. Manu Yáñez

MUTZENBACHER | Ruth Beckermann | Austria | 2022 | 100 min | Sección Arties

La directora de El vals de Waldheim toma como punto de partida para su nuevo documental la novela anónima Josefine Mutzenbacher o la historia de una prostituta vienesa contada por ella misma, publicada en 1906 y luego atribuida a Felix Salten, el autor de Bambi. Que haya quedado anónima tiene su explicación: se trata de uno de los relatos más extremos sobre la sexualidad que durante décadas fue considerado directamente como mero material vulgar, perverso y pornográfico (de hecho, estuvo prohibido hasta 1968, aunque se seguía leyendo de forma tan clandestina como masiva) con el plus de que la protagonista, cual Lolita, es menor de edad. Pero con el tiempo no solo la prohibición desapareció, sino que le llegó una merecida reivindicación de sus valores artísticos.

La siempre audaz y provocativa Beckermann se propone, como punto de partida para esta película-experimento, convocar en abril de 2021, vía anuncios en diarios, a hombres de entre 16 y 99 años sin experiencia en la actuación para una supuesta película sobre Mutzenbacher. Lo que ella filma en esas sesiones de casting realizadas en un gigantesco hangar despojado (el ámbito principal es un amplio y viejo sillón rosa) es a esos hombres leyendo fragmentos de la novela y luego sus reacciones, pensamientos e interacciones que incluyen confesiones sobre sus propias fantasías sexuales.

Lo que en principio parece (y solo para algunos es) una situación incómoda se transforma en una exploración diversa, inteligente y profunda de cómo perciben los hombres esa sexualidad extrema en tiempos en que además los tradicionales conceptos de masculinidad están en crisis. Pero no hay en Beckermann, como podía intuirse en primera instancia, un ánimo de burla o superioridad respecto de esos hombres ya veteranos y curtidos. Ella los filma (de a uno, de a dos, de a cuatro y finalmente a todos en conjunto, con espíritu de coro), pero también les pregunta y trata de entenderlos. Estamos ante una película noble que sabe mirar y escuchar sin estigmatizar ni plantear un halo de superioridad o manipulación, algo tan sencillo pero al mismo tiempo tan infrecuente en el cine contemporáneo. Y no solo en el cine. Diego Batlle

FAUNA | Pau Faus | España | 2023 | 74 min | Sección Climatics

Fauna, la nueva película de Pau Faus (Alcaldessa), propone al espectador un estimulante viaje desde la comodidad de las evidencias hasta la intranquilidad que provoca la incertidumbre, desde la simplicidad de los axiomas hasta la “verdad” de la “contradicción”, celebrada en una cita de Georges Bataille que abre el film. La evidencia inicial con la que juega la película tiene que ver con la distancia abismal entre el mundo natural y el tecnológico. En un extremo de esta premisa dicotómica, Fauna presenta una ruralidad de tintes bucólicos, un escenario idealizado donde un pastor pasea con su rebaño de ovejas entre bosques y prados. Del otro lado, el film se adentra en las asépticas estancias de un laboratorio científico donde se realizan pruebas con animales para el diseño de una vacuna contra la Covid. La enorme distancia entre estos dos escenarios aparece subrayada por una dialéctica formal: el pastor es filmado mediante una combinación de planos fijos y cámara en mano, mientras que en el retrato del laboratorio científico –que parece surgido de una obra de ciencia ficción cronenbergiana– impera el rigor simétrico, una frialdad clínica.

Con este arranque elemental, Fauna propone uno de sus temas de fondo: la relación desigual entre el ser humano y el mundo animal. Un combate disparejo, marcado por la arrogancia humana, que Faus muestra con locuacidad, pero también con un cierto pudor, en cuanto que la película renuncia a mostrar la cara más sórdida del trato que reciben los animales (cobayas, cerdos, cabras…) en el laboratorio. No estamos ante una reescritura de La sangre de las bestias de Georges Franju, aunque la brutalidad del célebre documental sobre mataderos palpita en los fueras de campo que Faus maneja con destreza. Fauna merodea por el tabú de la investigación científica con animales, aunque ese no es el único límite que explora una película que se sitúa a medio camino entre la observación y la escenificación. En realidad, la mayoría de las secuencias responden a una planificación marcada, en línea con la idea de “documental de creación” que puso en boga En construcción de José Luis Guerín.

Entre imágenes de corte metafórico (unas malas hierbas se abren paso en los aledaños del laboratorio) y otras más literales (un plano general muestra a las cabras transitando al lado de una autopista), Fauna se hace fuerte en su negativa a anquilosarse en una posición maniquea. Así, poco a poco, revelando un minucioso trabajo de construcción narrativa, la película va revelando la importancia que tiene la tecnología en la vida del pastor, que ordeña a sus cabras con maquinaria industrial y que requiere de pruebas de rayos X para el diagnóstico de una enfermedad. Mientras, del otro lado, la investigación con animales se enmarca con toda claridad en la urgente lucha científica contra la COVID (cabe apuntar que el film se realizó a lo largo de los meses más críticos de la pandemia). En definitiva, guiado por una disposición meditativa, Faus se desmarca del film de tesis, así como de todo impulso panfletario, en su estudio de la relación entre lo artificial y lo orgánico, lo maquinal y lo natural, dialécticas esenciales para comprender nuestra realidad contemporánea. Manu Yáñez

LA MONTAGNE | Thomas Salvador | Francia | 2022 | 115 min | Sección Climatics

El debut en el largometraje de ficción de Thomas Salvador fue en 2014 con Vincent n’a pas d’écailles. Estrenada en el Festival de San Sebastián, proponía una relectura del universo de los superhéroes a través de un hombre cuya fuerza y reflejos se multiplicaban al entrar en contacto con el agua. Con el objetivo de aprovechar esa particular característica, se mudaba a una región llena de ríos y lagos para preservar su tranquilidad. Ocho años después, Salvador repite su doble rol de protagonista y director de La montagne, además del de coguionista. No es la única similitud entre una y otra. Primero, porque se trata de una película que abraza con fuerza una vertiente fantástica inscrita en un mundo ficcional a priori muy parecido al “real”. Segundo, por la presencia de un personaje central silencioso y por momentos impenetrable que solo parece buscar su lugar en el mundo, un espacio para vivir en paz consigo mismo.

Ese personaje se llama Pierre y es un parisino cuarentón en viaje de negocios en una región montañosa de Francia cercana a la frontera con Suiza y Alemania. Que el negocio no salga del todo bien es la gota que parece colmar el vaso interno de Pierre, quien a último momento baja del tren que debía llevarlo de vuelta a su hogar para quedarse allí aun cuando pierda el trabajo y su ausencia genere preocupación en su familia. La fascinación de Pierre por su entorno se traduce en la compra de una tienda de campaña, vestimenta acorde y demás neceseres imprescindibles para incursionar en el montañismo. No es descabellado imaginar que, antes que el montañismo, a Pierre le interesa la soledad, la sensación de deriva producto de haberse despojado de una vida con agenda cargada. Una deriva que Salvador, en su rol de director, acompaña mediante las largas secuencias de caminatas por la nieve que respiran un notable aire de ensueño liberatorio.

Pero las montañas no están hechas solo de rocas, como demuestra esa suerte de ciempiés brillante que surge de entre los escombros de un derrumbe. Qué ocurre de allí en adelante es algo que no conviene revelar. Solo puede decirse que la película ingresa en un terreno onírico, casi metafísico, que podrá desconcertar a más de un espectador desprevenido, pero que refuerza el carácter hipnótico de una película tan anómala como impredecible. Diego Batlle

HOW TO SAVE A DEAD FRIEND | Marusya Syroechkovskaya | Suecia, Noruega, Francia, Alemania | 2022 | 103 min | Sección Política y Controversia

Tras su paso por festivales como Visions du Réel, IndieLisboa y Cannes, IDFA y Zinebi, se presentó en el BAFICI este trabajo autobiográfico de Marusya Syroechkovskaya. Cuando en 2005 tenía apenas 16 años, comenzó a filmar de manera incesante su propia cotidianeidad y en especial su intensa historia de amor con un joven llamado Kimi Morev. Tanto Syroechkovskaya como muchos de sus amigos flirteaban de manera recurrente con el suicidio, y unos cuantos terminaron con sus vidas, pero precisamente la relación con Kimi fue una suerte de salvavidas para ella. El problema fue que luego fue su novio el que ingresó en una pendiente autodestructiva sin fondo.

Lo que en principio podría parecer apenas un diario íntimo, una home movie, una acumulación de imágenes caseras tomadas durante más de 15 años, constituye en realidad un retrato sobre una generación marcada por el miedo, la angustia, la degradación, la falta de libertades y oportunidades. Un panorama desolador al que la pareja y otros seres cercanos (como el hermano de Kimi) se enfrentaba con algunos síntomas de rebeldía, pero sobre todo con una creciente tendencia a los excesos de drogas duras y alcohol en un barrio también desolador de enormes y desangelados monoblocks.

Que los ídolos de Marusya y Kimi fuesen Joy Division y Nirvana tenía su lógica. Si una de las obsesiones de todos estos jóvenes era el suicidio, ahí estaban Ian Curtis (el gato de ellos se llamaba Ian y en determinado momento suena Love Will Tear Us Apart) y Kurt Cobain como “referentes”. No hay nada de ego-trip, de amarillismo ni de golpe bajo en el trabajo de Syroechkovskaya, quien debió exiliarse porque ya no podía seguir filmando en Rusia. Se trata, en definitiva, de uno de los más viscerales, sensibles, honestos y tristes documentales que se hayan visto en los últimos tiempos. Diego Batlle