Manu Yáñez

Cerrar los ojos (Víctor Erice) y Samsara (Lois Patiño): Dos de las mejores películas españolas del año colmaron de sentido el impulso esencial de dirigir la mirada a (o negarla ante) las imágenes. Erice condensó en el gesto de cerrar los ojos tanto la constatación del final de una forma de hacer cine como la conmoción ante su inextinguible fulgor autoral. Por su parte, Patiño invocó el tragaluz de un parpadeo prolongado para pensar acerca de un futuro posible para la imagen fílmica.

Asteroid City (Wes Anderson) y Las chicas están bien (Itsaso Arana): Si hay algo que se echa de menos en el cine contemporáneo son las huellas de un cierto goce creativo. Por suerte, en 2023, Anderson y Arana nos obsequiaron con dos pletóricos testimonios de una cierta joie de vivre audiovisual, dos obras tocadas por un poderoso espíritu comunal y contaminadas por los ecos de lo teatral.

Fallen Leaves (Aki Kaurismaki) y La imatge permanent (Laura Ferrés): Un maestro consagrado y una alumna aventajada nos recordaron que el artificio fílmico –bressoniano, como no– sigue siendo una vía privilegiada para la búsqueda de una cierta verdad, alineada aquí, y por siempre, con la lucha contra el poder y la defensa de los olvidados.

Music (Angela Schanelec) y La chimera (Alice Rohrwacher): Dos de las grandes cineastas del presente unieron fuerzas para alimentar el vínculo entre cine y mitología; Schanelec de la mano de Edipo y Rohrwacher conectando a Orfeo y Eurídice mediante un rojizo hilo de Ariadna.

Hitman (Richard Linklater) y Trenque Lauquen (Laura Citarella): El término operativo de este programa doble sería la generosidad. Y es que Linklater regala al espectador una transgresora clase de filosofía revestida de comedia negra, mientras que Citarella comparte recursos y referentes literarios sin renunciar al poder del gesto. Al final, ambos cineastas terminan enarbolando la bandera del vive-como-quieras.

El auge del humano 3 (Eduardo Williams) y el videoclip de la canción Rikiti de Mama Dousha (Praliné Audiovisuals y Roger Monleón): ¿Qué sería del audiovisual sin las audacias experimentales? En la secuela de su magistral obra maestra, Williams nos descubrió que la realidad virtual también puede disfrutarse en pantalla plana, mientras que los secuaces de Mama Dousha decidieron constelar retratismo del siglo XIX, manga y kitsch neoclásico a golpe de inteligencia artificial.

Los asesinos de la luna (Martin Scorsese) y Passages (Ira Sachs): Como nos enseñó Pasolini, una de las facultades esenciales del cine es la de alumbrar lo inhóspito, tanto a nivel social como espiritual y moral. Este año, experimenté el escalofrío de llegar a comprender las monstruosas interioridades de los protagonistas de dos películas para enmarcar, encarnados por Leonardo DiCaprio y Franz Rogowski.

La zona de interés (Jonathan Glazer) y Disturbios (Cyril Schäublin): ¿Y si a un productor descerebrado se le hubiese ocurrido invitar a Jacques Tati a filmar el horror nazi o los albores del capitalismo en la Suiza del siglo XIX?

El sol del futuro (Nanni Moretti) y Gasoline Rainbow (Bill Ross IV y Turner Ross): La frontera entre el documental y la ficción no deja de producir alegrías fílmicas. Tanto Moretti como los hermanos Ross (autores de la inolvidable Bloody Nose, Empty Pockets) entregaron, desde la veteranía y la juventud, dos gloriosos cantos a la fraternidad, obras que nos inmunizan contra la desafección y la intolerancia.

May December (Todd Haynes) y The Killer (David Fincher): Para el cinéfilo, hay pocos lances más gratificantes que la posibilidad de contemplar la trastienda creativa de sus ídolos. En este sentido, The Killerconvierte a su protagonista, un sicario perfeccionista empujado a la incertidumbre, en el perfecto alter ego de Fincher, mientras que May December funciona como una inmersión total en la psique de los intérpretes cinematográficos; un viaje en el que Julianne Moore y Natalie Portman hacen las veces de cicerone en el autorreflexivo universo de Haynes.