Manu Yáñez (Festival de Locarno)
En el año 2016, se producía el advenimiento de El auge del humano de Eduardo Williams, una película esencial para comprender la relación entre la imagen digital y el mundo contemporáneo. Segmentado en tres bloques, que transcurrían en Argentina, Mozambique y Filipinas, el film engarzaba una noción contemplativa del cine etnográfico con una audaz reflexión sobre la desterritorialización de la experiencia humana en el siglo XXI. Filmada en largos planos secuencia, El auge del humano alcanzaba sus cénit expresivo y teórico en las transiciones entre sus bloques, que acontecían a través de una pantalla de ordenador (para ir de Argentina a Mozambique) y mediante un plano subterráneo, a través de un nido de hormigas (que trasladaba al espectador de África al Sudeste asiático). Así, el planeta devenía un terreno de juego globalizado por el que transitaba una juventud marcada por la precariedad y la persistencia del deseo de vivir.
Ahora, siete años después, llega por fin El auge del humano 3, tercera entrega de una trilogía sin segunda parte. Y cabe decir que la espera ha valido la pena, en cuanto que este nuevo film incorpora sorprendentes novedades al planteamiento del anterior. Para empezar, ya no existe una evidente estructura por bloques, pese a que la acción vuelve a transcurrir en tres localizaciones diseminadas por el planeta y alejadas del eje angloeuropeo; en este caso, Sri Lanka, Taiwán y Perú. Lo crucial es que, en El auge del humano 3, la “transición” entre diferentes enclaves es substituida por una cierta “confusión” o “difuminación” geográfica. Los escenarios, tanto los naturales como los urbanos, se asemejan los unos a los otros, en lo que podría leerse como una alusión a la idea de globalización, sin connotaciones necesariamente negativas. Así, después de cada corte de montaje, el espectador no sabe muy bien en qué continente está. Un extravío que se ve acrecentado por el hecho de que los personajes van circulando de forma aparentemente arbitraria por las diferentes naciones que recorre la película. Este crítico experimentó un fuerte shock al descubrir un letrero de la Municipalidad Distal de Punchana, en Perú, en un largo plano protagonizado por dos jóvenes ceilaneses. De hecho, esta escena termina con uno de los personajes diciéndole al otro: “No recuerdo dónde nos conocimos”. En El auge del humano 3, como ocurría en Inland Empire de David Lynch, el “dónde” ya no parece tener relevancia en un mundo gobernado por coordenadas resbaladizas.
Fascinado por la maleabilidad de la imagen digital, Williams encuentra un modo ejemplar de emparentar el fondo y la forma de su nueva película. A la profunda deslocalización geográfica que vehicula el film le responde un poderoso descentramiento estético. Y es que las imágenes de El auge del humano 3 se presentan como estampas expansivas –postales sin núcleo y sin punto de fuga– que pueden ser recorridas con libertad. Williams conquista este hipnótico logro plástico empleando un dispositivo de filmación formado por ocho lentes que abarca un amplísimo rango de visión, más allá de lo que solemos entender por “gran angular”. Lo que se ve en la pantalla es una suerte de versión aplanada, en 2D, de una imagen de realidad virtual. Un dispositivo experimental, provisto de un extrañamiento inherente, al que se suman otros resortes procedentes del detritus digital, del glitch a las deformaciones que aparecen al ensamblar diferentes imágenes dentro de un encuadre.
En El auge del humano 3, la cámara de Williams parece querer abarcarlo todo, pero al mismo tiempo retrata una realidad específica: la cotidianidad de unos jóvenes que viven en los límites de la marginalidad. Evitando caer en el paternalismo, la película acompaña a sus jóvenes protagonistas hasta sus humildes moradas –casas pobres o chabolas– y se entrega junto a ellos a un deambular sin rumbo. En varios pasajes ambientados en Taiwan y Sri Lanka, los personajes buscan una “casa de muñecas”, un lugar llamado así por “la vida fantástica que lleva su dueña… sin un trabajo doloroso”. Por su parte, el grupo de música favorito de unas chicas peruanas tiene un nombre elocuente: Existir Es Agotador. Un panorama aciago en lo material al que hay que sumarle algunas heridas del pasado. En una secuencia que transcurre en Sri Lanka, una mujer mayor recuerda la pérdida de su hijo a manos de una milicia gubernamental durante la guerra civil que asoló el país entre 1983 y 2009.
Sin embargo, en este escenario con visos de distopía precaria, hay lugar para la utopía festiva y vitalista. En uno de los clímax estéticos de El auge del humano 3, la cámara adopta una perspectiva elevada y observa a un grupo de jóvenes retozando en una charca bajo el bello resplandor del atardecer. Como ocurría en la recta final de Blissfully Yours de Apichatpong Weerasethakul, el tiempo parece detenerse para permitir que dos chicas se entreguen a una versión acuosa y muy romántica del juego de la seducción. De hecho, cabe señalar que El auge del humano 3 transita desde una realidad marcadamente individual, con los personajes vagando de forma solitaria, a otra mucho más colectiva: una idílica Torre de Babel en la que el grupo de protagonistas forma una alianza armónica pese a las diferencias culturales e idiomáticas.
Construida al margen de lo narrativo, El auge del humano 3 encuentra su rumbo aferrándose al movimiento permanente y a las repeticiones. En dos escenas, una chica peruana señala que, “de repente, siento que no estoy entendiendo nada”; una afirmación alarmante que, sin embargo, no aparece cargada de angustia, sino más bien de esperanza. Y ese parece ser el camino que invita a tomar Williams: un desaprendizaje radical de lo conocido, un rearmamento contra la ortodoxia que permita atisbar otras posibilidades, otras formas de vivir menos limitadas por lastres históricos, normas de género y otros rigores impuestos por el capital. En un plano antológico de 11 minutos, El auge del humano 3 invita a observar, sin premura alguna, el tránsito de un mono por un frondoso paraje selvático. La pausa del momento invita a recordar, de nuevo, el cine de Apichatpong Weerasethakul. Pero, entonces, la siempre imprevisible cámara de Williams inicia una rotación circular, a la manera de La région centrale de Michael Snow, generando una perspectiva inmersiva e hipnótica del entorno natural. Un pletórico y fluido viaje estético que se tensa cuando un zoom digital convierte las copas de unos árboles en una frenética y ruidosa espiral de píxeles, una cacofonía audiovisual que remite al apoteósico final de la película 11 minutes de Jerzy Skolimowski. Así es como El auge del humano 3 conquista su elevada estatura fílmica, navegando entre la belleza de lo natural y el magnetismo de lo artificial, entre la miseria y la alegría, entre la concreción de una realidad todavía figurativa y el caos abstracto del mundo digital.