Pese a la cantidad de guionistas que aparecen en los títulos de crédito de Spectre, no cabe duda de que estamos ante una película de Sam Mendes (el director de American Beauty y de la anterior entrega de Bond, Skyfall), que consigue de nuevo llevar al agente secreto creado por Ian Fleming a su territorio, el del drama psicológico. Como ocurría en la magnífica Skyfall, el motor de la acción de la discreta Spectre son los traumas de Bond, heridas del pasado familiar y sentimental que rebrotan en un presente en caótica transformación. El arranque de la película –una suerte de homenaje al plano secuencia inicial de Sed de mal de Orson Welles ambientado en México D.F.– sitúa a Bond en los márgenes de la ley. Cumpliendo el último deseo de la M encarnada por Judy Dench, Bond (interpretado con la contundencia y eficiencia habitual por Daniel Craig) destapa una organización criminal que parece responsable de la mayoría de males del planeta: corrupción farmacéutica, trata de blancas, terrorismo global, espionaje industrial…

El problema para Bond es que, en su empeño por vivir en paz con su pasado, terminará abriendo nuevas compuertas hacia recuerdos turbulentos, al tiempo que se ganará la desconfianza de sus superiores: el nuevo M, encarnado por Ralph Fiennes, y C (Andrew Scott), quizás el personaje más relevante de Spectre. C es un joven y ambicioso dirigente del Servicio de Inteligencia que no cree en los métodos primitivos de Bond y que aspira a sustituir a los viejos espías por tecnología de última generación: la idea es reemplazar a los 00 por drones. Cabe decir que esta subtrama relativa al cambio de paradigma en el espionaje mundial termina siendo mucho más interesante que la trama central de Bond, aunque al final veremos que están interconectadas. Dicho esto, es una pena que Scott no tenga el carisma actoral suficiente (del que va sobrado Fiennes, por ejemplo) para darle una presencia y carisma mayor a C.

SPECTRE

Por su parte, Bond presenta en Spectre su cara más tosca y arcaica. Para acentuar el contraste con la modernidad encarnada por C, Bond debe enfrentarse cuerpo a cuerpo a un matón forzudo que remite claramente al Jaws (Richard Kiel) de Moonraker o La espía que me amó. Unas escenas de acción que, por cierto, nunca terminan de integrarse orgánica y fluidamente en el relato. Da la impresión de que Mendes cumple a regañadientes con los requisitos básicos de la saga, convirtiendo las escenas de acción en elementos accesorios, perfectamente olvidables. Aunque el mayor problema de Spectre son dos de los tres vértices que componen el esqueleto narrativo de la película. Con un Bond sobradamente consolidado, los que fallan son la chica Bond (una Madeleine Swann interpretada por una anodina Léa Seydoux) y un villano llamado Oberhauser al que encarna Christoph Waltz. En su habitual rol de cavernícola ilustrado, el sibilino Waltz construye su personaje con el piloto automático, demostrando muy poca implicación, incapaz de conferir un aura amenazante a este malévolo genio de la tecnología. Aunque quizás la debilidad de Oberhauser esté más en la composición del personaje que en la interpretación de Waltz.

En su afán por exprimir la dimensión traumatizada de Bond (que queda muy patente en el juego de espejos de los títulos de crédito iniciales), Mendes imagina un villano que es la suma de todos los adversarios de la historia reciente de Bond. Y, confiando en la fuerza (fallida) de este planteamiento, los guionistas descuidan otorgar a Oberhauser una mínima profundidad psicológica y algún tipo de misterio, cualidades que abundaban, por ejemplo, en el personaje de Silva (Javier Bardem) en Skyfall. En uno de los pocos hallazgos notables de Spectre, Bond se adentra en una de las guaridas de Oberhauser y allí encuentra una especie de telaraña construida con cuerdas. Los cinéfilos no tendrán problemas para vincular dicha imagen con la realidad trastornada de Spider de David Cronenberg, película protagonizada justamente por Ralph Fiennes. Sin embargo, esta interesante representación física de la psique atormentada de Bond no termina de resonar con fuerza en una película plagada de momentos más bien risibles, como el anecdótico encuentro de Bond con una complaciente viuda italiana a la que da vida Monica Bellucci, o las conversaciones del héroe con Swann (Seydoux), que, como no podía ser de otra manera, es psicóloga y sabe cómo tocar la fibra emocional del traumatizado 007.

Spectre no defraudará a los fans de Bond. De hecho, al subrayar sus nexos con anteriores películas de la saga, los connaisseurs del universo Bond seguramente se lo pasarán en grande cerrando cabos abiertos en el pasado. Sin embargo, las debilidades de la película (los personajes a medio perfilar, la falta de fluidez de la narración) no permiten hablar de una obra satisfactoria. Veremos si, en el futuro, los responsables de la saga prosiguen su investigación de este Bond convertido en “caballero oscuro” o si se plantean una saludable renovación.