El estreno de Los ocho odiosos, la última película de Quentin Tarantino, podría haber abierto la vía a otras revisiones sangrientas, pulp y casi de terror, del Western crepuscular, como la espectacular Bone Tomahawk, una de la películas más poderosas del año pasado, que, como siempre ocurre en España, se ve relegada a una distribución deficiente y casi clandestina. Comparten ambas dos películas un acercamiento al western que es devoto pero también irreverente: el western es un campo de batalla en el que los cineastas pueden volcar sus obsesiones, conservando unos mínimos comunes denominadores, pero reconvirtiéndolo a su gusto. Y ambas dos películas, esta pequeña obra maestra de S. Craig Zahler, se toman su tiempo y juegan con las expectativas del espectador para desembocar, las dos, en festivales gore de sangre, sudor y visceras. GdPA

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