En 2014 el mundo tuvo el primer contacto con P’tit Quinquin; cuatro años después, descubrimos que el protagonista principal de ese loco mundillo se ha cambiado el nombre. Quinquin es ahora “Coincoin”, y su nueva misión consiste en combatir la invasión extraterrestre más delirante. Diseñada para ser consumida por fascículos, Coincoin et les z’hinumains consigue, con creces, aquello que mejor se le da a su autor: llevar al límite al espectador. Lo hace llevando al límite, también, todas las formas de vida (inteligentes o no) que se le conocen a la comedia. Desde el slapstick hasta la sitcom, sin posibilidad alguna de risa enlatada. A nivel temático-ideológico, los prejuicios hacia lo extraño son la llave de entrada a una serie de regiones oscuras que, por designios de la actual dictadura de la corrección política, han quedado vetadas al arte. El racismo, la pederastia y todos los demás monstruos que hemos decidido ignorar se plantan aquí ante nuestras narices. Aberraciones surgidas no del espacio exterior, sino de nuestro interior. Deformidades que la sociedad nos ha enseñado a combatir con una mueca de disgusto… pero que ahora Dumont, con desbordante sabiduría y valentía, nos anima a corresponder con la mejor de nuestras carcajadas. Víctor Esquirol