A través de una emocionante y estilizada persecución en primer plano –en la que un vigilante privado permite huir a una joven ladrona–, la primera secuencia de Corazón puro planta los cimientos sentimentales e ideológicos de la ópera prima del italiano Roberto De Paolis: una mezcla de desesperación y compasión que, en clave cinéfilo-italiana, remite al imaginario del primer Pier Paolo Pasolini. Y es que la pareja de protagonistas de este drama romántico bien podrían ser los herederos redimibles de aquellos ragazzi di vita que poblaban Accattone: criaturas marginales que devienen chivos expiatorios de un mundo dominado por la corrupción moral, el desconcierto espiritual, el racismo y la miseria material. Agnese (una chica de 18 años dispuesta a llegar virgen al matrimonio) y Stefano (un vigilante de aparcamiento que roza la treintena) lo tienen todo en contra para erigirse en una pareja ejemplar, sin embargo, el incandescente deseo que irá surgiendo entre ambos resultará el mejor antídoto contra un universo dominado por la represión ejercida por los adultos y la ausencia de horizontes vitales para los jóvenes. Una realidad adversa que, en todo caso, De Paolis retrata esquivando el maniqueísmo y el miserabilismo: más que monstruos, los ladronzuelos y los curas de la película se presentan como figuras eminentemente humanas.

Como los personajes de Pasolini, Agnese y Stefano habitan en el extrarradio de Roma y tienen una vocación inconsciente de mártires cristianos, aunque la cámara inquieta y ultrasensible de De Paolis reniega del preciosismo frontal del director de Mamma Roma para revolotear alrededor y cerca de los personajes. Una puesta en escena tentativa y vibrante que, destinada a radiografiar el fulgor juvenil de los protagonistas, conecta con otras dos recordadas películas que tomaban el drama-femenino-con-trasfondo-cristiano como núcleo de sus propuestas: Rompiendo las olas de Lars Von Trier y Secret Sunshine de Lee Chang-dong. Como en las películas del danés y el coreano, Corazón puro pone el ojo en los dogmas cristianos y los enfrenta a la complejidad de la ley natural y al laberinto de una conciencia en construcción. El film se pregunta: ¿quién podría resquebrajar el vínculo sentimental entre dos almas que avistan la salvación la una en la otra? Un interrogante que De Paolis utiliza para celebrar la idea del amor como refugio contra los prejuicios y las lacras sociales.

A pesas de los rasgos comunes, vale la pena resaltar la distancia entre los solos fílmicos de Von Trier y Chang-dong y el dueto que propone Corazón puro. Allí donde el danés y el coreano se concentraban en las odiseas ensimismadas de sus protagonistas femeninas, De Paolis prefiere convertir a su pareja en apuros en tesis (ella, pura inocencia, amenazada por el pecado) y antítesis (él, pura frustración, pero cautivado súbitamente por la belleza y la esperanza). Una operación dramática que expande la narrativa del film hacia múltiples ámbitos de estudio: el drama de los desahucios, la tensión entre los romanos y la comunidad gitana, el tráfico de drogas, la labor de las entidades religiosas. Quizá demasiados frentes para una película que se hace fuerte en la hondura de sus gestos más microscópicos –la ingenuidad que combustiona en la sonrisa de la actriz Selene Caramazza; una pugna paterno-filial cuya tregua se firma con una copa de vino barato– y que resulta más superficial en sus brochazos más bruscos –la tiranía impuesta por la madre de Agnese (una versión neorrealista de la madre de Carrie), o el atropellado crescendo dramático de su tercer acto–. Claroscuros de una consistente ópera prima que encuentra su lugar y sentido en la translúcida frontera entre la peripecia romántica y la siniestra fábula social.