Endika Rey (Festival de San Sebastián)

Cineastas como David Lynch, Luis Buñuel, Ingmar Bergman o (por qué no) Wes Craven y Christopher Nolan han jugado a lo largo de sus filmografías a destruir la figura del narrador mítico burlando las leyes del espacio y del tiempo. Los diferentes acercamientos al cine onírico son tan diversos como sus directores: algunos vuelcan en su obra sus propias alucinaciones y pesadillas mientras que otros se centran en entender a sus personajes mediante huellas y reflejos. La clave está en el tratamiento que el mundo del sueño tiene respecto al real: la división puede ser clara pero también puede existir una superposición o indistinción. Esta última es la vía escogida por el cineasta chino Bi Gan y su Largo viaje hacia la noche (o el Viaje de un largo día hacía la noche con que intuyo se traduciría más fielmente su título en inglés: Long Day´s Journey Into Night), presentada en la sección Zabaltegi-Tabakalera de esta edición del Festival de San Sebastián. Bi Gan continúa la senda iniciada en Kaili Blues, su ópera prima, caminando “entremundos”, dejando que esta vez lo onírico se adueñe de la memoria. Tal y como dice un personaje en la película, los sueños son mentira pero los recuerdos son parte verdad y parte mentira, idea que hace que todo ese viaje hacia la noche suene, paradójicamente, bañado de realidad.

En la primera mitad de Largo viaje hacia la noche, pasado y presente se entremezclan mientras el protagonista lleva a cabo una investigación. Luo Hongwu acaba de regresar a su ciudad natal en Kaili e intenta dar con una mujer de la que se enamoró en su momento. Ella dijo que su nombre era Wan Quiwen pero ese es de los pocos datos que tiene. Hasta entonces, la película juega con el género (¿estamos ante un melodrama o ante un claro ejemplo de cine negro?) y con el punto de vista para trasladarnos de un tono a otro y de un personaje a otro, pero la película se parte definitivamente en dos en el instante en que el protagonista entra en un cine, poco antes de encontrar una pista definitiva sobre la mujer, y se duerme. El título de la película aparecerá entonces en pantalla (los créditos funcionan como una puerta hacia ese otro universo dentro del primero) y, en su segunda mitad, la propuesta muta a un único plano secuencia en 3D donde el pasado que fue y no fue se entremezcla con un presente tan posible como imposible… En este punto conviene aclarar una idea: resulta difícil intentar describir en palabras la propuesta del cineasta chino porque da la sensación de que uno puede explicar el truco pero no alcanzará jamás a transmitir la magia de la película. Largo viaje hacia la noche es, efectivamente, un viaje que hay que ver y vivir para creer.

Uno de los recuerdos que Bi Gan pone en imágenes en la primera parte de la cinta, por ejemplo, es un plano secuencia de unos minutos donde nos muestra a Wan Quiwen con un vestido verde caminando por una carretera; de repente la imagen se emborrona por la lluvia y descubrimos que la cámara está en realidad dentro de un coche que persigue a la mujer. Pronto el limpia parabrisas se pone en funcionamiento y la cámara nos muestra de nuevo a la protagonista nítidamente para virar la mirada hacia un lado y mostrar como la mujer camina lentamente al lado de la ventanilla del conductor, por un túnel, manteniendo una conversación con éste. Este plano, de ritmo lento, que se auto transforma cada pocos segundos, viene a ser una de las herramientas que el director usa para conferir un ritmo y una atmósfera que, si bien no es onírica, tampoco es del todo realista en su tempo. El mismo protagonista asegura en un momento de la cinta que “cada vez que la veía sabía que estaba soñando de nuevo”, y la puesta en escena se recrea en esa idea dotando a cada encuentro de un aura alejada de lo real. Lo mismo puede decirse de otros escenarios de la película, como esa habitación donde llueve permanentemente pero donde, sin embargo, las bombillas funcionan sin problema. De algún modo, estamos ante un remedo de Sueño de amor eterno: si en aquella película los amantes sólo podían encontrarse en sueños que compartían, aquí vivimos un anhelo respecto a esa idea. Como decía Ann Hardin en la obra maestra de Henry Hathaway, “¿quién puede decir lo que es real y lo que no lo es?”.

En el instante en que comienza el apabullante plano secuencia en 3D que ocupa la segunda mitad de la película, las reglas cambian en forma pero no en fondo. Luo Hongwu se duerme en su butaca y entra en un laberinto que lleva a una cueva. Allí se encuentra con un niño que bien podría haber sido su hijo —y que le indica que “sólo los cines porno están construidos así”, indicando que, como siempre, lo que mueve todas las acciones es el deseo— y comienza un periplo que le lleva por carretera, casinos, conciertos y hasta una tirolina en la búsqueda de una mujer que podría o no ser su amada. Sus encuentros con diversas chicas son confusos ya que éstas le reconocen para pasar a afirmar que no saben quién es él en cuestión de segundos. La experiencia tiene incluso un componente extracorporal donde si uno gira una pala de ping pong con la suficiente pericia, puede salir disparado volando por el aire.

Encontramos también dos objetos definitorios de la propia idea de la película: un reloj de pulsera estropeado como símbolo de una eternidad rota y unas bengalas como imagen de la transitoriedad. Todo ello —recuerdos, sueños, tiempo y espacio— inundado por canciones de karaoke, manzanas, billares, pomelos y reflejos. Como en un sueño, las normas del espacio abandonan la lógica sin por ello dejar de tener anclajes; como en los recuerdos, algunas ideas secundarias se magnifican y otras importantes se desvanecen… Resulta imposible describir en palabras todo lo que propone Largo viaje hacia la noche: estamos ante una película donde la fusión de ingredientes es perfecta porque el raciocinio no importa. Imagino que la segunda película de Bi Gan no es apta para todo tipo de espectadores pero aquellos que sigan pensando en el cine como sueño, tienen aquí una de las mejores películas del año.