María Adell (Berlín)

La pareja de rascacielos idénticos que destaca en el skyline de Recife, la ciudad brasileña donde transcurre la delicada y emocionante Dormir de olhos abertos, el nuevo trabajo de Nele Wohlatz, invoca una idea de dualidad. Y, de hecho, son dos mujeres, Kai y Xiao Xin, las que protagonizan el segundo largometraje en solitario de la cineasta germano-argentina, que además bifurca en dos tiempos la narrativa de una película que sabe capturar el lánguido transcurrir de la vida cotidiana… o de unas vacaciones en soledad. Kai, una turista taiwanesa con el corazón roto, encuentra por azar –como si se tratara de un film de Hong Sangsoo– una caja de zapatos llena de postales. En ellas, otra mujer joven, Xiao Xin, escribió hace tiempo, de forma fragmentaria, un libro por capítulos en el que narraba los sueños, pensamientos, emociones y anhelos de la diminuta comunidad de emigrantes chinos a la que perteneció.

Los mayores hallazgos formales de esta película de combustión lenta, que se inicia con la ligereza de Rohmer y acaba dejando un poso de apesadumbrada saudade, tienen que ver con esa noción de dualidad. Cuando Kai descubre las postales y las lee, su voz se superpone a la de Xiao Xin, y es esta polifonía de voces y acentos la que origina la segunda historia, en la que resalta la precaria existencia de la familia subrogada de Xiao Xin en Brasil, entre la que destaca la figura de Fu Ang, un pescador que ya no pesca y sobre el que pesa la oscura sombra de la añoranza y la nostalgia. Hacia el final del film, cuando Kai visita el jardín interior del edificio en el que vivía Xiao Xin, ahora vacío, una empleada del mismo cree reconocerla, confundiendo a ambas mujeres. Es un momento relevante por su conexión con una deslumbrante escena previa, en la que Xiao Xin, sentada en el mismo banco que ahora ocupa Kai, afirma estar experimentando un déjà vu mientras su imagen va desvaneciéndose poco a poco ante nuestros ojos. ¿Se trata de una exhortación a la desaparición de un cuerpo (el de Xiao Xin) para que otro (el de Kai) ocupe su lugar? ¿O es quizá el modo que encuentra Wohlatz de evocar el sentimiento de desarraigo que atraviesa a todo migrante, la sensación de no pertenencia, de estar de paso en el lugar en el que se vive?

El sentimiento de incomunicación y extrañeza que experimenta todo aquel que habita en un país extranjero afloraba ya en el primer y muy laureado largometraje en solitario de Wohlatz, El futuro perfecto. Y cabe apuntar que la propia cineasta ostenta la condición de extranjera al ser una mujer de origen alemán que vive y trabaja en Argentina. Así, Dormir de olhos abertos, con su relato en dos tiempos enhebrado por el azar, explora la sensación de soledad, aislamiento y nostalgia que caracterizan la experiencia migrante. Nostalgia de la comida –la conversación en la que Fu Ang y un amigo citan, uno a uno, los platos preferidos de su país es una delicia–, y también del idioma, entendido como un puente para los afectos y no como una barrera infranqueable. Una idea, la del lenguaje como vía de aproximación al otro, que acerca el film de Wohlatz al universo de Jim Jarmusch, del que parece emular también su tono, entre austero y tragicómico. Caminando sobre el filo de lo emocional, pero descartando la afectación dramática en favor de la sobriedad y la liviandad, Dormir de olhos abertos deja un poso tan melancólico como la suave bossa nova que acompasa los títulos de crédito finales del film.