Nando Salvá y Manu Yáñez (Festival de Venecia)

Con sus serenos y minimalistas estudios de personajes, Kelly Reichardt –una neoyorquina de 56 años que hace películas en Oregón– se ha convertido en un emblema del verdadero cine independiente norteamericano. En una época en la que el cine yanqui parece completamente polarizado entre un mainstream afectado de gigantismo y un low cost tocado por una cierta blandura sentimentalista, la directora de Old Joy y Certain Women sigue empeñada en transitar una senda solitaria, marcada por la aproximación de corte realista a una serie de realidades marginales: un retrato sosegado y poético de la otra América en el que no hay lugar para el maniqueísmo, el didactismo o las soflamas políticas. Su renuncia a abrazar un discurso panfletario se hizo especialmente evidente en Night Moves, su película de 2013 que la plataforma de VOD Mubi pone ahora a disposición de los cinéfilos españoles. He aquí la historia de dos jóvenes (interpretados por Jesse Eisenberg y Dakota Faning) que, empujados por sus ideales ecologistas, deciden involucrarse en el activismo radical. Enfrentados al horizonte de la violencia, estos jóvenes se verán enfrentados a dilemas imposibles y deberán lidiar con las consecuencias de sus actos. Una odisea moral en la que resuenan los ecos de Dostoyevski y que nos permite disfrutar de la Reichardt más austera en lo visual y cortante en lo narrativo. Al suspenso, que había sido siempre el arma favorita de la realizadora de Meek’s Cutoff, hay que sumarle aquí la paranoia, que atormenta al personaje de Eisenberg y que conecta Night Moves con el ciclo de thrillers neuróticos que invadió el cine estadounidense de la década de 1970.

En el Festival de Venecia de 2013, tuvimos ocasión de charlar con Reichardt acerca de sus impresiones sobre el activismo de izquierdas, el legado de Godard, las limitaciones que debe solventar una cineasta independiente y su pasión por el paisaje y la fotografía, entre otros temas. Os dejamos aquí el resultado de esta entrevista inédita con la directora de Wendy and Lucy y First Cow.

¿Qué la ha llevado a realizar Night Moves, una película centrada en el activismo ecologista?

De partida, debo decir que con Night Moves no pretendo transmitir ningún mensaje, no busco convencer a nadie de nada, solo reflexionar sobre cuestiones que me interesan, como por ejemplo la figura del activista. En esta película, me he centrado en personajes implicados en la defensa del medioambiente, pero en general me interesa la idea de que una persona decida dedicar su vida a una causa. Además, en el proceso de realización de Night Moves tuve la oportunidad de descubrir un mundo fascinante. Junto a mi equipo, conocimos a comunidades que subsisten utilizando agua que recogen de la lluvia, empleando energía solar y autoabasteciéndose por completo en cuanto a su alimentación. También conocimos a grupos implicados en el desarrollo de redes de intercambio. Entrar en contacto con estas personas te lleva inevitablemente a tomar conciencia de la cantidad de productos y materiales que consumimos.

En todo caso, los activistas de Night Moves son figuras eminentemente ambiguas. No se trata de héroes puros, sino más bien de figuras opacas, hasta cierto punto turbias. 

Sí, es cierto. Podríamos haber hecho una película con un protagonista transparente, sin fisuras, absolutamente convencido de la nobleza de sus actos. Esa hubiese sido una opción fácil, aunque creo que no hubiese hecho justicia a la complejidad de la situación que queríamos retratar. Rodamos Night Moves en el Noroeste de los Estados Unidos, que es el lugar de origen de mi coguionista Jonathan Raymond y de mi productor Neil Kopp. Ellos conocen el estado de Oregón a la perfección y yo he llegado a conocerlo bastante bien después de pasar varios años haciendo películas allí. En cuanto te familiarizas con el lugar, resulta imposible no advertir los cambios que se producen en el paisaje debido a la intervención humana. Hay escenarios en los que rodé Old Joy, en el bosque, que ya no existen. Cuando conduces por zonas boscosas, descubres áreas taladas por todas partes, y si decides transitar por una vía fluvial es fácil advertir que el cauce de la vía puede no ser de origen natural. Esto, por ejemplo, está provocando la muerte de gran cantidad de salmones en esa zona. En este contexto, es fácil entender la aparición de grupos ecologistas en lugares como Seattle o Oregón. Y es interesante ver como alguna gente muy joven, como el personaje de Dena (interpretado por Dakota Fanning), experimenta un proceso de radicalización que la lleva a tomar unos riesgos extraordinarios, quizá de una manera algo naif.

Las motivaciones de sus personajes pueden resultar hasta cierto punto bastante misteriosas. Está la lucha por la causa medioambiental, pero también la necesidad de formar parte de un grupo, y el espectro de la egolatría sobrevuela el relato.

Cada personaje tiene sus propias razones. En la película vemos a gente realmente idealista que cree en la necesidad de salvar el planeta. Pero también puedes intuir que hay personajes que están bastante jodidos y que encuentran en el activismo una vía para desfogarse y manifestar su indignación. O puede que simplemente les guste poner bombas. Hace unos años, vi un documental sobre el ELF-Earth Liberation Front donde uno de los activistas entrevistados explicaba que, justo antes de ingresar en el grupo, había estado viviendo como un vagabundo en la costa este de los Estados Unidos. Pasó de vivir solo, en la calle, en la costa este, a formar parte de un grupo de activistas radicales y románticos en la costa oeste. Como en todos los ámbitos de la sociedad, en estos grupos encuentras a gente de todo tipo, aunque tengo la seguridad de que algunos de estos activistas son personas a las que se les rompe el corazón al ver cómo se talan árboles que deberían ser conservados como reliquias naturales.

Debo decir que la mayoría de gente vinculada al activismo que conocimos durante la preparación y realización de Night Moves se mostró extremadamente recelosa de nuestras intenciones. Y la verdad es que lo entiendo perfectamente, dado que son grupos cuya actividad es distorsionada o tergiversada por los medios de comunicación de forma sistemática. Además, estoy segura de que a algunos de ellos no les gustará nada mi película. Creo que pensarán: “¿Por qué viene esta a criticarnos cuando ya nos están dando por todas partes?”. La verdad es que en Estados Unidos el pensamiento de izquierdas ya no tiene representación alguna en la política de partidos y entiendo que a los activistas pueda parecerles extraño mi interés por plantear ciertos interrogantes respecto a su actividad. La realidad es que, con Night Moves, hemos intentado distanciarnos de la idea de hacer una película política. No queríamos que los posicionamientos políticos se entrometieran en nuestro deseo de hacer un pequeño thriller en el que resonasen ciertos conflictos de nuestro tiempo. Un thriller centrado en un pequeño y singular grupo de personas.

En el tumulto interior de Josh, el personaje interpretado por Jesse Eisenberg, es posible hallar ecos del imaginario de Fiódor Dostoyevski.

Sí, el universo de Dostoyevski fue un punto de partida importante a la hora de construir el personaje de Josh. Aunque, en mi caso, diría que una influencia esencial fue el hecho de que crecí viendo noticias sobre Patti Hearst, sobre grupos de izquierda radical como los Weather Undeground y sobre los Panteras Negras. En el caso de Jonathan (Raymond), mi coguionista, que es más joven que yo y que vive en Oregon –mientras que yo vivo en Nueva York–, siempre ha vivido rodeado de noticias sobre las actividades de los grupos ecologistas. Como creador, te alimentas de una gran ensalada que, a lo largo de tu vida, vas haciendo con elementos del arte –en este caso, de la literatura de Dostoyevski– y de tu realidad más próxima.

La paranoia es un componente central del desarrollo narrativo y atmosférico de Night Moves, y si hablamos de paranoia en el cine resulta inevitable pensar en un cierto cine americano de los años 70.

Pero no te estás refiriendo a lo que se considera la nueva ola americana de los 70, del estilo de lo que hacía Monte Hellman, ¿verdad?

Me refiero más a los thrillers de Alan J. Pakula, aunque el abanico es muy amplio, de La conversación de Coppola a ciertos films de Hellman.

Me gusta El último testigo (The Parallax View) y todas esas películas con Robert Redford, pero debo reconocer que soy muy mala siguiendo tramas complejas y algunos de aquellos films tenían las tramas más impensables que uno podría imaginar. ¡La conversación de Coppola! Habré visto esa película decenas de veces. La utilizo siempre en mis clases. Pero no sería capaz de contarte el final de la película. En cuanto la trama empieza a enredarse, me pierdo por completo. Soy un verdadero desastre (risas).

Me gustan esas películas, pero también me encanta La Chinoise de Jean-Luc Godard, con esos jóvenes burgueses que abrazan el radicalismo mientras beben te en sus casas. Me encanta el momento, al final de la película, en el que el personaje de Anne Wiazemsky conversa con un profesor. Él le pregunta a ella qué piensa hacer después de llevar a cabo el atentado que está planeando. Y ella responde: “Ya lo ‘estudiaré’ llegado el momento”. Teoría, te y bombas. En cuanto a las influencias fílmicas de Night Moves, citaría también La tercera generación de Rainer Werner Fassbinder, El salario del miedo de Henri-Georges Clouzot y La batalla de Argel de ‎Gillo Pontecorvo.

En cuanto a la cuestión de las tramas, diría que Night Moves tiene una narración algo más compleja que la de sus anteriores películas.

Bueno, no sé si utilizaría el término “compleja”, dado que pienso que la trama es bastante básica, pero sí que es más elaborada que la de mis anteriores películas. Sin embargo, de algún modo, el montaje de esta película fue más sencillo que con las anteriores. El montaje de mis films suele ser arduo porque, con mis planteamientos narrativos tan simples y abiertos, hay múltiples maneras de ordenar y encajar las piezas. Sin embargo, en el caso de Night Moves, sentí que la trama nos iba imponiendo un camino muy definido.

¿Sintió eso como una limitación?

No, me gusta trabajar con límites. De hecho, creo que el trabajo del cineasta consiste en lidiar con límites de todo tipo. En el caso de Night Moves, recuerdo que, desde el primer momento, supe que la película podía resultar muy sombría, bastante nocturna, así que me planteé buscar escenarios en exteriores para poder contar con escenas más luminosas. Se me da bien trabajar ajustándome a unos límites. Seguramente porque siempre he operado de esa manera, o más bien, me he visto obligada a operar de esa manera (sonríe resignada). Recuerdo que, una vez, charlando con Spike Jonze, él me explicó la cantidad de esfuerzo y trabajo que invertía en el proceso de posproducción de sus películas, empleando todo tipo de efectos. Yo también le hablé de mi modo de trabajo, y él no dejaba de preguntarme: “¿pero por qué no lo ajustas todo en la posproducción?”. Entonces le expliqué que, cuando llego a la posproducción, ya me suelo haber gastado todo el dinero del que dispongo. Él insistía: “pero si tienes una gran caja de herramientas con las que podrías trabajar”. Y le dije: “No, Spike, mis herramientas son muy limitadas. No tengo una caja, apenas tengo un cinturón con cuatro o cinco herramientas básicas con las que hago mis películas” (risas).

Night Moves también lidia con las diferentes caras de la violencia: su sentido, su carga moral, su represión.

Sí, para hablar de la violencia debo regresar al referentes de Crimen y castigo de Dostoyevski. En mi caso, cuando escucho una noticia sobre unos jóvenes activistas que, por ejemplo, se han colado en un lugar y han hecho explotar veinte coches Hummer, lo primer que pienso es: “¡Bien! Una para nosotros”. Luego, la cosa pierde su gracias cuando ves que a los pobres chicos les caen 300 años de cárcel por reventar un jodido coche. En Night Moves, me gustaría que, al menos en la parte inicial del film, el espectador, al igual que yo, se situase del lado de los personajes, que desease el éxito de su plan, algo que no resulta difícil cuando, en el marco de una película, tienes a un personaje con una misión clara –ese es uno de los poderes mágicos del arte narrativo–. Sin embargo, cuando piensas fríamente en lo que quieren llevar a cabo los personajes, y sopesas el sentido de su acción violenta, las cosas se vuelven más pantanosas. Digamos que tengo mis razones para estar a favor del control estricto de la venta de armas. No quiero que la gente que está a las antípodas de mi pensamiento pueda fabricar bombas. No quiero que algún fanático pueda hacer volar por los aires una clínica en la que se hacen abortos. En todo caso, teníamos claro que Night Moves debía transcurrir en el momento contemporáneo y no en la época más violenta del activismo ecologista, la época del ELF. Los grupos que operan hoy en día no buscan causar daños a personas, y no lo hacen, solo son responsables de daños materiales, pero aun así algunos de sus miembros se enfrentan a largas condenas de prisión debido a la “terrorist act”.

Me gustaría preguntarle por la elección de Jesse Eisenberg para el papel de Josh. Como actor, él suele encarnar a personajes muy interiorizados, pero aquí interpreta a un personaje aun más hermético y opaco de lo habitual.

Desde un primer momento, Jesse (Eisenberg) me pareció una opción perfecta para el personaje de Josh. Por un lado, el hermetismo de Jesse genera un contraste muy interesante con un mundo, el de los grupos alternativos, que suele estar marcado por una concepción naif de “lo orgánico” y “lo sostenible”, es casi una nueva forma de hipismo. Y, luego, Jesse es como una máquina analítica: parece incapaz de desenchufar su mente por un segundo y eso puede volverle una persona un poco distante. Todo eso está en Josh y no sé hasta qué punto es una aportación de Jesse. Para mí, el arte de la actuación es algo tremendamente misterioso, algo que no acabo de entender. Hay actores que poseen una cierta esencia que aflora en todos sus personajes, y Jesse es evidente que tiene algo personal que se refleja en todas sus creaciones.

Para terminar, nos gustaría preguntarle por su relación con el paisaje como elemento estético y narrativo. El paisaje forma parte integral del discurso de sus películas.

Sí, es verdad, y debo decir que admiro mucho la fotografía de Stephen Shore y Robert Adams, gente interesada en capturar la huella humana en mitad de la nada. De hecho, en el ámbito de la fotografía, diría que el paisaje en sí no me interesa tanto como la huella que dejamos sobre él. En el caso de mis películas, Oregón es un lugar idóneo para observar el paisaje como fuente de belleza pero también como un emblema de lo que estamos perdiendo. Me refiero por ejemplo al plano de la película en el que vemos a esa gente con los esquís acuáticos, metiendo un montón de ruido con las motos de agua, en un lugar que antes era un lugar apacible. De hecho, pueden verse los árboles sumergidos en el agua, testimoniando el bosque que antes se encontraba allí. Ante una imagen como esa, siento que no hace falta decir más. El paisaje habla por sí mismo, nos cuenta la historia de lo que fue y de lo que somos.