Laura Carneros (Festival de Málaga)

Asegura Marvin Hesse, autor del documental Everyone in Hawaii has a sixpax already, que la postura observacional que adopta sobre un grupo de adolescentes canarios se debe, fundamentalmente, a su escaso dominio del español. Sin embargo, no parece que el director alemán, que participa en la sección de Documentales del Festival de Málaga, desconozca las circunstancias que empujan a los jóvenes habitantes de la isla de La Gomera a dejar su tierra en cuanto cumplen 15 años. A Hesse apenas le basta introducir las imágenes de una camioneta electoral que avanza lentamente para resumir el futuro que les espera si deciden quedarse: “apuesta por el sector primario”, reza el hilo propagandístico. El vehículo recorre las carreteras terrizas durante los meses estivales, como si de una carroza del apocalipsis se tratara. Se acerca el final del verano en la isla, y, precisamente por ello, los jóvenes prefieren ignorar cualquier discurso a cerca del futuro que les impida vivir con intensidad el presente.

Resulta curioso, casi increíble, el nivel de intimidad que Hesse alcanza con los protagonistas. El realizador se integra en el grupo como si otro adolescente se escondiera detrás de la cámara: desde una distancia poco prudencial es capaz de convivir con ellos, colarse en sus habitaciones y registrar conversaciones muy personales que fluyen sin pudor. El punto álgido de la película, tanto a nivel discursivo como estético, tiene lugar la noche de San Juan, tornándose especialmente poética la escena en que una joven pareja se baña en el mar. La imagen desenfocada, los cuerpos que desaparecen bajo las olas y la música de carácter atemporal transforman el momento en un recuerdo automático, consumido por la fugacidad. Como si de una estación de paso se tratase, el documental captura aquellos rituales que se repiten para entrar en la adultez: los primeros cubatas, los castillos en el aire, el desengaño amoroso, los celos, la batalla (literal) contra el acné y los accidentes en monopatín, reconstruyen un verano reconocible que nos devuelve al tiempo de las tardes interminables.

Por su parte, en la Sección Oficial de Largometrajes a concurso, el actor alicantino Pau Durà presenta su ópera prima, Formentera Lady, protagonizada por José Sacristán, quien interpreta a Samuel, un hippie que solo siente apego por su banyo. La película arranca de manera tibia, la presentación de los personajes no resulta muy prometedora, pero el reparto, que además de Sacristán cuenta con Nora Navas y Jordi Sánchez, hace que la esperanza se mantenga hasta que la trama por fin aparece: Anna tiene que emigrar a Francia y deja a su hijo en manos de Samuel. La relación entre nieto y abuelo alcanza momentos enternecedores sin que estos rebasen los niveles de la sensiblería. Y en cierto modo esta es la virtud de Formentera lady, una película que transmite buenas sensaciones, concebida quizá para el público familiar, capaz de arrancar la carcajada en más de una ocasión, aunque para apreciarla haya que pasar por alto algunos momentos musicales dignos de patrocinio.

Luego, como si de la tercera entrega de Las amigas de Ágata se tratase, Yo la busco, de Sara Guitiérrez Galve, irrumpió en la sección Zonazine. Es inevitable trazar una relación entre ellas, pasando por Júlia Ist, ya que las tres comparten orígenes y características que las hacen susceptibles de agruparlas en un movimiento aún sin definir. Películas que comienzan siendo un proyecto fin de carrera, que salen de la Universidad Pompeu Fabra y terminan recorriendo diversos festivales de cine. Podríamos añadir que están dirigidas por mujeres, y que están protagonizadas por jóvenes que representan una generación (denominada, para bien o para mal, millennial). Pero sería injusto negar que, a pesar de las relaciones que pueden extraerse, cada cual goza de una personalidad diferenciada. Es fácil intuir de dónde beben, pero los rasgos autorales también son identificables, y por tanto, diferenciadores. Al inicio de Yo la busco una melodía arabesca nos sitúa de golpe en una Barcelona multicultural que se abre al espectador en toda su esencia. Resulta pertinente resaltar que, cuando aún no se ha cumplido un año de los atentados terroristas en Cataluña, la película muestra (de manera casual o no) una imagen de convivencia que no pasa desapercibida. Esto se aprecia de manera sutil, hasta que tiene lugar una  escena en que el protagonista entabla una conversación amistosa con el propietario de un establecimiento de comida árabe, y este le ofrece un kebab para ahogar sus penas.

En mitad de este deambular nocturno por las calles barcelonesas que Max inicia cuando decide salir a buscar un Corneto, el encuentro con un taxista que aprende chino por cuestiones sentimentales aporta otro punto de diversidad.  Sin embargo, esta no es solo una historia de tolerancia hacia la comunidad extranjera, sino también respecto a las relaciones personales con los demás y con uno mismo. Con todo el riesgo que ello conlleva. No resulta fácil meterse en berenjenales a la hora de mostrar relaciones amorosas complejas, que aporten otro ángulo diferente. Sin embargo, el guion, escrito por la directora junto a Núria Roura Benito, denota una madurez y valentía poco frecuentes a la hora de tratar un tema tan difícil como la evolución de la pareja, tanto a nivel interno como socialmente. De una manera aparentemente sencilla, con diálogos y situaciones que rozan el absurdo, la película es capaz de ponernos contra las cuerdas de nuestras propias emociones, de nuestros propios límites y prejuicios. Max, el protagonista, no reacciona de la forma en que esperamos. No monta en cólera, no se hace respetar, es un pringado que en realidad demuestra inteligencia con su forma de actuar. Este comportamiento convierte al personaje en un ser intrigante, que se enfrenta de manera peculiar a situaciones que podrían darse en la vida real, y ello, unido a un paseo improvisado que lo lanza a situaciones extrañas, pero también factibles, hacen que la película no deje de ser una rareza fuertemente apegada a lo cotidiano.

Fuera de concurso, en la sección Málaga Premiere, el Festival acoge el documental de Gustavo Sánchez I Hate New York. Realizado con material registrado en los últimos diez años (2007-2017), la intervención de los hermanos Bayona como productores ha resultado esencial para la conclusión del proyecto. De entrada, la imagen de unas manos masculinas, serenas, acariciando un gato negro, sirven de puerta al mundo exuberante que está por aparecer, habitado por mujeres artistas y activistas transgénero. El punto fuerte de este documental reside en el montaje, en cómo Gustavo Sánchez maneja el relato de tal modo que al espectador le pille desprevenido el paso del tiempo. Casi como les sucede a las protagonistas, quienes han asistido en primera persona a la transformación de Nueva York sin apenas darse cuenta. El repaso por la cultura underground a través de estas figuras determinantes, resulta, de algún modo, agridulce. Por un lado, los testimonios aportan una serie de conocimientos de gran valor personal, aderezados con el estilo desenfadado y sarcástico que caracteriza a las protagonistas, llegando incluso a retratar una actitud de activismo inmortal en defensa de la rareza y lo rechazado socialmente. Por otro, resulta triste percibir la incomprensión ejercida a través de actitudes cotidianas que se reflejan en las propias leyes, en una ciudad que, como una de las protagonistas recuerda, ha sido refugio de tantos seres inadaptados. El documental es una especie de ensayo con puntos suspensivos al final, que recuerda la necesidad de continuar el camino apenas iniciado.