Pese a la aparente comunión entre las figuras de la autora y la protagonista de Júlia Ist (ambas tienen las facciones de Elena Martín), lo que más llama la atención de esta sólida ópera prima es el contraste, o la distancia, entre la creadora y su criatura. Pasiva y dubitativa, Júlia (el personaje) observa su vida como una espectadora distante, hasta que poco a poco va tomando las riendas de sus circunstancias, definiendo sus verdaderos anhelos y posibilidades durante un semestre de estudios en Berlín. Por su parte, segura e infalible, Elena Martín (la directora, coguionista y protagonista del film) demuestra un precoz dominio de todas las facetas de su trabajo: sorprende la claridad con la que gestiona los tempos, los cambios de registro –de un meditativo plano fijo kiarostámico a una temblorosa cámara en mano, todo ello en la primera escena de la película, en el interior de un coche–, las violentas elipsis, los medidos encuadres –que encierran a la protagonista en una suerte de claustrofobia personal–, y sobre todo la propia presencia escénica. Un compendio de cualidades que hace pensar en el trabajo de autores totales (y narcisistas) como Vincent Gallo o Lena Dunham, aunque en términos formales el trabajo de Martín parece más conectado al naturalismo intimista de Mia Hansen-Løve –como demuestra la fuga del baño purificador, que parece sustraída literalmente de Un amour de jeunesse– y a la sensibilidad pop de Sofia Coppola, con ese compendio de música urbana que decora la senda berlinesa de la protagonista.

Resulta tentador imaginar Júlia Ist como una secuela conceptual de Les amigues de l’Àgata (protagonizada por Martín pero dirigida por Laura Rius, Alba Cros, Marta Verheyen y Laia Alabart): de la entrada a la universidad a su salida, siempre guiados por el rostro próximo y seductor de Martín. Sin embargo, ambas películas presentan diferencias notables. Les amigues… vibraba como una obra lúdica y volátil, una hang out movie contaminada por un entusiasmo autobiográfico y por unos personajes abiertos de par en par. Por su parte, Júlia Ist propone un melancólico y controlado tratado psicológico sobre la superación de una crisis de identidad (incluido un insustancial drama de relación-a-distancia y un arrebatado escarceo sexual berlinés). Ambas películas aspiran a capturar el modo sutil, a veces casi imperceptible, en el que se desarrollan los grandes temblores vitales y existenciales: Les amigues… lo hacía desde lo tentativo, Júlia Ist desde lo conclusivo. Reconforta imaginar el orgullo que debe sentirse al realizar una ópera prima tan robusta (Hansen-Løve tardó tres películas en alcanzar ese tipo de madurez). Da vértigo pensar en el reto que supone, para una joven directora, afrontar un deseable futuro de descubrimientos después de conquistar esta pronta certidumbre.