Confirmación del virtuosismo escénico de Alonso Ruizpalacios, Museo, como ya ocurría con el anterior film del cineasta mexicano, Güeros, parte de un suceso grabado en las retinas de sus compatriotas. Si antes fue una huelga universitaria que paralizó a la nación azteca, ahora se trata de refrescar el recuerdo de un célebre robo de patrimonio maya del Museo Nacional de la Ciudad de México. Empieza la película evocando lo sensorial. Con una clase de niños que llevan a cabo ejercicios de calentamiento para tocar la flauta. Hay tantos chavales en esta aula que la cámara no sabe si fijarse en todos o si, por el contrario, escudriñarlos uno por uno. Opta por lo segundo, priorizando el retrato individual al grupal. El ruido (o música) que oímos de fondo surge del golpe de los dedos contra los agujeros de la flauta, no del soplido en la boquilla. El instrumento de viento se ha convertido en uno de percusión, en lo que supone una muy inteligente carta de presentación de la propuesta. A través de la imagen y el sonido, Ruizpalacios deja claro que lo que vamos a ver a continuación es la versión (o visión) deformada de una persona que va a dejar huella en su comunidad. El resto de dudas las esclarece primero una voz en off no identificada que reflexiona sobre la imposibilidad de conocer las motivaciones que llevaron a los personajes históricos a eso mismo, a escribir la Historia. Después, queda otra genialidad marca de la casa: cambiar los típicos títulos explicativos de “Basada en hechos reales” por “Esto es una réplica de la original”. Queda claro: no estamos en una sala de cine, sino en un museo, un espacio artificial designado para intentar entender nuestro pasado a través de su exposición… más o menos fraudulenta. Cabe reivindicar aquí F for Fake, brillante documental de Orson Welles sobre el arte de la copia y la mentira. A esto mismo se dedica Ruizpalacios, a comprender lo incomprensible a través del falseamiento de la realidad. Víctor Esquirol

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