Gilles Deleuze aseguraba que una de las características principales del cine de Luis Buñuel era el modo en que el fenómeno de la degradación, de tan rápida extensión en la especie humana, no era concebido tanto como una entropía acelerada sino como una repetición precipitante, un eterno retorno. Es decir, que cuando sus personajes caían en la perdición no era un declive sino un ciclo de vuelta porque “el santo varón en persona, según Buñuel, no es menos nocivo que el perverso o el degenerado”. Nazarín es la historia de uno de esos santos varones; un cura quijotesco que, como la beata Viridiana (que también provenía de una novela de Benito Pérez Galdós), actúa por las pulsiones del Bien sin que ello implique necesariamente que su recorrido sea aquel que más directamente lleve hacia el cielo. Endika Rey

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