Página we de ABYCINE 2015.

EL APÓSTATA. Federico Veiroj. 80 minutos. España-Francia-Uruguay (2015). Con Álvaro Ogalla, Bárbara Lennie, Vicky Peña, Marta Larralde. Abycine Presenta.

Como en aquel viaje de ida y vuelta entre una filmoteca (el cine) y la calle (la realidad) que perfilaba la maravillosa La vida útil, anterior película del uruguayo Federico Veiroj, El apóstata se hace fuerte en sus pequeños gestos circulares. Ahí está la fascinante escena en que la cámara se arrima al rostro del protagonista, Gonzalo, para descender por sus ropas hasta el suelo, luego hasta una versión adolescente y macarra de sí mismo, y luego, de vuelta al presente, al rostro complacido del protagonista. En este sinuoso vaivén entre un presente turbulento y un pasado añorado se revela el modus operandi de un hombre decidido a no consumar un camino vital que siente demasiado demarcado: condicionado por los rituales de la Iglesia, pautado por la hipocresía de la institución familiar, condenado por la mediocridad de la academia y, finalmente, cincelado por una cóctel personal de inmadurez y egolatría. Círculos y más círculos, como los que llevan a Gonzalo una y otra vez hasta la cama de su prima Pilar (Marta Larralde), el objeto de deseo prohibido que termina revelándose como eje central de la odisea insurrecta del protagonista. Y luego también espirales, las que la película construye de los márgenes de la realidad hasta el corazón de la fantasía y la ensoñación: el buñueliano primer plano de la mano de Gonzalo, con pipas en lugar de hormigas, rima con el resplandor entre mágico y ridículo de la imagen de un par de monjas vestidas de blanco cegador.

Inquieta e incontinente, El apóstata ensaya locuras freudianas y bergmanianas: unos viajes físicos a la infancia que tocan el cielo con el rostro cantarín de la prima Pilar adornado por su voz de niña. Luego, en la recta final, ya embrujada por el surrealismo, la película adopta un tono rabioso y operístico que hace pensar en la exaltación que a veces se apodera de las imágenes del italiano Marco Bellocchio. Veiroj prueba, a veces se equivoca, pero nunca se aleja de su protagonista, a quién dedica uno de sus característicos grandes finales, donde confluyen ritual y sublevación, responsabilidad y gamberrismo, aprendizaje e inocencia, ingredientes mágicos de esta energizante pócima libertaria. Manu Yáñez

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BERNIE. Richard Linklater. 104 minutos. Estados Unidos (2011). Con Jack Black, Shirley MacLaine, Matthew McConaughey, Rick Dial. Sesión Especial.

¿Y si esta película de apariencia discreta fuese en realidad la pieza que completa el gran proyecto realista de Richard Linklater? El director de Boyhood ha dedicado gran parte de su trayectoria a establecer nexos entre su universo imaginario y su realidad más próxima: ha dirigido películas sin trama que retrataban su querida Austin (Slacker), films de animación dibujados sobre imágenes reales (Waking Life y A Scanner Darkly), obras autobiográficas vestidas de cine para adolescentes (Dazed and Confused) y una historia de amor perfilada a lo largo de tres décadas (la trilogía de Jesse y Céline). Un historial de experimentos realistas en el que Bernie establece una nueva cima de libertad, espíritu lúdico y ambición reflexiva. Combinando testimonios reales, falso documental y ficción pura, Linklater dibuja círculos concéntricos en torno a la fascinante y turbia historia real de Bernie Tiede, un embalsamador al que sus conciudadanos de Carthage describen como un hombre bueno: carismático, servicial, hecho a sí mismo y, también, sediento de aceptación. Un atisbo de oscuridad que tomó un cauce inesperado cuando Tiede asesinó a sangre fría a su esposa Marjorie Nugent (Shirley Maclaine en la ficción).

Escrita por Linklater y Skip Hollandsworth –el periodista que descubrió al director la historia de Tiede–, Bernie saborea las mieles de la comedia costumbrista gracias a un sinfín de pintorescos detalles de la vida sureña. Pinceladas humorísticas que puntúan, sin llegar a ensombrecer, el giro siniestro de la película: su viaje hacia las catacumbas del espíritu humano. Y aquí es donde la pulsión literaria del film adquiere un peso notable. En una escena particularmente reveladora, una de las (muchas) mujeres mayores que aparecen en la película elogiando a Tiede apunta llanamente que “todos somos capaces de caer en esa oscuridad si nos enfadamos lo suficiente”. Una frase que podría explicar los viacrucis existenciales de más de un personaje de Dostoyevski o la deriva cínico/humanista de Chaplin en la magistral Monsieur Verdoux, con la que Bernie comparte el gusto por la ambigüedad y una lúcida meditación sobre los límites de la ley moral y el orden social, pilares de nuestro sentido de la justicia. Manu Yáñez

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MALPARTIDA FLUXUS VILLAGE. María Pérez. 73 min. España (2015). Abycine Indie.
La etnografía experimental aplicada al entorno más cercano, la mirada del extranjero sobre lo más local y autóctono. En su primer largometraje, la extremeña María Pérez se enfrenta al retrato de su pueblo natal, Malpartida, como si fuera una etnógrafa caída de otro continente interesada por las costumbres locales. Costumbres enfrentadas a su vez a un elemento que las perturba y las pone en duda: la instalación en el pequeño pueblo, en los años 70, de un museo de arte fluxus, a cargo del artista Wolf Vostell. La recuperación de una gran cantidad de material de archivo de la época sirve a la realizadora para trazar una historia de la irrupción cuasi-surrealista de esos artistas de vanguardia en un entorno rural de la España más perdida y aún anclada en el tiempo. La intención de la realizadora no es, sin embargo, el del retrato tradicional e histórico, sino que presta atención a los choques culturales y sociales, a la sacudida que produjo el museo en el pueblo hace cuarenta años, y en cómo esas sacudidas siguen replicando en la base del pueblo. El resultado es una película delirante que pone en duda la propia noción de retrato etnográfico, así como de alta y baja cultura, mostrando en su lugar la puesta en escena de una intervención artística constante en la que los protagonistas, voluntarios o no, son los propios habitantes del pueblo. Gonzalo de Pedro Amatria

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PUEBLO. Elena López Riera. 27 minutos. España (2015). Abycine Cortos.

Declaraciones de López Riera a Otros Cines Europa (entrevista completa):

LEJOS Y CERCA DE LOS ORÍGENES: Llevo muchos años viviendo fuera de mi tierra y, a medida que pasaba el tiempo, la imagen del lugar donde crecí se iba configurando cada vez más en torno a ciertos rituales arcaicos (y en muchas ocasiones religiosos). Las imágenes del exilio se iban convirtiendo en una sucesión de estampas viscerales, de las que me sentía muy lejos y muy cerca al mismo tiempo. De repente se me ocurrió que las procesiones de Semana Santa expresaban muy bien esa reacción incontrolable ante algo que consideras ajeno a ti, a tú pensamiento, y que al mismo tiempo es algo muy propio, muy sentío y que escapa a cualquier explicación intelectual”.

REFERENTES: “Yo me paso la vida copiando a todo el mundo. Pasolini es una referencia muy importante por su relación con lo religioso y por la manera que tiene de filmar el pueblo, por su militancia… El Jean Eustache de Mes petites amoureuses o de La rosière de Pessac de alguna manera está ahí claro… pero también Jacinto Esteva y otros contemporáneos como Hélena Klotz, Virgil Vernier y Joao Pedro Rodríguez y Guerra da Mata… y las palmeras de mi pueblo, y las rotondas noventeras, y los bares de carretera y mis abuelos y y y….”.

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EL CAMÍ MÉS LLARG PER TORNAR A CASA. Sergi Pérez. 85 min. España (2014). Con Borja Espinosa, Miki Esparbé, María Ribera, Pol López. Premio Película Joven.

Sin apenas diálogos y con la omnipresencia enigmática del fuera de campo, la sobrecogedora ópera prima de Sergi Pérez narra una historia de superación cuya temática y tratamiento convierten su visionado en una experiencia de difícil digestión. El camí més llarg per tornar a casa es un oscuro torbellino emocional, un maravilloso y humano tour de force que describe el atávico deseo de evasión que experimenta un viudo durante las primeras veinticuatro horas del luto. Pese a la crudeza del relato, el largometraje consigue eludir la vertiente más lacrimógena del melodrama gracias a la trivialidad de su argumento, basado en una anécdota tan cotidiana como dejarse las llaves dentro de casa –le ocurre al protagonista cuando sale a urgencias con el perro de la difunta–. Abatido y encolerizado, viéndose forzado a abandonar su Torre de Marfil para salvar a otro ser vivo, Joel (Borja Espinosa) recorre toda Barcelona con el animal muriendo en sus brazos.

A diferencia de lo que ocurría en Wendy y Lucy de Kelly Reichardt, el perro se erige aquí en un obstáculo para el impulso autodestructivo del protagonista. Por otra parte, el film da cuenta de la convención social que impide mostrar el mínimo signo de dolor en público: las únicas vías que encuentra el protagonista para manifestar su desconsuelo son las primitivas pulsiones del sexo y la violencia. A la postre, y pese a su dramatismo, El camí més llarg… consigue albergar en su relato un halo de esperanza: en su peripatética odisea, nuestro Ulises particular deberá aprender a avistar su propia Ítaca. Carlota Moseguí

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LA NOVIA. Paula Ortiz. 95 minutos. España-Alemania (2015). Con Inma Cuesta, Alex García, Asier Etxeandía, Leticia Dolera. Abycine Presenta.

Presentada en el pasado Festival de San Sebastián, esta película de Paula Ortiz (De tu ventana a la mía) se acerca con considerable osadía a las Bodas de sangre de Federico García Lorca. Durante su visionado, no pude evitar sentir una simpatía complementada con puntuales estallidos de jolgorio ante una propuesta que no tengo del todo claro donde ubicar en un paisaje de excepciones e insularidades como el del cine español actual (y de siempre). Ortiz se las ve con Lorca sin miedo al ridículo ni a la lírica, más bien con una confianza plena en la fuerza evocadora de sus versos y depositándose en los hombros de su más que acertado reparto, para llevar a buen puerto este polvoriento western de mujeres. Desconozco el proceso de gestación de La novia, si fue un parto feliz, si fue complicado, si fue tan árido como los paisajes de la película o más bien no, pero el caso es que tiene problemas de sobreproducción, no sé si me haré entender: tanto a nivel de fotografía como en lo que respecta al montaje, demasiado rápido y cortante en ocasiones, muy de videoclip, a menudo la película parece empeñada en no querer distanciarse en exceso de ese aspecto y esos colores que a veces parece que sean siempre los mismos en un cierto cine español, digamos, de calidad. Cuando se quiere poner turbia o violenta, a menudo deviene vulgar. Hay pasajes hermosos, contagiosos, como el momento en el que La Novia sale a cantar La Tarara, y otros en el que un arrobamiento excesivo desactiva la intensidad de los versos de Lorca, como ese duelo final punteado por el Pequeño vals vienés. Pese a todo, pese a sus imperfecciones, es una película que te mantiene con los ojos y los oídos abiertos y te recuerda que hay cosas, pasiones, que no mueren con el tiempo. Ojalá sea cierto eso que decía Gil de Biedma en su poema “Pandémica y celeste”, que mueren en paz los que han amado mucho. Toni Junyent

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LA MIRADA DEL SILENCIO. Joshua Oppenheimer. 99 min. Dinamarca (2014). Abycine Amnistía Internacional.

Mientras la estremecedora The Act of Killing funcionaba como un terrorífico autorretrato del mal –centrado en los verdugos del genocidio anticomunista acontecido en Indonesia a mediados de los 60–, la no menos impactante La mirada del silencio, el nuevo trabajo de Joshua Oppenheimer, funciona como su contraplano: la representación del impensable dolor sufrido por las víctimas de aquella barbarie. El protagonista de La mirada del silencio es el hermano de un ajusticiado por la dictadura de Suharto que busca a los responsables de aquel crimen, verdugos a los que Oppenheimer había conocido y entrevistado durante la producción de The Act of Killing. Estamos ante el escalofriante testimonio del coraje de un hombre (y a su lado un cineasta) decidido a conocer una verdad incómoda.

La mirada del silencio acerca todavía más a Oppenheimer a los referentes que poblaban el imaginario de The Act of Killing. El tenaz peregrinaje de un hombre en busca de la verdad remite al gran documental de Kazuo Hara The Emperor’s Naked Army Marches On, mientras que los cara a cara entre víctima y verdugos apuntan a la seminal S21: La máquina de matar de los jemeres rojos de Rithy Panh. Por no hablar del referente totémico que es Shoah de Claude Lanzmann, con su obstinada indagación en las sombras de la abyección histórica. Oppenheimer maneja estas herencias renunciando al purismo, sin miedo a herir sensibilidades. En ciertos momentos, hallamos atisbos de un desconcertante preciosismo. En otro pasaje, Oppenheimer muestra al padre del protagonista –un anciano centenario que se está quedando ciego– perdido y aterrado dentro de su propia casa… hasta ahí está dispuesto a llegar el cineasta para cerrar su parábola sobre el extravío de una sociedad golpeada por la desmemoria. Manu Yáñez

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TRUMAN. Cesc Gay. 108 minutos. España-Argentina (2015). Diego Ricardo Darín, Javier Cámara, Dolores Fonzi, Eduard Fernández. Clausura.

El verdadero talento, decía alguien por ahí, consiste en hacer fácil lo difícil, tornar algo complicado en otra cosa, una que hasta parece sencilla y natural. Pensaba en esto cuando veía Truman, y en particular, el trabajo interpretativo de Ricardo Darín. Junto al director Cesc Gay y los actores Javier Cámara y Dolores Fonzi, Darín ha logrado hacer que algo complicado de resolver fluya, emocione y funcione de una manera natural, lógica, agraciada. Darín es esa clase de persona que puede sacar algo mágico de cualquier situación sin necesidad de asombrar con ningún truco y sin humillarnos con su habilidad. Con el tema que aborda Truman, cualquier actor de esos con un ego gigante habría optado por ventilar todos los esfuerzos y sacrificios posibles que implica hacer el típico rol de enfermo terminal (perder decenas de kilos, el pelo, etc, etc), pero Darín no cae en ninguna de estas trampas estrujacorazones. En Truman, el actor argentino vuelve a dar vida –en gran medida gracias a la dirección y al guión de Gay, y a un Javier Cámara que juega al mismo deporte y casi tan bien como él– a esa mezcla de tipo querible e impresentable, capaz de actitudes repulsivas pero con una sonrisa compradora que nos hace perdonarle casi todo. A lo largo de casi dos horas, Darín nos convence de que hay verdades que salen a la luz en una pantalla de cine que nos agarran, desprevenidos, cuando menos lo esperamos.

Truman –una película sobre la amistad, sobre el cariño y sobre la comprensión– es un drama bastante tradicional en su forma y contenido. Pero Gay logra sacar de una serie de elementos potencialmente combustibles (enfermedad, perro viejo y tierno, amigos que no se ven, la posibilidad de la muerte inminente) una película humana, digna, tierna y emotiva sin apelar ni a trucos ni a trampas ni a excesivos golpes bajos. Cuando llegan las lágrimas, uno siente que se han ganado en buena ley. Diego Lerer