El 28 de abril de 2010 recibí la siguiente información, entonces confidencial, vía correo electrónico de mi amigo Raúl Pedraz:

“La retrospectiva dedicada a la obra de Peter Hutton tendrá una única sede: el Auditorio Sabatini del MNCARS (Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía). La retrospectiva dedicada a la obra de Peter Hutton tendrá lugar los días 12, 13, 14 y 16 de mayo (es decir, miércoles, jueves, viernes y domingo). Además, a las 12:00 horas del viernes 14 de mayo dará comienzo una Masterclass cuya inscripción es gratuita. La retrospectiva dedicada a la obra de Peter Hutton estará formada por 18 películas. 18 películas con dos elementos en común: se rodaron (y serán proyectadas) en 16 mm. y no tienen diálogos, ni música, ni sonido. Son imágenes, nada más. La duración de las películas se mueve entre los 7 y los 60 minutos: hablamos, por tanto, de cortometrajes, mediometrajes y un largometraje. El programa completo, en caso de poder unirse todas las obras, alcanzaría los 423 minutos. El comisario de la retrospectiva dedicada a la obra de Peter Hutton responde al nombre de Carlos Muguiro. Amén.”

El contenido de este e-mail, detallado y conciso, fue mi puerta de entrada a una experiencia cinematográfica y vital que se fijaría en la memoria con luz propia. De este modo aparecieron Peter Hutton y su cine en mi vida, y las tardes silenciosas compartidas del 12, 13 y 14 de mayo de 2010 en el Auditorio Sabatini gracias a Documenta Madrid quedarían firmemente impresas en las retinas asistentes.

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Seguramente cada uno de estos espectadores se sintiera triste el pasado sábado tras conocer la noticia de la muerte de Hutton y seguramente sus cabezas compartieran un viaje retrospectivo a aquellos días de mayo de hace seis años. Las imágenes revividas habrán sido distintas, algunas pocas habrán coincidido: quizás unos pies que se balancean al ritmo de un columpio mientras la luz que incide sobre ellos los dota de una textura frágil y fantasmagórica; quizás el pedaleo sobre una bicicleta que se suma al avance de la rueda y a la sombra adyacente proyectada por el conjunto sobre el suelo; quizás el descubrimiento intermitente, a voluntad del oleaje marino y sobre la cubierta de un barco, de la línea del horizonte, allí donde acaba el mar y arranca el cielo si es que esto fuera posible.

La obra de este cineasta marino de Detroit, que se consideraba un espíritu más propio del siglo XIX –en sintonía con el paisajismo pictórico americano–, significó para mí una suerte de antesala hacia la práctica meditativa, aunque yo entonces no lo sabía. Seguramente el cine de James Benning (y especialmente sus cielos de Ten Skies), pocos años antes, había actuado también en una dirección semejante. La actitud contemplativa a la que invitan July ’71 in San Francisco, Living at Beach Street, Working at Canyon Cinema, Swimming in the Valley of the Moon (1971) o At Sea (2007), por citar solo un par de ejemplos, surge de la confianza en un modo trascendente de sentir el tiempo que cada vez resulta más difícil —y más necesario— de convocar y combinar con los vertiginosos ritmos contemporáneos. “A menudo pienso que la gente necesita un poco de calma, tomarse una pausa, ordenar sus pensamientos, crear un espacio para poder pensar las cosas sin estar forzado a ir en una dirección determinada”, confesaba Hutton a Santiago Rubín de Celis y M. Palacios en una entrevista concedida a Blogs & Docs.

Este otro modo de vivir el tiempo no se puede enseñar, pues se aprende siendo ejercitado. Es así como Hutton, con experiencia de una década en alta mar, fue forjándose una nueva mirada sobre las cosas del mundo y admirándose ante la belleza placentera que de ella derivaba. “Había un mundo frente a nosotros al que no prestábamos atención”, comentaba durante aquellos días madrileños. Mediante su cine –ahora soy más consciente de ello–, conocí el concepto de “velocidad necesaria” y la importancia de los procesos, sean de la naturaleza que sean. El misterio, aquello que aguarda bajo lo revelable, solo se manifiesta en el tiempo y solo en el tiempo puede desplegarse una mirada con capacidad para sorprenderse, impresionarse, conmoverse o moverse con…

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Aquella mirada inmortalizada a través de una Bólex, frecuentemente en blanco y negro, cuya subjetividad parecía solo manifestarse en el corte, concentrada a menudo en una toma que simplemente se mantenía presente sin moverse o que aguardaba a que el encuadre fuera surcado por algo, era –y es– una mirada atenta y también silenciosa. Ese silencio es el que acompaña también la práctica meditativa, que propone un recogimiento, un silencio que concentra la atención, un silencio quizá solo acompañado por el sonido del proyector en una afortunada sala de cine o por aquellos sonidos que se filtran del mundo exterior, de este mundo nuestro siempre sonando. En una idea recogida por Carlos Muguiro en un magnífico texto de presentación disponible en la web de Documenta Madrid, decía Hutton: “(…) Conforme más tiempo pasas mirando las cosas, tanto más se revelan ellas mismas”.

Las únicas 17 palabras presentes –legibles pero no audibles– en toda la filmografía de Peter Hutton, sin contar los rótulos de los títulos, son 17 palabras de Joseph Conrad: “A man who is born falls into a dream like a man who falls into the sea…” (“Al nacer, el ser humano se precipita en un sueño como un hombre que cae al mar”). Así que este hijo de la mar está despierto ahora y nosotros seguimos a la deriva, pero fuimos –somos– afortunados de que nos dejara echar un vistazo a su álbum de fotos.

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