El inclasificable cineasta ucraniano Myroslav Slaboshpytskiy, conocido por sus fríos y secos retratos de colectivos marginales, sorprendió a los asistentes a la Semana de la Crítica del pasado Festival de Cannes con uno de los debuts más épicos que se recuerdan. El elemento distintivo del cine de Slaboshpytskiy se halla en una áspera provocación: el contenido de la imagen nunca se aprehende en su totalidad. Críptico y subversivo, su manifiesto de la no-comprensión, exhibido distintamente en cinco títulos maravillosos –cuatro cortometrajes y su ópera prima The Tribe–, no debe confundirse con el proceder de otros filmes que difuminan su trasfondo teórico-metafísico. Aunque comparta el propósito de obras tan conceptuales como Adiós al lenguaje, de Jean-Luc Godard, la escueta filmografía de Slaboshpytskiy no apunta hacia una intelectualidad etérea, sino que sus trabajos esquivan la abstracción.

Nos hallamos ante un cine de la experiencia, y en concreto de una experiencia tan visceral e insólita que puede resultar inteligible. En este sentido, el primer largometraje de Slaboshpytskiy está compuesto por un elenco de actores sordomudos no profesionales. A causa de su discapacidad, los intérpretes interactúan entre ellos a través del lenguaje de signos ucraniano, gestos que el cineasta opta por no subtitular. De este modo, el visionado de The Tribe se convierte en la batalla facultativa del espectador contra la ausencia de diálogos.

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Pese a la omisión de subtítulos y de expresión verbal durante ciento treinta minutos de metraje, la desbordante narratividad que albergan las escenas de la jeroglífica The Tribe permite seguir y entender su argumento. El guión se construye a partir del equilibrio matemático entre el factor sorpresa y la representación de lugares comunes. Nada es innovador en la trama de este thriller criminal de adolescentes, porque si lo fuese la audiencia no entendería el contenido de la película, ni la forma en la que se expresa. No se muestra ninguna secuencia que el espectador no tenga archivada en su memoria fílmica, a excepción de su apoteósico desenlace, el cual recompensará todo el esfuerzo invertido en decodificar el significado de las incesantes gesticulaciones de los protagonistas.

Como señalábamos, cada toma –plasmada en prolongados planos secuencia y prodigiosos movimientos de cámara– funciona como un homenaje a escenas tópicas del género dramático; como por ejemplo: un estudiante novato que se hace camino entre los abusones, el ritual de iniciación para entrar en una banda callejera, el funcionamiento de las mafias dedicadas a la trata de blancas, el embarazo no deseado de una adolescente, un aborto casero al estilo de 4 meses, 3 semanas, 2 días, o una venganza más despiadada que el díptico de Kill Bill, entre muchas otras. El público que visiona The Tribe por primera vez puede sentirse perdido a manos del azar, pero en realidad su subconsciente –alimentado por su bagaje cinematográfico– le anticipa lo que sucederá sin necesidad de mayores explicaciones.

A diferencia del tercer corto de Slaboshpytskiy, titulado Deafness (2010) –también privado de diálogos por la presencia de actores sordomudos–, The Tribe facilita la comprensión de su trama gracias a que sus innovaciones afectan más a la forma que al fondo. El film narra la llegada de Sergey (Grigory Fesenku) a un centro de enseñanza público para menores sordomudos donde sus miembros llevan en secreto una red de contrabando y proxenetismo con la ayuda de uno de los profesores (Alexsander Panivan). Tras pasar por un bautizo simbólico, Sergey es aceptado en la comunidad. Su nuevo trabajo consiste en llevar cada noche a dos de sus compañeras de clase, que se prostituyen, a un descampado con camiones, una labor que anteriormente realizaba otro estudiante hallado muerto durante su servicio.

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Conociendo la obra previa del director ucraniano, advertimos cierta perseverancia en la construcción de parábolas que ligan la violencia de una minoría con su marginalidad o discapacidad. The Tribe es la culminación de su recurrente acercamiento a la furia e instinto de supervivencia de un colectivo inadaptado, algo ya presente en el filicidio de dos heroinómanos seropositivos en Diagnosis (2009) o en la violencia ritual de una radiactiva pareja de Chernóbil en Nuclear Waste (2012), cortometraje premiado en el Festival de Locarno.

The Tribe retrata el atroz sistema feudal (basado en un encadenamiento de relaciones de vasallaje) instaurado en una subcultura que vive, según sus propias normas no-escritas, al margen de la sociedad. La bárbara e inalterable jerarquía de este microcosmos es una respuesta de tintes fascistas a la indiferencia de su país respecto al estado de dicha comunidad, una suerte de metáfora del negligente abandono de Ucrania por parte de la Unión Europea en 2014. No es ninguna casualidad que el primer encuentro entre Sergey y sus compañeros transcurra durante una lección de Historia en la que una profesora parece explicar la decisión del gobierno ucraniano de no estrechar lazos con la Unión Europea.

En medio de este clima de perversidad, surge un romance entre Sergey y Anya (Yana Novikova), una de las prostitutas del clan. A priori, su cándido amor es tan poderoso que logra vencer todas las injustas adversidades. Pero, del mismo modo que la mímica expresiva de todos los personajes de The Tribe va adquiriendo una creciente agresividad, los sentimientos de los adolescentes sufren una alteración similar, sobre todo en el caso de Sergey: su amor deviene una obsesión compulsiva. Una alegoría final de la existencia de estos sordomudos, cuyas hastiadas vidas están condicionadas por la noción de repetición y monotonía, tanto corporal como existencial.