Página web del Atlántida Film Fest (25 junio-25 de julio)

QUIERO LO ETERNO. Miguel Ángel Blanca. 74 minutos. España (2017). Con Mestre Toscau, Nina Mirez, Carmela Poch.

Como un maleficio fílmico dirigido al simulacro de bienestar de la sociedad de consumo, Quiero lo eterno, la nueva película de Miguel Ángel Blanca, deviene la fiesta a la que uno nunca quiso asistir, pero de la que resulta imposible escapar. En cada uno de sus recodos sombríos, los fantasmas de las Navidades presentes y futuras exhiben con desdeñosa hostilidad el desconcierto de nuestro tiempo, encarnado en una troupe de adolescentes insensibles y asexuados cuya sed de destrucción no conoce límites. Su modus operandi se basa en la contradicción permanente: la desfachatez de insultar a la propia madre y después prometerle amor incondicional, relatar sin sombra de arrepentimiento el intento de ahogo a un hermano y luego mostrarse escandalizado por el homicidio de una indigente. Del mismo modo que Chaplin aprisionó a la sociedad entre la nobleza incontestable de Charlot y la zafiedad cínica de Monsieur Verdoux; igual que Pier Paolo Pasolini encorchetó el deseo humano entre el hedonismo de la Trilogía de la Vida y el fascismo de Saló o los 120 días de Sodoma, Quiero lo eterno asfixia al espectador entre el desprecio omnidireccional que practican sus protagonistas y el genuino compromiso fílmico que Blanca establece con sus indomables criaturas.

A la estela de aquellos directores que han decidido liberarse de todo moralismo en su abordaje al resplandor lúgubre del mundo –de Philippe Grandrieux a Abel Ferrara, de Harmony Korine a Koji Wakamatsu–, Blanca construye Quiero lo eterno a partir del pacto fáustico con los jóvenes profesionales del escarnio que protagonizan el film, que interpretan versiones semificcionales de sí mismos. Así, vanagloriándose de su desprecio por el pacto social, estos poetas del angst –aprendices de Rimbaud y de las flores del mal– se entretienen convirtiendo la ideología en un fetiche desmemoriado de cruces gamadas y fotografías de Jesucristo en llamas: su proceder apunta a la destrucción de todo discurso, a la aniquilación del sentido, a la trágica (y, al mismo tiempo, inquietantemente creativa) imposibilidad de la argumentación. Por su parte, una enigmática subtrama fantástica y conspiranoica, a lo Mala sangre de Leos Carax, sugiere que la ciencia ficción ya sólo explica el aquí y el ahora: lo protagonistas no saben vivir sin dar testimonio pixelado de su nada cotidiana, pero al mismo tiempo reivindican el estatuto inmutable de la carne propinándose tatuajes caseros. Así, como herederos de los ragazzi di vita pasolinianos, como figuras crísticas abocadas a un vía crucis indolente, los chicos y chicas de Quiero lo eterno, y su director al mando, nos ponen frente al paredón de nuestros terrores, en las antípodas de nuestra zona de confort. Manu Yáñez

YO LA BUSCO. Sara Guitiérrez Galve. 85 minutos. España (2018). Con Katia Armesto, Guillem Barbosa, Dani Casellas.

A primera vista, resulta inevitable trazar una relación entre Las amigas de Ágata, Júlia Ist y Yo la busco, ya que las tres comparten orígenes y características que las hacen susceptibles de agruparlas en un movimiento aún sin definir. Películas que comienzan siendo un proyecto fin de carrera, que salen de la Universidad Pompeu Fabra y terminan recorriendo diversos festivales de cine. Podríamos añadir que están dirigidas por mujeres, y que están protagonizadas por jóvenes que representan una generación (denominada, para bien o para mal, millennial). Pero sería injusto negar que, a pesar de las relaciones que pueden extraerse, cada cual goza de una personalidad diferenciada. Al inicio de Yo la busco una melodía arabesca nos sitúa de golpe en una Barcelona multicultural que se abre al espectador en toda su esencia. Resulta pertinente resaltar que, cuando aún no se ha cumplido un año de los atentados terroristas en Cataluña, la película muestra (de manera casual o no) una imagen de convivencia que no pasa desapercibida. Esto se aprecia de manera sutil, hasta que tiene lugar una escena en que el protagonista entabla una conversación amistosa con el propietario de un establecimiento de comida árabe, y este le ofrece un kebab para ahogar sus penas.

En mitad de este deambular nocturno por las calles barcelonesas que Max inicia cuando decide salir a buscar un Corneto, el encuentro con un taxista que aprende chino por cuestiones sentimentales aporta otro punto de diversidad. Sin embargo, esta no es solo una historia de tolerancia hacia la comunidad extranjera, sino también respecto a las relaciones personales con los demás y con uno mismo. Con todo el riesgo que ello conlleva. No resulta fácil meterse en berenjenales a la hora de mostrar relaciones amorosas complejas, que aporten otro ángulo diferente. Sin embargo, el guion, escrito por la directora junto a Núria Roura Benito, denota una madurez y valentía poco frecuentes a la hora de tratar un tema tan difícil como la evolución de la pareja, tanto a nivel interno como socialmente. De una manera aparentemente sencilla, con diálogos y situaciones que rozan el absurdo, la película es capaz de ponernos contra las cuerdas de nuestras propias emociones, de nuestros propios límites y prejuicios. Max, el protagonista, no reacciona de la forma en que esperamos. No monta en cólera, no se hace respetar, es un pringado que en realidad demuestra inteligencia con su forma de actuar. Este comportamiento convierte al personaje en un ser intrigante, que se enfrenta de manera peculiar a situaciones que podrían darse en la vida real, y ello, unido a un paseo improvisado que lo lanza a situaciones extrañas, pero también factibles, hacen que la película no deje de ser una rareza fuertemente apegada a lo cotidiano. Laura Carneros

THE WALDHEIM WALTZ. Ruth Beckerman. 93 minutos. Austria (2018).

The Waldheim Waltz (Waldheims Walzer), el nuevo film de la documentalista Ruth Beckerman, se erige en un monumental trabajo de archivo que, bajo su apariencia de documental tradicional, se revela como una auténtica bomba de relojería en torno a la memoria, la política, la mentira y la democracia. A partir de una vieja cinta VHS grabada por ella misma en 1986, The Waldheim Waltz reconstruye la historia de Kurt Waldheim, Secretario General de Naciones Unidas durante diez años, que a lo largo de toda su vida ocultó y maquilló su implicación en los crímenes nazis cometidos en la Segunda Guerra Mundial. La historia que Beckermann recupera no es nueva: toda la película está basada en materiales de archivo de acceso público pero su afán no es investigador, sino que la cineasta trabaja sobre la memoria y el archivo para tratar de entender nuestro presente. A partir de un uso muy inteligente del archivo, la película pasa de lo personal (el caso de Waldheim) a lo colectivo, para dibujar cómo el ejercicio del candidato, ese intento de negar su pasado nazi, no es sino una muestra de un gesto colectivo, realizado por el país entero tras la Segunda Guerra mundial: en lugar de asimilar y aceptar su responsabilidad, como hiciera Alemania, Austria quiso verse a sí misma como una víctima del III Reich, y no como un colaborador necesario. Y sobre esa mentira el país entero construyó su futuro y su democracia.

Beckermann lleva todo ese material al presente, sin necesidad de hacerlo de forma obvia, para plantearnos la duda sobre qué y cómo construimos nuestra identidad colectiva, y qué tipo de democracias queremos construir para hacer frente a la cada vez más obvia presencia de las fuerzas y corrientes fascistas que ponen en riesgo las sociedades que creíamos abiertas, tolerantes y democráticas. La película se refiere de forma evidente a la actualidad política austriaca, país gobernado desde hace relativamente poco por un presidente y un gobierno de tendencias más que derechistas, pero de forma más general a todas las sociedades que han de hacer frente a la insurgencia de un pasado que no termina nunca de marcharse. Por último, The Waldheim Waltz contiene o provoca una reflexión sobre los propios medios transmisores y creadores de imágenes, que en última instancia son los responsables de crear, difundir o consolidar ciertas “verdades políticas” que terminan por ser asumidas como únicas. El trabajo de Beckermann cuestiona dichas imágenes mediáticas para despojarlas de esa “verdad”, desenmascarándolas como construcciones que terminan por asumirse como verdades únicas, y sacando a la luz su lado más oscuro: el de la batalla política como una batalla publicitaria, mediática, y no como una cuestión ideológica. Gonzalo de Pedro Amatria

LO QUE DIRÁN. Nila Núñez. 61 minutos. España (2017).

Nacidas para llenar la pantalla con sus anhelos, dichas y temores, Aisha y Ahlam, las jóvenes protagonistas del documental Lo que dirán, viven de manera distinta su religiosidad. Aisha ha decidido llevar hijab (velo), mientras que Ahlam duda sobre si algún día empezará a ponérselo. Una incertidumbre que se propaga por la ópera prima de Nila Núñez (fruto de su participación en el Máster en Teoría y Práctica del Documental Creativo de la UAB), que aborda con urgencia y locuacidad su tema de estudio –la vida de las mujeres musulmanas en Europa–, negándose en todo momento a simplificar la realidad. El trabajo inmersivo de puesta en escena, con la cámara casi siempre cerca de las carismáticas protagonistas, invita a experimentar una respetuosa afinidad: cuando, en sendos arrebatos de lucidez espontánea, las amigas afirman que “ser musulmana no es fácil: es un estilo de vida, no sólo una religión”, y que “cada cual tiene su manera de vivir la religión”, uno no puede dejar de abrazar estas muestras de sabiduría precoz.

Intimista y conversacional, Lo que dirán fija como uno de sus principales motivos visuales la preocupación estética de las protagonistas, a las que vemos maquillarse, probarse vestidos, ajustarse el hijab, fotografiarse, mirarse al espejo… La problemática de las apariencias, de cómo mostrarse al mundo, sirve de plataforma para el estudio del diálogo intercultural e intergeneracional. Para abarcar todas las caras de esta situación –objeto de múltiples e inoperantes debates públicos–, la cámara de Núñez se inmiscuye en la intimidad de las amigas y luego las observa en sus contextos familiares y escolares (en escenas que remiten a La clase de Laurent Cantet). Tanto el rigor de la investigación –que pauta con claridad el nexo entre lo personal y lo colectivo– como la elección de un escenario donde la utopía social parece posible hacen pensar en el cine de Frederick Wiseman, aunque Lo que dirán sabe trascender el distanciamiento observacional para conquistar un singular vigor expresivo: para la escena en que Ahlam muestra su preocupación por cómo la tratarían si empezase a llevar hijab, Núñez sumerge al personaje en una penumbra reveladora. Manu Yáñez

NO INTENSO AGORA. João Moreira Salles. 127 minutos. Brasil (2017).

Años después de la notable Santiago, el brasileño Joâo Moreira Salles presenta la sobresaliente No intenso agora. Con abundante material de archivo, se trata de una larga evocación de los años ’60, convulsionados con movimientos revolucionarios, durante los cuales toda una generación creyó que otro mundo era posible. Con imágenes tomadas por su propia madre durante un viaje a China realizado con un grupo de brasileños de la alta burguesía, asistimos al apogeo de la Revolución Cultural de la mano de Mao Tse Tung para, sin intervalo, pasar a las barricadas del Mayo Francés en Paris, cuando toda la juventud intelectual se unió a la clase obrera, alzada contra el orden establecido y luego sofocada por De Gaulle. Al mismo tiempo, la Primavera de Praga, donde había florecido una incipiente independencia, era reducida por la entrada de los tanques soviéticos.

Las imágenes de este ensayo son todas tomadas de films rodados por otros: noticieros, home movies, películas poco conocidas de la época, con un montaje poco convencional. Resulta muy impactante ver los diversos entierros que se llevan a cabo en Europa y Brasil de manifestantes muertos, símbolo del fracaso de la utopía. Y, sin embargo, el film refiere al agora, el ahora, que de cierta manera Moreira Salles vincula con aquel ayer, con melancolía, y cierta desesperanza. Josefina Sartora

METEORS. Gürcan Keltek. 81 minutos. Turquía, Holanda (2017).

Un grupo de cazadores busca sus presas en la zona kurda del sudeste de Turquía. El ejército invade la región con 10.000 soldados y se desata una sangrienta guerra civil. Una lluvia de meteoros (241 según la NASA) cae en ese lugar. Todo ocurrió muy cerca y en el lapso de pocos días de 2015. Aunque así contado puede sonar como caprichoso o absurdo, el debutante Gürcan Keltek combina esos elementos bélicos, étnicos y naturales con una convicción y precisión demoledoras para construir, en definitiva, un diario que bebe en principio del documental para llegar luego al relato alucinatorio, casi al borde de la ciencia ficción. Un modelo de ensayo donde conviven lo experimental, lo metafísico y, por supuesto, lo político. Ganadora del premio Swatch Art Peace Hotel del jurado de Operas primas en el último Festival de Locarno. Diego Batlle

SOTABOSC. David Gutiérrez Camps. 77 minutos. España (2017). Con Musa Camara, Samba Diallo, Deborah Marin.

En The Juan Bushwick Diaries, la primera película de David Gutiérrez Camps, la ficción topaba con las maneras del diario íntimo, en una de las muestras más interesantes de ese cine español reciente que explora las costuras de la propia ficción. De aquella película, que se abría hacia confines diversos y hacia materialidades distintas, han quedado ciertas trazas, marcas que se han transferido a Sotabosc, la nueva película de Gutiérrez Camps, en la que ficcionaliza el día a día de un emigrante africano, afincado en el campo cerca de Girona, donde se gana la vida recogiendo piñas de los árboles. El paisaje, concreto, de los bosques catalanes y de los pueblos de interior va abriéndose hacia otra dimensión. Sotabosc se toma su tiempo y se asienta en unas formas propias del documental, de la mano de una serie de escenas que siguen a un actor no profesional, Musa Camara, que aporta su propia experiencia vital en la construcción del personaje. Sin embargo, de ese poso de realidad –la de los emigrantes africanos en Cataluña–, poco a poco, termina por emerger lo fantástico.

Sotabosc parece compartir el gusto por el paisaje como puerta abierta hacia lo fantástico con Prince Avalanche, aquel film de David Gordon Green en el que, en un momento, uno de los personajes –encargado de pintar las líneas de una carretera– se perdía por el bosque, para encontrar ahí a una mujer que podía ser un fantasma. El propio Gutiérrez Camps comentaba en el pasado Festival de Sevilla que “no quería hacer una película social, así que tenía claro que quería que hubiese esta especie de giro hacia lo fantástico o lo onírico”. En Sotabosc, el quiebro se produce, primero, a partir de una perturbadora escena en que el protagonista observa a una chica a través de una ventana. Al final, se confirma la deriva, cuando el personaje busca su bicicleta, perdiéndose en un bosque quemado que no sabemos si es real o, sencillamente, un estado de ánimo, y que aborda desde lo abstracto y lo complejo el conflicto político y social. Violeta Kovacsics

ESCORÉU, 24 D’AVIENTU DE 1937. Ramón Lluís Bande. 67 minutos. España (2017).

Hasta el momento, el proyecto histórico-fílmico de Ramón Lluís Bande había circulado por dos corrientes paralelas. Por un lado, una observación silente y distanciada del paisaje asturiano, de la que emergía con furia soterrada la memoria de las heridas (no cicatrizadas) de la Guerra Civil y sus larguísimos estertores. Por otro lado, hace unos años, Bande había iniciado una exploración de los testimonios orales que apuntaba a la construcción del “documento urgente de un acto político radical”, en palabras del propio autor. Paisaje y palabra como los dos ejes centrales de una infatigable búsqueda de respuestas contra el olvido. Dos poderosas armas que confluyen en el nuevo film de Bande, Escoréu (Pravia), 24 d’avientu de 1937. Crónica d’una exhumación, que da cuenta del proceso de búsqueda y exhumación del cuerpo de un hombre asesinado durante la guerra. En esta obra cargada de rigor y compromiso político, encontramos todo el pudor de una cámara que observa desde la distancia pero que no puede contener la emotividad que emana de un punzante gesto de justicia (demasiado tardía). Una cámara que, al mismo tiempo, recoge los testimonios de aquellos que vivieron el crimen de cerca, enriqueciendo así el retrato socio-histórico que ofrece el film. Manu Yáñez

COLO. Teresa Villaverde. 136 minutos. Portugal, Francia (2017). Con João Pedro Vaz, Alice Albergaria Borges, Beatriz Batarda.

En Colo de Teresa Villaverde se intenta retratar una cierta subjetividad líquida de nuestro tiempo, pero atendiendo al contraste generacional y bajo el sentimiento dominante del vacío (ni siquiera existencial). La adolescente de Colo, y también sus padres, transitan Lisboa sin encontrar arraigo y sentido. Las características proezas formales de Villaverde están más contenidas en esta ocasión, pero se alcanzan a divisar en algunas escenas, como en aquellos planos escalonados en los que se pueden apreciar la soledad y la fragilidad de los personajes observándolos desde un punto flotante del espacio mientras se mueven en sus cuartos mirando por la ventana. Roger Koza

BLUE MY MIND. Lisa Brühlmann. 97 minutos. Suiza (2017). Con Luna Wedler, Zoë Pastelle Holthuizen, Regula Grauwiller.

Mia tiene 15 años y, como su familia acaba de mudarse a otra ciudad, ingresa a mitad de año en un nuevo colegio. En principio ella es víctima del bullying de sus flamantes compañeros, pero pronto hará todo lo que sea necesario para ser aceptada en el grupo que integran las tres chicas más populares de la clase. La inquietante ópera prima de Brühlmann arranca como un típico coming of age (descontención adolescente, conflictos crecientes con sus padres, explosión hormonal y despertar sexual, ritos de iniciación, crisis de identidad, vacío existencial, búsqueda de emociones fuertes, aspectos autodestructivos), pero poco a poco la directora suiza va incorporando elementos que distancian al film de ese subgénero de escuela secundaria para llevarlo hacia terrenos fantásticos. Quizás la alegoría sobre el no pertenecer o no encajar en los cánones tradicionales puede resultar un poco obvia, pero Blue My Mind –sostenida en una rigurosa y potente narración y una cautivante interpretación de Luna Wedler– se convierte por momentos en una película incómoda, perversa, perturbadora y angustiante, pero casi siempre fascinante en la construcción de un universo propio. Diego Batlle