Manu Yáñez
Un año después de ganar el premio FIPRESCI de la crítica en el Festival de Cine Europeo de Sevilla con Equí y n’otru tiempu, el cineasta asturiano Ramón Lluís Bande regresó al festival hispalense para presentar El nome de los árboles, con la que reincide en la recuperación de la memoria de la resistencia republicana durante la posguerra. Filmada en paralelo a Equí y n’otru tiempu, el nuevo trabajo de Bande presenta un conjunto de testimonios que recuerdan la lucha y el trágico final de muchos de los fugaos (o maquis). Una celebración de la memorial oral en las que laten las heridas históricas, políticas y presentes de un país.
¿En qué momento tomaste consciencia de que El nome de los arboles podía ser una película paralela, autónoma, respecto a Equí y n’otru tiempu?
Mientras rodábamos Equí y n’otru tiempo, pensé que podía ser interesante filmar los encuentros que estábamos teniendo con la gente que nos guiaba hasta los lugares que queríamos filmar y que nos descubría las historias que allí habían ocurrido. Era como un cuaderno de apuntes que podía convertirse en una especie de making of, un extra de DVD. Pero cuando empecé a trabajar con las imágenes y a ordenar los encuentros, percibí que aquello podía ser una película con vida propia. En un primer montaje, decidí intercalar aquellos encuentros con planos de Equí y n’otru tiempu, como en un making of clásico, pero me di cuenta de que El nome de los árboles reclamaba romper las ligaduras con la anterior película. Así nació otra película, en la que los casos concretos perdían peso en favor de una reivindicación del relato oral, de la construcción de la memoria. Me fue interesando menos el camino hacia los lugares y más el coro de voces, hasta llegar a un equilibrio entre el “qué” y el “cómo” de aquellos testimonios.
El otro tema que me interesó y que encajaba bien en el proyecto general fue la idea de representar la memoria colectiva en estado puro: observar cómo los recuerdos individuales de personas que, mayoritariamente, no tienen filiación política generan una imagen global, no adulterada por filtros institucionales u oficiales. El resultado es un coro de voces que cantan a un exterminio planificado que, a día de hoy, todavía es negado políticamente.
De los testimonios de la película, me sorprendieron dos cosas. Por una lado, la absoluta falta de reticencia a hablar de los trágicos episodios que se abordan, y por otro la relativa falta de dramatismo en la forma de contarlos.
Creo que ya ha pasado el tiempo necesario para que se pierdan miedos que hasta ahora existían. Y, por otra parte, pienso que la forma espontánea, poco planificada, en que está rodada El nome de los árboles favorecía un diálogo directo. La cámara iba con nosotros y las preguntas que hacíamos eran sencillas. La gente nos contaba lo que habían escuchado del asesinato de un vecino y punto. A priori, no existía un discurso de orden político. Luego, hay que tener en cuenta que estos son relatos muy entrañados, parte de la historia familiar o vecinal, y seguramente son historias que se contaron mil veces, pero pienso que la clave de la espontaneidad de los testimonios está en el método de filmación: la urgencia, el estilo de guerrilla. Si hubiésemos montado un set para hacer las entrevistas, hubiese sido diferente, más complicado.
Relacionado con todo esto, varias personas me han comentado que les parece que la película está tocada por un sentido del humor constante. Eso surge del contexto cotidiano en el que se cuentan las historias.
¿Eras consciente de ese halo humorístico mientras rodabais o crees que eso surge de la distancia entre el espectador y la película?
Había momentos en que reíamos con ellos, pero yo no era consciente de todo esto. Creo que el humor surge sobre todo de la distancia del espectador respecto a la película, generada también por la estructura. Y luego hay otra cosa que me gusta mucho, que es el retrato que hay en la película del carácter asturiano. Las personas cuentan cosas terribles pero nunca caen en el melodramatismo. Esa retranca es muy asturiana.
En cuanto al contraste o complementariedad entre Equí y El nome, tengo la impresión de que en la primera predomina lo elegíaco, sobre todo por el trabajo con el vacío, mientras que en la segunda hay una urgencia que viene marcada por las voces.
Equí y n’otru tiempu está marcada por una cierta obsesión por la forma. La película se encontró a sí misma y decidió que debían ser los espacios los que contaran sus historias, para así construir un monumento cinematográfico que pudiera trascender la ficción y lo documental. Estaba tan obsesionado con el rigor en esa parte de las filmaciones que quise hacer todo lo contrario con la otra, la de El nome. Era como tomar apuntes. La letra no tenía que entenderse, podía haber tachones. Y con todo esto, de una manera más bien inconsciente, conseguimos lo que yo defino como el documento urgente de un acto político radical. Ir a los pueblos y escuchar a los vecinos, devolverles la palabra, preguntarles por unos asesinatos que setenta años después siguen sin ser juzgados, y mostrarlo tal cual, sin manipulación, tiene algo de radical.
A pesar de esa espontaneidad de la que hablábamos, tu preocupación inherente por la forma y el rigor creo que se sigue percibiendo en la estructura, en la numeración de los intertítulos.
Pero todo eso surge a posteriori, en el montaje. En el rodaje no existía esa consciencia. Rodamos con una cámara Sony doméstica. Grababa cualquiera de los tres miembros del equipo y la única consigna era mantener a la persona que estaba hablando en el encuadre. Luego, aunque puede no parecerlo, esta es una de mis películas más construidas narrativamente en el montaje. Abandono el orden cronológico de los testimonios y construyo una evolución emocional y temática. Quería empezar con un sitio en el que hubiera guerrilleros enterrados. Arrancar con un “aquí están”. Después, a través de diferentes testimonios, llegamos a descubrir el nombre propio de uno de los asesinos, que es algo complicado. Luego vamos a un cementerio en el que hay una fosa común y nos reencontramos con la muerte. Y la mayor trampa, entre comillas, al menos para mí, es que la parte final ocurra en Polio, con Quilino, un superviviente que habla en primera persona, algo que carga emocionalmente el final de la película.
¿Y se podría conectar la urgencia de El nome… con tu voluntad de potenciar la “efectividad” de tus películas, con la posibilidad de cambiar las cosas?
Mi ilusión es llegar a generar debates colectivos sobre el presente. Yo no hago películas sobre el pasado, las hago en presente. Y creo que la existencia de estas películas cuestiona la legitimidad democrática de los consensos del 78. Que la supuesta recuperación de las libertades democráticas no enlace directamente con la memoria de los hombres que las defendieron en el monte puede generar preguntas. Cuando la gente ve estas películas y se pregunta por qué no conoce los nombres de esta gente, por qué no conoce los lugares, estamos ante preguntas cargadas políticamente en el presente. Desde esa perspectiva, estas películas pueden participar en el debate social y político actual.
Cuando presentamos Equí y n’otru tiempu nos encontramos con un momento de mucha efervescencia política. Parecía que era posible un nuevo proceso constituyente que pudiese cambiar las cosas. Parecía el momento idóneo para preguntarnos el porqué de una ley de punto final, por qué hay 150.000 personas enterradas en los montes, por qué somos el segundo país después de Camboya con más fosas comunes sin abrir. Mi idea con estas películas es plantear estas preguntas desde una búsqueda formal, desde el lenguaje cinematográfico. En este sentido, Equí y n’otru tiempu se formulaba desde un rigor formal que, siendo muy político, podía ser difícil de asimilar para cierto público no habituado a este tipo de cine. Eso me molestaba porque limitaba el alcance de la película, no terminaba de tener un efecto político, se generaba una cierta contradicción. Con El nome de los árboles tengo la sensación contraria. Es una película que se acerca al público. Los relatos enganchan. Ahora estoy haciendo un experimento que consiste en combinar las dos películas, buscar un nuevo lenguaje pensando en el medio televisivo. Eso, sin traicionar el espíritu de las películas originales, podría tener una función política más directa, podría llegar a un público mayoritario en Asturias.
¿Y existe la posibilidad de que ese proyecto televisivo sea haga realidad?
Colaboro bastante con la televisión pública asturiana. En el último mes, hemos estrenado una mini-serie documental de cuatro capítulos titulada L’alzada que muestra una convivencia con los vaqueiros d’alzada, una comunidad ganadera asturiana. Se trata de una serie observacional bastante austera, dura, con planos de siete minutos con personas segando. Y se ha programado en horario de prime time, los martes a las 22h, y ha sido el mejor estreno de la cadena en todo el año.
Esto invita a pensar en cómo las cadenas tienden a infravalorar al espectador.
A nivel personal, he sentido el “éxito” de L’alzada como una validación de una manera de entender un lenguaje que la televisión tiene desterrado y que los espectadores están dispuestos de aceptar. Hay que pensar que en Asturias contamos con una pirámide poblacional invertida donde el grueso de la gente es mayor. Y esa gente conecta más con mi lenguaje que con el audiovisual contemporáneo. La nueva serie se titulará Paisaje, que es el concepto clave del proyecto de Equí y El nome. Mi idea es que el paisaje es una construcción social, un espacio natural transformado por el hombre. Y estas películas revelan lo que hay detrás del paisaje asturiano.
Comentabas antes que el estreno de Equí llegó en un momento de efervescencia política. ¿Cómo definirías el lugar que ocupan estas películas en la coyuntura actual?
Con Equí pensé que se podía ayudar a construir algo, pero en el momento actual, cuando la esperanza de un cambio real se ha desvanecido, creo que estas películas han quedado desplazadas a su espacio natural, que es el de la resistencia. Por otra parte, creo que estas películas tienen poca línea editorial, no son obras programáticas. Se muestra lo que hay y cada uno puede sacar sus conclusiones.
¿Y qué hay de otros proyectos futuros?
Tengo previsto convertir L’alzada en un largometraje. Llevo muchos años rodando la muerte y aquel proyecto con los vaqueiros fue un proyecto de vida: sobre el trabajo, la naturaleza… Y, después, tengo dudas sobre si proseguir mi trabajo en torno a la memoria histórica, porque eso se puede convertir en un bucle perverso, agotador a nivel personal. Pero tengo un proyecto que sí me parece necesario y que sería la adaptación cinematográfica del sumario de Baltasar Garzón al franquismo. Es un juicio que no se pudo llevar a cabo, pero del que se conserva todo el trabajo preparatorio. Quiero hacerlo en toda España, buscar lugares donde haya fosas y que familiares de desaparecidos lean fragmentos del sumario. La idea es componer otro coro popular donde sea el pueblo el que juzgue, dado que no pudo hacerlo el orden judicial. Me gusta la idea de adaptar un texto judicial a través de la forma cinematográfica.
Me parece una labor encomiable la que estas llevando a cabo.Lo importante es que nada se borre en nuestra memoria y mucho menos la lucha de aquellos utópicos entregados a la lucha por la libertad.
Uno de estos fue mi tio Vicente Blas Almodovar ,asesinado junto a Manolo Caxigal y otros seis camaradas en el Condado el 7 de febrero de 1950.