Nunca es más momento para revisitar las películas de Stanley Kubrick, cineasta quizás sepultado por su propia leyenda, su aura de perfeccionista, maniático y controlador, y que bajo su apariencia de formalista, esconde al menos un cineasta con una profunda idea de las posibilidades del lenguaje audiovisual como generador de sentido. 2001, una odisea del espacio, pasa por ser la más críptica de todas sus películas, una especie de distopía futurista que abarca la historia íntegra de la humanidad, y que la dibuja como una suerte de carrera acelerada hacia la autodestrucción. Incomprensible, simbolista, o simplemente vácua, la película contiene al menos un corte, una elipsis (de millones de años), un cambio de plano, que si no la justifica de forma íntegra, al menos sí da la medida de hasta qué punto era consciente Kubrick del poder generador de las imágenes: el corte de un hueso arrojado al aire por un primate, millones de años antes de la aparición del hombre, a una nave espacial, de igual tamaño y forma, resume de forma perfecta la tesis de la película: somos una especie condenada a devorarnos a nosotros mismos. GdPA

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