Página web del Festival de Sitges (9-18 de octubre).

CEMETERY OF SPLANDOUR. Apichatpong Weerasethakul. 122 minutos. Tailandia/Reino Unido/Francia/Alemania/Malasia/México/Estados Unidos/Noruega (2015). Con Jenjira Pongpas, Banlop Lomnoi, Jarinpattra Rueangram. SECCIÓN OFICIAL COMPETICIÓN

En la nueva ficción del cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul, el pueblo natal del realizador, Khon Kaen, está siendo hechizado por muertos que moran bajo tierra, aunque esta alusión a lo sobrenatural no desencadena un torrente de imaginería fantástica, como sí ocurría en Tropical Malady. Tampoco encontramos en Cementery of Splendour las posesiones demoníacas low-cost de Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, ganadora de la Palma de Oro de Cannes en 2010. En el nuevo trabajo del director de Mysterious Objects at Noon, vivos y muertos conviven en un espacio escénico perfectamente acotado por las leyes del realismo fílmico. Así, la fantasía que envuelve el microcosmos de Cemetery… hace acto de presencia a través de los diálogos. Una anciana tullida llamada Jen (Jenjira Pongpas, protagonista de Blissfully Yours) y la joven médium Keng (Jarinpattra Rueangram) son las encargadas de comunicarse con unos soldados hospitalizados que han sido poseídos por los antiguos reyes de Khon Kaen.

La película, presentada en la sección Un Certain Regard del pasado Festival de Cannes, se desmarca de la anterior filmografía del director de Mekong Hotel al prescindir de un requisito cardinal que define toda su trayectoria: la exposición del universo fantástico y onírico que subyace y amenaza al mundo real. En esta ocasión, Apichatpong se acerca a los mitos a través de la palabra. La narración oral de sueños, la evocación de los traumas bélicos de Tailandia, o la descripción del interior de un palacio imaginario donde habitan reyes de otra era se despliega sobre las hermosas localizaciones de un sanatorio muy distinto al de Syndromes and a Century. Un escenario que, en una serie de escenas hipnóticas, cae bajo el embrujo de una colorismo fluorescente: unas lámparas terapéuticas bañan de luz la estancia en la que yacen los soldados comatosos. Una idea visual de la que cabe hacer responsable al nuevo director de fotografía de Apichatpong, Diego Garcia, colaborador habitual del cineasta mexicano Carlos Reygadas (Luz silenciosa, Post Tenebras Lux). Carlota Moseguí (crítica completa en Otros Cines Europa).

"Anomalisa" de Charlie Kaufman y Duke Johnson.

ANOMALISA. Duke Johnson, Charlie Kaufman. 90 minutos. Estados Unidos (2015). David Thewlis, Jennifer Jason Leigh, Tom Noonan. SECCIÓN NOVES VISIONS ONE

Uno de los principales deberes de la presente temporada cinéfila consiste en comprobar si Charlie Kaufman (el guionista-estrella del cine indie americano del cambio de siglo) es capaz de rehacerse después del fracaso de público y crítica de Synecdoche, New York (2008), aquel mamotreto fascinante y fallido con el que el guionista de Cómo ser John Malkovich se hizo el hara-kiri a golpe de delirio posmoderno y angustia existencialista. Anomalisa, una pequeña fábula esculpida en animación stop-motion, se presenta como la minimalista resurrección de un cineasta dispuesto, finalmente, a contener sus impulsos megalómanos.

A priori, la inmersión de Kaufman en el mundo de la animación parecía la invitación perfecta para que el guionista de Olvídate de mí diera rienda suelta a su vertiente más fantástica y surrealista, pero Anomalisa es paradójicamente su película más realista y menos laberíntica. Ambientada en su mayor parte en un gigantesco hotel, la película observa sin mayores artificios (más allá de la artesana animación, claro) la odisea de Michael Stone, otro hombre neurótico y depresivo para la colección de Kaufman. Con un afinado sentido del humor que gana enteros gracias a la muñequil inexpresividad de los personajes, la película se acerca con delicadeza a las dificultades que halla Stone para conectar con cualquier ser humano, incluido él mismo.

El hecho de que (casi) todos los personajes/muñecos tengan las mismas facciones y la voz del mismo actor (Tom Noonan) crea un clima de uniformidad y asepsia emocional que contrasta con el gran momento de la película: el despertar del amor (fou) entre la pareja que forman Michael (David Thewlis) y Lisa (Jennifer Jason Leigh). La idea del amor como tabla de salvación florece con delicadeza en esta película creada para salvar a su autor del ostracismo. Para Kaufman, el amor es un vendaval liberador, una sacudida que puede iluminar la realidad más gris… para luego, con su eclipse, devolvernos a la oscuridad. Manu Yáñez

evolution

EVOLUTION. Lucile Hadzihalilovic. 81 minutos. Francia-Bélgica-España (“015). Con Brebant, Roxane Duran, Julie-Marie Parmentier, Nissim Renard. OFICIAL FUERA DE COMPETICIÓN

Cada vez más resulta difícil ver películas realmente originales en los festivales de cine. Los formatos preestablecidos que ocupan lugares en las distintas competencias internacionales están tan marcados que raramente algo se sale de la norma. Evolution es una de esas películas. Difícil compararla –cualquier suma de referencias no le hace justicia–, difícil adivinar para dónde va, qué es, qué se trae entre manos y, sobre todo, posee un nivel cinematográfico pocas veces visto. La nueva película de la directora de Innocence, de 2004, es un misterio de principio a fin. Una suerte de fábula de terror físico, una película de suspenso biológico, un relato de ciencia ficción espeluznante. Evolution es todo eso y nada de eso: una película política, poética y polémica, de esas que no dejan a nadie indiferente. En San Sebastián fue recibida con una mezcla de amor y odio, lo cual era previsible ya que es una propuesta enrarecida y aquí buena parte del público (y de la crítica) no se caracteriza por su pasión por el riesgo estético.

Si tengo que pensar una referencia para Evolution diría que es David Cronenberg y tal vez un poco David Lynch y un tanto esa maravillosa extravagancia llamada Under the Skin. Pero no es suficiente. La extraña historia transcurre en un pueblito costero (está filmado en Lanzarote pero no es un lugar del todo “real”) en el cual parecen solo vivir madres con sus hijos pequeños. El protagonista es un niño de diez años que, metiéndose en el mar, encuentra un cadáver de otro niño de su edad. Un descubrimiento que nos sumergirá en un extraño relato en el que resuena la experimentación sobre la reproducción humana.

Climática, subyugante, un poco fuerte para los que prefieren evitar ver órganos vitales en plano detalle, pero siempre generando en el espectador la sensación de que estamos ante un mundo tan original como apasionante, Evolution es una verdadera joya, de las pocas películas que todavía son capaces de inventar mundos nuevos en el cine de hoy. Entrar en ella es meterse de lleno en un universo paralelo y asombroso. Salir de ella, no lo sé. Todavía no he logrado hacerlo… Diego Lerer (Crítica completa en Micropsia).

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DER NACHTMAHR. Akiz. 88 minutos. Alemania (2015). Con Carolyn Genzkow, Sina Tkotsch, Wilson Gonzalez Ochsenknecht. SECCIÓN NOVES VISIONS PLUS.

Al principio de los ochenta y ocho minutos de bacanal adolescente que componen Der Nachtmahr, aparecen unos intertítulos escritos en inglés que contrastan con el alemán que se habla durante el resto de la cinta. El autor pide disculpas por el sonido desmedido y por el parpadeo de las luces de una discoteca, agresiones que podrían provocar un ataque epiléptico a los espectadores. Poco después, el narrador se arrepiente de sus advertencias y añade: “Anyway, this film has to be played loud…” (“En todo caso, esta película tiene que verse con el volumen alto…”). Tras la declaración de intenciones, Der Nachtmahr arranca en plena rave berlinesa, de forma similar a Victoria de Sebastian Schipper. A medida que progresa la fiesta, advertimos que estas imágenes de adolescentes en bikini drogándose y bailando bajo los focos fluorescentes parecen una recreación de Spring Breakers. Un homenaje al film de Harmony Korine que luego transita hacia el terror psicológico a través de la inclusión de un elemento fantástico: Tina (Carolyn Genzkow) advierte una presencia monstruosa que la ha estado siguiendo desde que llegó a la fiesta.

Después de este acelerado y breve prólogo, Der Nachtmahr se construye a partir de una serie de alucinaciones que padece la adolescente a diario. Alucinaciones que irán amplificando progresivamente el misterio y hermetismo del segundo largometraje del pintor y escultor Achim Bornhak, conocido internacionalmente como Akiz.

Der Nachtmahr es la primera parte de una futura trilogía titulada “Birth, Love and Death” y se hace fuerte en su negativa a explicarse racionalmente. Poco importa si la joven de diecisiete años está muerta y vaga por un limbo intangible como el espectro de Enter the Void, si está experimentando un delirium tremens debido al consumo de drogas o si existe de verdad el ente amorfo que la persigue. Der Nachtmahr –título que hace referencia al cuadro “La pesadilla” de Heinrich Füssli– es una historia de terror sobre la capacidad del cerebro para (auto)engañarse. Carlota Moseguí

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FIRES ON THE PLAIN. Shin’ya Tsukamoto. 87 minutos. Japón (2014). Con Rirî Furankî, Tatsuya Nakamura, Yûko Nakamura. SECCIÓN NOVES VISIONS ONE

No es habitual que las proyecciones del Festival de Venecia comiencen con aplausos, pero eso fue lo que ocurrió en la edición de 2014 con Fires on the Plain, la nueva película del japonés Shin’ya Tsukamoto. Los fans del padre del cyberpunk homenajearon ruidosamente al director de la saga de Tetsuo justo antes de que viera la luz su nueva obra maestra. Fires on the Plain adapta Nobi, la novela llevada al cine por Kon Ichikawa en 1959, en la que Ooka Shohei describió la trágica odisea de un soldado tuberculoso destacado en Filipinas durante el crepúsculo de la Segunda Guerra Mundial. La película es un exorcismo histórico sin paliativos, una crónica negra de las mayores atrocidades de las que es capaz el ser humano –uno de los temas recurrentes del film es la caída de los soldados japoneses en el precipicio del canibalismo–. Entre la maraña de cuerpos putrefactos que embrutece la pantalla, Tsukamoto busca continuamente la mirada atónita y acongojada del protagonista. Algo nada extraño si tenemos en cuenta que Fires on the Plain es una película sobre la mirada: de un soldado al horror, de un país hacia su innoble historia.

Con su representación inclemente del sinsentido militarista, el film funciona como un antídoto perfecto contra el cine bélico que pretende erigirse en un canto al humanismo. Es posible imaginar las pesadillas que sufriría Steven Spielberg ante la aparición del meteorito anti-sentimental de Tsukamoto. Con una brutalidad extrema que no oculta el deseo de agredir la sensibilidad del espectador, el director japonés demuestra que el gran cine bélico solo puede ser nihilista y trágico, una lección que aprendimos contemplando las seminales películas de guerra de Samuel Fuller o Sam Peckimpah. Un discurso implacable, no reconciliado, que Tsukamoto expone a través del frenético martilleo de su cine digital, que bombardea al espectador con primeros planos de soldados aterrados, planos detalle de miembros cercenados y nerviosas cámaras al hombro. Un violento torrente audiovisual que dinamita las coordenadas del cine narrativo –su sino es el caos– quebrantando todo rasgo de continuidad: Tsukamoto halla en el montaje entrecortado la esencia de su inmersión pesadillesca en el infierno bélico. Manu Yáñez