Por Gonzalo de Pedro Amatria

Web oficial del Festival de Málaga.

LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS. Jonás Trueba. 70 min. España (2015). Con Vito Sanz, Renata Antonante, Francesco Carril, Isabelle Stoffel, Luis E. Parés.

Tercera película de este joven realizador madrileño, última generación, por el momento, de una familia de cineastas sobre la que se estructura parte de la historia del cine español reciente. Si su padre, Fernando Trueba, arrancó en el cine más independiente para terminar siendo una pieza clave de cierta industria madrileña, su hijo Jonás parece seguir, hasta el momento al menos, el camino contrario, quizás el signo de los tiempos: después de una primera película, Todas las canciones hablan de mí, realizada en el seno de la industria, estrenó Los ilusos, un retrato generacional que se ha convertido en una de las películas centrales de eso que se ha venido en llamar “otro cine español”, sea lo que sea, e independientemente de si existe o no, realizada de forma completamente autónoma y sin apoyos oficiales.

Esa es la misma senda que continúa con su tercera película, Los exiliados románticos, que supone un paso más en el proceso de liberación de su director: renunciando al rodaje en 16mm de su segunda película, y con muchos menos medios, si cabe, Jonás Trueba encuentra el camino de la ligereza. O la libertad a través de las limitaciones. La película cuenta el viaje veraniego de un trío de amigos que deciden lanzarse a la carretera para resolver sus problemas sentimentales. Poco importa si lo conseguirán o no, porque el cine de Trueba no se fija en las tramas, sino que, como la vida que cada vez se respira más entre sus imágenes, es incompleto, inacabado, fragmentario, y la felicidad no está en las resoluciones sino en el camino y sus canciones. Con un espectacular tema de Tulsa como eje central de la película, Los exiliados románticos es una película generosa, celebratoria de las cosas que hacen la vida mejor, con la melancolía de un verano que se escapa pero con la alegría de que vendrán otros veranos, otras canciones, los mismos amigos con los que rodar y vivir.

GAME OVER. Alba Sotorra. 74 min. España (2015)

Primer largometraje de esta cineasta catalana, ayudada en el guión (documental) por Isa Campo, colaboradora habitual de Isaki Lacuesta. La película retrata a un singular personaje, un antiguo soldado español destinado en Afganistán, que tras su regreso a España vive a caballo entre los recuerdos, los sueños, la imagen que proyecta hacia el mundo y una realidad que se le despedaza por momentos entre las manos. En la estela de las producciones catalanas nacidas a principios de siglo bajo el manto del master de la Universidad Pompeu Fabra, pero con una conciencia más contemporánea del trabajo con las imágenes, Game Over propone una reflexión sobre las capas de lo real, sobre las máscaras de la identidad, retratando a un personaje en un momento de cambio vital al que ya ni tan siquiera las máscaras digitales, versiones mejoradas de sí mismo, puestas en escena (quién sabe si para la película, o para su propio consumo) le sirven ya para escapar de una realidad que le supera. La película puede ser discutible en el retrato que hace de la novia del protagonista, reducida a una mera acompañante, casi una muñeca, un complemento más de un hombre obsesionado por las apariencias, un retrato que resulta todavía más chocante en el caso de una cineasta al mando, pero aun así es un fascinante retrato en el que se mezclan lo personal y lo histórico con tremenda habilidad y sabiduría.

El gran vuelo

EL GRAN VUELO. Carolina Astudillo. 60 min. España (2014).

Imágenes ajenas para discursos propios. O discursos ajenos sobre imágenes anónimas. El primer largometraje de Carolina Astudillo, chilena afincada en Barcelona, se enfrenta al trabajo con materiales de archivo con una conciencia claramente contemporánea: imágenes anónimas, cualquier mujer, cualquier retrato, al servicio de un retrato imposible, el de una mujer desaparecida de la que se conservan apenas unas pocas imágenes. A partir de retazos de la biografía imposible de Clara Pueyo Jornet, militante republicana encarcelada bajo la dictadura franquista, que huyó sin dejar rastro de la carcel de Les Corts, en Barcelona, y apoyándose en un espectacular trabajo sonoro y de montaje, Astudillo establece las bases para una reflexión crítica sobre el uso de las imágenes en los discursos históricos, y sobre todo, construye un retrato nada complaciente de la militancia izquierdista desde un punto de vista de género: las mujeres, siempre olvidadas, siempre ignoradas por la historia, no solo combatieron contra el fascismo, sino que tuvieron que combatir también la discriminación, el machismo, el patriarcado, el rechazo, entre sus propios compañeros de izquierdas. Y así, con los rostros de muchas mujeres que son una, o el rostro de una mujer que es muchas al mismo tiempo, Astudillo nos enfrenta a nuestras propias concepciones de la historia, el retrato y la lucha política. Una joya.

EL TRAM FINAL. Oscar Pérez. 58 min. España (2014).

Cuando Robert Flaherty se encontró, finalmente, con Luis García Berlanga, filmaron algo parecido a la última película del cineasta Oscar Pérez. Un documental cargado de humor, grasa, comida, excesos y puestas en escena que continúa la línea iniciada por Pérez en su larga trayectoria en cortometrajes y trabajos para televisión de carácter bastante incómodo y subversivo. Su misión parece ser la de desmontar las bases del cine directo, de la ortodoxia documental, convirtiendo al atónito protagonista en parte del dispositivo cinematográfico. Con sutileza, sin manierismos, pero siempre con la conciencia clara de que el espectáculo cinematográfico requiere de alguien que lo consuma. Y más en una película como esta, rodada a lo largo de un extenso periodo de tiempo en el Delta del Ebro, en el que el consumo desaforado, en ocasiones casi el (auto)canibalismo, funciona como metáfora de la autodestrucción salvaje de todo un país. El paisaje semi-desolado, casi apocalíptico, del delta, donde el río se encuentra con el mar creando unos terrenos tan pantanosos como confusos, y los personajes que por allí transitan, le sirven a Oscar Pérez para crear un retrato de una España que se devora a sí misma, una vez ha terminado de devorar a sus propios hijos.

el-complejo-del-dinero

DER GELKOMPLEX (EL COMPLEJO DE DINERO). Juan Rodrigáñez. 76 min. España (2015). Con Lola Rubio, Gianfranco Poddighe, Rafael Lamata, Eduard Mont de Palol.

Estrenada en la sección Forum de la Berlinale, el pasado febrero, el primer largometraje de Juan Rodrigáñez es una de las películas más desconcertantes del cine español reciente, podríamos decir que un OVNI difícil de abordar y definir, pero con una capacidad de permanecer en la memoria con el paso de los meses (al menos para quien esto escribe) que no puede sino ser el síntoma de que la película es capaz de tocar fibras intelectuales de gran calado. Adaptando una novela alemana de 1916, de la escritora feminista Franciska Von Reventlow, Rodrigáñez pone en escena una especie de teatro de cámara, o farsa campestre, con no pocas notas de humor y una gran capacidad de extrañamiento y distancia. Rodada en una hacienda extremeña, la película juega en primer lugar a la dislocación espacio-temporal, situándose en un no-lugar, en un no-espacio, que podría ser ayer, hoy o mañana, pero que tiene al mismo tiempo algo del pasado, del presente y del futuro. De nuestro futuro, de nuestro presente, de nuestro pasado. Porque la película, que retrata los días de un grupo de diletantes en un lugar en mitad de la nada, es en realidad una reflexión sobre el trabajo como elemento alienador, y el dinero como elemento disruptivo, casi esclavista. Rodada sin guión –solo con unas notas basadas en la novela–, la película no tiene el dinero exclusivamente en su título o en su trama, como ese elemento que esclaviza y aliena, sino también en su proceso de trabajo: la película se rodó como un intento de construir una alternativa a este mundo en el que vida y trabajo han de ser incompatibles, haciendo que rodaje y experiencia, trabajo y vida, fueran por un tiempo lo mismo, único e inseparable. Quizás como debería de ser.