Página web del Festival de Sitges.

VOYAGE OF TIME. Terrence Malick. 90 minutos. Francia, Alemania, Estados Unidos (2016). Con Cate Blanchett.

Tras una larguísima espera –se viene hablando de este proyecto desde los tiempos de El árbol de la vida–, llega por fin a las pantallas festivaleras Voyage of Time, el documental de Terrence Malick sobre la Historia de todo: desde el origen del universo hasta lo que podemos intuir que sería su final (podría ser un nuevo comienzo). La película de 90 minutos narrada por Cate Blanchett –que tendrá una versión de 45 minutos para Imax narrada por Brad Pitt– presenta una historia natural del planeta iluminada por una conciencia humana, una voz poética y un torrente de parafernalia digital: dos dinosaurios intercambian un saludo cariñoso, la vida acuático despierta a la visión a través de los ojos (los círculos oculares, celulares y plantarios deviene un leit motif visual), un cocodrilo prehistórico se pasea por un escenario pantanoso que remite al de Lousiana Story de Robert Flaherty (una película retrospectivamente malickiana).

Desde El árbol de la vida, la obra de Malick se ha ido distanciando progresivamente de todo sostén narrativo para inventar un cine de la emoción pura: películas de cronologías imprecisas y voces en off entrecruzadas. En cierta manera, Voyage of Time se sitúa a la contra de esos dos preceptos. Por una parte, el relato de la Historia del universo ofrece a Malick un motor narrativo poderosamente cronológico, lo que clarifica su lectura y amplía el potencial de entretenimiento para el gran público. Por otra parte, la polifonía de voces se reduce aquí a una sola, la de Cate Blanchett recitando la plegaria de Malick, destinada en esta ocasión a la “Madre” naturaleza. En este sentido, en Voyage of Time, la deriva cristiana de las últimas películas de Malick parece dejar su lugar a un panteísmo menos dogmático. Queda el carrusel de preguntas espirituales, pero la búsqueda del sentido de la existencia deja su espacio central al reconocimiento extático de las maravillas del mundo.

Pese a que en Voyage of Time hay cosas que no habíamos visto en el cine de Malick –hay un extenso pasaje en el que seguimos a un clan de homínidos que atisban un horizonte de evolución–, la película genera una sensación permanente de deja vu. Al final, lo que queda, es la belleza arrolladora de las imágenes y la riqueza científica del film. Ojalá Malick aproveche este trabajo libre, preciosista, pero también animado por una fuerza cronológica, para recuperar la senda de la narración, una narración heterodoxa pero concreta. Manu Yáñez

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COLOSSAL. Nacho Vigalondo. 110 minutos. España, Canadá (2016). Con Anne Hathaway, Jason Sudeikis, Dan Stevens.

Desde su debut con Los cronocrímenes, Nacho Vigalondo no había vuelto a hacer una película tan cerebral, cuya trama tuviésemos que confiar a los laberintos de la inteligencia para hallar su misterio. Lo más cerca que estuvo de ello fue en Open Windows, un artefacto no menos complejo que contenía varias películas dentro, una muñeca rusa de interfaces digitales que dialogaban entre sí y redefinían el concepto espacial en la pantalla y en el relato. Con Colossal, su nueva producción internacional, rodada en inglés y con estrellas norteamericanas, el cineasta español demanda más que nunca una suspensión de la credibilidad que probablemente no todo espectador esté dispuesto a conceder. Sin embargo, no hay otra forma de adentrarse en las imágenes de Colossal que sobrevolando el absurdo y la extravagancia de una ciencia-ficción surrealista o de un realismo mundano convertido en disparatada fantasía. El humor, la guasa, la distancia irónica, juegan un rol esencial. Aunque, en estos tiempos en los que tipos con mallas, calzones y capas monopolizan la noción del héroe contemporáneo, no parece mucho pedir que abracemos la demencia y el riesgo de Colossal, así como sus inconsistencias dramáticas, que al final del camino hacen gratamente consistente la cinefagia que destila cada minuto de película.

¿Cómo casar los códigos de una película indie sobre las nostalgias y deudas del regreso al hogar con una fantasía apocalíptica sacada de los estudios Töhö y de las referencias populares de la cultura freak, con robot incluido? La genialidad de Vigalondo, su demencia creativa, entra en juego en ese maridaje entre lo épico y lo íntimo, lo sobrenatural y lo prosaico. No es la primera vez que Hollywood se desmarca con una hibridación tan improbable –Cloverfield y sus derivaciones también obedecían a la fórmula estética indie + movie monster–, pero Colossal se disputa en otro lugar, acaso en el abstracto mundo de las ideas y los ideales, de los espejos que nos devuelven el reverso siniestro de nuestra confortable apariencia. Todos somos monstruos. El camino elegido por Vigalondo no es racional sino intuitivo, las películas no tienen que explicarnos el mundo sino mostrarlo. Y el mundo con el que fabula Vigalondo merece ser habitado. Carlos Reviriego

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MIDNIGHT SPECIAL. Jeff Nichols. 112 minutos. Estados Unidos, Grecia (2016). Con Michael Shannon, Joel Edgerton, Kirsten Dunst.

Tras la proyección de Midnight Special en el pasado Festival de Berlín, Jeff Nichols defendió su película de ciencia ficción como la más personal de su carrera: un film sobre el sentimiento y deber de protección que tiene cualquier padre para con su hijo. No obstante, la relación entre el protagonista (Michael Shannon) y ese niño de ocho años tan especial no es el verdadero atractivo de la película. El principal valor de la cinta radica en la reunión de elementos de la ciencia ficción y del thriller hitchockiano, aunque, a diferencia de los que ocurría en Take Shelter, donde los géneros se presentaban entremezclados, aquí la aparición de los códigos de la ciencia ficción introducen un severo cambio de reglas en el relato. Midnight Special es una mixtura de E.T., el extraterrestre, Encuentros en la tercera fase y el terror de John Carpenter (en especial, El pueblo de los malditos). Los films de Spielberg o Carpenter marcaron la infancia del autor de Shotgun Stories, pero no por las apariciones de alienígenas o monstruos en la gran pantalla, sino por el método que empleaban estos cineastas para integrar lo sobrenatural en el seno de lo real. Para mantenerse cerca de sus maestros, Nichols se impuso una serie de reglas durante la escritura del guión. Se trataba de normas tan tajantes como impedir que los protagonistas y secundarios evolucionaran psicológicamente (a excepción del personaje de Adam Driver y el de Joel Edgerton), para no desviar la atención del espectador; o que dos personajes nunca hablaran de algo que sólo ellos dos supieran, para no dar pistas. El resultado es una eterna persecución del FBI en busca de una familia que intenta devolver un niño al lugar de donde procede. Carlota Moseguí

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HELL OR HIGH WATER. David Mackenzie. 102 minutos. Estados Unidos (2016). Con Ben Foster, Chris Pine, Jeff Bridges.

La nueva película del escocés David Mackenzie –que aquí se muestra obsesionado por la América profunda– narra la historia de dos hermanos (Chris Pine y Ben Foster) que asaltan bancos en Texas (se llevan poco dinero de las cajas de cada sucursal) con la idea de reunir el dinero suficiente para sacar a flote a una familia en crisis y tocada por la tragedia. Entre el thriller, la road movie, la comedia negra, la buddy movie, el melodrama y el western contemporáneo, este film del director de Young Adam y Convicto (Starred Up) tiene además al gran Jeff Bridges (en un plan decadente a la Gérard Depardieu) como un policía a punto de retirarse que sigue a los ladrones con su compañero comanche (Gil Birmingham). Este paseo por todos los géneros fundacionales del cine clásico norteamericano tiene un desparpajo y un nivel de delirio que lo convierten en un muy atractivo exponente de serie B, de esos que no siempre abundan (y suelen ser subvalorados y hasta menospreciados) en el circuito de grandes festivales. Por si fuera poco, la banda sonora es de Nick Cave y Warren Ellis, y el hermoso soundtrack tiene temas de Townes Van Zandt y otros genios de la música. Diego Batlle

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QUE DIOS NOS PERDONE. Rodrigo Sorogoyen. 127 minutos. España (2016). Con Antonio de la Torre, Roberto Álamo

Títulos como Seven y Memories of Murder permiten describir las formas de este thriller español presentado en el pasado Festival de San Sebastián. La película de Rodrigo Sorogoyen, que narra la persecución por parte de dos policías de un asesino y violador en serie, se sitúa en el verano de 2011 en una Madrid calurosa marcada por la eclosión del Movimiento 15-M y la llegada de más de un millón de peregrinos por la visita del Papa. El citado contexto parecía presagiar una mirada política, pero el film descarta tal posibilidad en beneficio de una trama que avanza casi al margen de su entorno. Nada habría que objetar a ello si Que Dios nos perdone aspirara únicamente a cumplir los códigos del género policiaco; sin embargo, es evidente que Sorogoyen aspiraba a más y, a nuestro entender, se queda a medio camino. La película es sólida como thriller, pero insuficiente como estudio político-social.

La socorrida elección de un dúo de policías de personalidades contrapuestas se sostiene gracias al trabajo de Antonio de la Torre y Roberto Álamo, que logran insuflar credibilidad a dos personajes que son puro arquetipo: el nerd que se fija en todos los detalles de la escena de un crimen y el animal violento que prefiere tomarse la justicia por su cuenta. Ambos se moverán por las calles de Madrid en un recorrido por un imaginario castizo de bares, iglesias y comunidades de vecinos en busca del criminal, que dejará un rastro de cadáveres que nunca aparecen en la prensa (alusión obvia al silencio informativo causado por la visita de Benedito XVI). La brutalidad de los asesinatos y la adrenalina de las persecuciones a pie incrementarán la tensión de una ficción rodada sin alardes, pero que mantiene el pulso incluso cuando la investigación cae en lo inverosímil. Lástima que el film se resienta de varias caracterizaciones de trazo grueso y de unos excesivos exabruptos cómicos. Llegados a este punto, y aun reconociendo que la trama mantiene el interés hasta su clausura, cabe preguntarse si el thriller español debe seguir replicando con eficacia modelos ajenos o puede aspirar a ofrecer acercamientos singulares que no ignoren su contexto. Carles Matamoros

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SALT AND FIRE. Werner Herzog. 98 minutos. Francia, Bolivia, Estados Unidos, Alemania, México (2016). Con Michael Shannon, Veronica Ferres, Gael García Bernal, Werner Herzog

El propio Herzog ha descrito su nueva película, basada en una novela de Tom Bissel, como “un sueño diurno que no responde a las leyes del cine”, y en verdad hay muy pocas reglas que Salt and Fire obedezca para su sana comprensión, de modo que acaba resultando en la propuesta menos atractiva, en ocasiones embarazosa, del autor de Fitzcarraldo en mucho tiempo. La película plantea una fábula ecologista sobre una científica (Veronica Ferres) que es abducida por un hombre de negocios arrepentido (Michael Shannon), un visionario que ha entregado su sueño a la destrucción del planeta y ya no sabe cómo dar marcha atrás.

El papel de Shannon es incluso menos defendible que el del parricida que interpretó en My Son, My Son, What Have Ye Done?, aquella colaboración de Herzog con Lynch o el modo en que dos universos creativos colisionaron. El papel de Ferres, una científica arrojada al desierto de sal de Bolivia con dos niños ciegos, tiene la peculiaridad de ser acaso la única heroína de una prolífica filmografía de aventureros más grandes que la propia vida. Dejaremos al incondicional herzoguiano que descubra esta película con sus ojos y trate de darle algún sentido, pues para este espectador no es más que la versión demente y desganada de un pésimo imitador del cineasta que una vez hizo El enigma de Gaspar Hauer, Stroszek y Aguirre, la cólera de Dios. Digamos que la incorruptible versión de Teniente corrupto que hizo con Nicolas Cage es una manifiesta obra maestra al lado de Salt and Fire. “No existe la realidad; solo percepciones de la realidad”, dice en un momento dado el personaje de Shannon, pero me temo que ni siquiera esa coartada intelectual puede salvar a la película de lo que es: un film que raya el ridículo y ensombrece una increíble filmografía, o, en el mejor de los casos, una extravagancia más que atesorar por sus incondicionales. Carlos Reviriego