Página web del Festival de Sevilla (8-16 noviembre)

MARTIN EDEN. Pietro Marcello. 129 minutos. Italia, Francia, Alemania (2019). Con Luca Marinelli, Jessica Cressy, Vincenzo Nemolato.

Como solo pueden lograr las grandes obras de arte, Martin Eden de Pietro Marcello se afianza sobre el doble impulso de aprovechar todo el potencial de su medio (en este caso, el del cine) y al mismo tiempo hacer tabula rasa, liberándose de todo convencionalismo. Desde ese lugar de enorme libertad, Marcello hace una obra total de su adaptación de la majestuosa y autobiográfica novela homónima de Jack London. No hay parcela de la expresión fílmica que quede intacta en las imágenes de este huracán cinematográfico. Así, mientras la batuta de Marcello sintetiza con clarividencia la trama de la novela –que cuenta la ascensión del marinero Martin Eden desde la marginalidad hasta el éxito literario y económico empujado por su amor hacia la burguesa Elena–, el curso del film se ve martilleado por múltiples imágenes de archivo y por lo que podríamos considerar como arrebatos poéticos.

Cuando el protagonista, Martin, descubre y lee en off los textos de Herbert Spencer –el filósofo, naturista y teórico de la evolución que le guiará en su asalto a las alturas del saber–, el film despega a un territorio casi onírico, de tonalidades azuladas, donde vemos a un grupo de chicos lanzarse a las profundidades del mar para cazar pulpos. Luego, cuando nuestro héroe empieza a ver posible la ascensión hacia los templos de la cultura, el conocimiento y el amor, a la película poco le importa que la acción transcurra a finales del siglo XIX: Marcello introduce en la banda sonora una efervescente pieza de música electrónica que acompaña la sublime aparición de unas imágenes de archivo en las que un niño y una niña bailan algo parecido a un twist. No hay compuerta creativa que Martin Eden no abra (o derribe). Como ocurría en La boca del luppo del propio Marcello, las imágenes de archivo crean un contexto rabiosamente verídico para el relato. Las filmaciones antiguas de rostros napolitanos recuerdan al modo en que Pasolini convertía sus películas en catálogos centelleantes de la expresión humana. Por su parte, Marcello formula un verismo fulgurante articulado a través del artificio y la impureza.

Mientras el protagonista del film se dirige en tren a la que será la casa en la que creará el grueso de su obra literaria, Marcello inserta un plano general en el que aparecen una línea de alta tensión eléctrica, a la izquierda, y un tren de alta velocidad, a la derecha. Una audaz manera de reafirmar la intemporalidad de la odisea de Martin, que atraviesa los debates y dilemas que marcaron el siglo XX y que, hoy en día, siguen agitando nuestra conciencia. ¿Cómo ser solidario en un mundo dominado por la sed de éxito y riqueza? ¿Qué podemos aprovechar de las grandes corrientes filosóficas del siglo pasado, del comunismo marxista al individualismo que exaltó Nietzsche? Y, sobre todo, ¿de qué sirven el conocimiento, la cultura y el arte cuando permitimos que nuestro mundo camine de espaldas a la solidaridad, la compasión y el amor? La felicidad y la tragedia de Martin Eden, surgidas de la imaginación de London y convertidas en gran cine por Marcello, son solo el inicio de una debate infinito, profundamente contemporáneo, que nos obliga a cuestionarnos nuestro lugar en el mundo. Manu Yáñez

IL TRADITORE. Marco Bellocchio. 145 minutos. Italia, Francia, Alemania, Brasil (2019). Con Pierfrancesco Favino, Luigi Lo Cascio, Fausto Russo Alesi.

La amplísima y extraordinaria filmografía de Marco Bellocchio incluye películas de todo tipo. Una de las vertientes son sus propuestas de ficción a partir de hechos y personajes reales de la vida sociopolítica italiana. Allí están, por ejemplo, Buenos días, noche, sobre el secuestro de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas, o Vincere, sobre la amante secreta de Benito Mussolini. En Il traditore, Bellocchio narra 20 años en la vida de Tommaso Buscetta, uno de los primeros mafiosos sicilianos que ingresó como pentito (informante) en el programa de protección de testigos que derivaron en juicios que llevaron a la cárcel a 366 integrantes de la Cosa Nostra y tuvieron implicancias políticas que alcanzaron, entre otros, al todopoderoso Giulio Andreotti.

Sin querer hacer comparaciones exageradas, Il traditore podría ser El padrino de la carrera de Bellocchio: una obra épica de dos horas y media sobre la vida personal, familiar, judicial y política de Buscetta (un impecable Pierfrancesco Favino), quien se exilió primero en Río de Janeiro y luego, tras romper con el pacto de silencio de la omertà y ya como testigo protegido, vivió en distintas zonas de los Estados Unidos. El director de Sangue del mio sangue maneja con destreza, ductilidad y pulso firme las distintas aristas del relato: desde los traumas íntimos del protagonista hasta sus tensiones matrimoniales, pasando por el estudio de los códigos de moral de la vieja Cosa Nostra, devenidos en un ojo por ojo sin límites. Bellocchio empatiza con “el traidor” y utiliza algunas imágenes de archivo para exponer la fidelidad (con sus inevitables licencias artísticas, claro) de su reconstrucción histórica. En cualquier caso, no pretende juzgar a Buscetta, no lo convierte en héroe ni tampoco en víctima, sino que le otorga un alto grado de conciencia respecto de sus acciones. Estamos ante el retrato de la vida de un sobreviviente. Diego Batlle

LA GOMERA. Corneliu Porumboiu. 97 minutos. Rumanía, Francia, Alemania, Suecia (2019). Con Vlad Ivanov, Catrinel Marlon, Rodica Lazar, Agustí Villaronga.

El rumano Corneliu Porumboiu, creador de títulos notables como Policía, adjetivo o El tesoro, cambia de rumbo y registro con este subyugante e ingenioso thriller rodado entre su país y la isla de La Gomera, en las Islas Canarias. Tráfico de drogas, un botín de 30 millones de euros, traiciones cruzadas entre gánsteres y policías, una esquiva femme fatale, un lenguaje impensado (el silbo de La Gomera) y la obsesión por las cámaras de vigilancia conforman el núcleo de esta película que remite tanto al film noir francés (el protagonista, un policía corrupto, remite al Lino Ventura de las películas de Jean-Pierre Melville) como a los westerns de John Ford (con imágenes de Centauros del desierto incluidas), pasando por la célebre escena de la ducha de Psicosis.

Porumboiu recicla, pero luego subvierte y resignifica los elementos del cine de género (o de géneros), en un film rebosante de canciones (arranca con la voz de Iggy Pop cantando The Passenger y luego hay temas interpretados por Jeanne Balibar, Lola Beltrán y música clásica de Richard Strauss), de virtuosismo en su guion y en su montaje (está narrado en episodios no cronológicos centrados cada uno en distintos personajes) y buenas ideas de puesta en escena. Algunos quedarán perplejos porque La Gomera poco tiene que ver con el cine rumano de conflictos familiares, pero si se acepta el cambio de registro el resultado es muy estimulante. Diego Batlle

IT MUST BE HEAVEN. Elia Suleiman. 97 minutos. Francia, Qatar, Alemania, Canadá, Turquía, Palestina. Con Elia Suleiman, Gael García Bernal, Ali Suliman.

Quienes disfrutamos de Chronicle of a Disappearance, Intervención divina y The Time That Remains, sabemos de lo que es capaz Elia Suleiman, el Buster Keaton, el Jacques Tati, el Charles Chaplin palestino a la hora del humor, pero también de su acidez como despiadado retratista de la realidad sociopolítica en Oriente Medio. Para Suleiman bastan (sobran) las ideas para dar una mirada pesimista (sin perder el humanismo) sobre la violencia, la incomprensión, las contradicciones, los contrasentidos y las paradojas en su tierra y en otros lugares del planeta. De hecho, su nueva película, It Must Be Heaven, transcurre no solo en Nazareth sino también en París y en Nueva York.

Suleiman está casi siempre en pantalla, pero prácticamente no habla (solo le dice “Soy palestino” a un taxista neoyorquino). Se limita a observar (atribulado, sorprendido) un contexto perfilado con un humor absurdo y asordinado. Es decir, estamos ante una obra que consigue ser tremendamente política y contestataria sin necesidad de diálogos, voz en off o ni citas. Aunque no se explicita, intuimos que el avatar fílmico de Suleiman ha perdido a sus padres. Sumido en una cierta melancolía, vemos al personaje lidiar con sus patéticos y encantadores vecinos, tomar algo en distintos bares y cafés, observar la violencia callejera, la represión policial, el funcionamiento de la burocracia y el excesivo control sobre el ciudadano. El trabajo con el fuera de campo, la simetría propia de las viñetas y el uso de hermosas canciones (I Put a Spell on You, por Nina Simone; Darkness, de Leonard Cohen) reaparecen en la nueva obra de un cineasta único.

Heredero del cine mudo, hermano artístico de otro satirista como el sueco Roy Andersson, Suleiman dice mucho con poco, hace de la austeridad un culto y de la inteligencia un arma poderosa. En It Must Be Heaven se atreve a ridiculizar las miserias del mundo de las coproducciones internacionales: el productor Vincent Maraval (mandamás de la productora Wild Bunch) se autoparodia en un discurso en el que afirma que su compañía “simpatiza con la causa palestina”, pero que las películas de Suleiman no son “lo suficientemente palestinas”. Larga vida a la comicidad sublevada de Suleiman. Diego Batlle

GLORIA MUNDI. Robert Guédiguian. 106 minutos. Francia, Italia (2019). Con Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan.

Hace dos años, el cineasta francés Robert Guédiguian presentó en el Festival de Venecia la que, probablemente, sea la mejor película de su carrera: La casa junto al mar. En aquella meditación sobre la memoria y el transcurso del tiempo, el director de Marius y Jeannette se desmarcaba ligeramente de los postulados habituales de su obra, que suele inclinarse hacia la denuncia de las penurias e injusticias sufridas por la clase obrera. Tocada por el acercamiento de corte humanista a unos personajes que Guédiguian conoce como la palma de su mano –y que suelen estar interpretados por su “familia” de actores, capitaneada por Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan–, la obra del francés ha devenido el testimonio permanente de una conciencia social progresista, basada en valores comunales que aparecen confrontados a la vorágine neoliberal.

Por su parte, Gloria Mundi, la nueva película de Guédiguian, muestra la cara más politizada y al mismo tiempo maniquea del cineasta marsellés. Tras un prólogo protagonizado por unas bellísimas imágenes de los primeros momentos de vida de un bebé, el film cuenta la historia de una familia en la que la generación de los abuelos, la del propio Guédiguian, encarna los valores más luminosos de la naturaleza humana: la nobleza de espíritu, la capacidad de sacrificio, la posibilidad del perdón, la devoción familiar y la sensibilidad artística. Sin embargo, la generación de los hijos, que se sitúa sobre la treintena, aparece marcada por una impresionante colección de defectos: son amorales, caen en la tentación de las drogas, son racistas, cínicos, entienden el sexo como una moneda de cambio y solo son capaces de abrazar la felicidad a través de la acumulación de banales posesiones. Mediante esta propuesta narrativa dialéctica, de polos opuestos y extremos, Guédiguian articula una crítica a los mecanismo de alienación de la sociedad de consumo. El mensaje llega al espectador de forma contundente, incontestable, pero también de manera subrayada, negando cualquier matiz y cerrando las posibilidades para un debate profundo sobre la realidad contemporánea. Manu Yáñez

SYBIL. Justine Triet. 100 minutos. Francia, Bélgica (2019). Con Virginie Efira, Adèle Exarchopoulos, Gaspard Ulliel.

Con su ópera prima, La batalla de Solferino, Justine Triet se presentó como una directora prometedora por su capacidad de provocación y sorpresa. Pasaron apenas seis años (en el medio filmó Los casos de Victoria) y con su tercer largometraje, Sybil, Triet muestra una cierta pérdida de aquel desenfado con el que la cineasta había apelado a los leit motifs del cine francés: el psicoanálisis, el estudio de los fracasos matrimoniales, las ínfulas literarias y el bloqueo creativo, la angustia sexual, el cine dentro del cine… Lejos de la revitalización de estos lugares comunes, Sybil tiende al subrayado y se echa de menos el humor que arreciaba en su ópera prima.

Sybil (Virginie Efira, la misma protagonista de Los casos de Victoria) es una psicóloga de éxito que, de manera impulsiva, decide “despedir” a casi todos sus pacientes porque quiere concentrarse en la escritura de una novela. Sin embargo, pese a que dispone de más tiempo, las ideas no llegan y, empujada por la desesperación, la psicóloga-escritora acaba inspirándose en (o más bien, vampirizando) el caso real de una joven actriz (Adèle Exarchopoulos) que ha quedado embarazada de un compañero de rodaje y no sabe si abortar, si continuar con la filmación, etc. Por supuesto, Sybil no avisa a ala actriz de que está grabando las sesiones ni apropiándose de sus confesiones íntimas, subvirtiendo uno de los códigos esenciales de toda relación terapeuta-paciente. Personajes neuróticos, conflictos de manual (psicológico) y situaciones resueltas con brocha gorda convierten a Sybil en un film menor en la carrera de Triet. Diego Batlle