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CAVALO DINHEIRO. Pedro Costa. 103 min. Portugal (2014). Ventura, Vitalina Varela, Tito Furtado, Antonio Santos.

Hubo un tiempo en que a los críticos nos gustaba utilizar el cine de Pedro Costa para teorizar sobre la hibridación entre el documental y la ficción. Teníamos nuestras razones: no hay otro cineasta capaz de evocar con tanta claridad la fuerza incontrolable de lo real desde la más elocuente rigidez formal: sus personajes respiran como seres humanos, declaman como actores de teatro y posan como modelos bressonianos. Además, la mayoría quedamos deslumbrados por la revolución estética que supuso la propuesta de cine digital de Costa, que sobreponía nuevos tiempos y duraciones (más prolongados y testimoniales) a encuadres que reivindicaban la memoria de Ozu, Ford, Tourneur o Welles. Por último, muchos admiramos el proyecto humano de Costa, su compromiso con unas personas –habitantes del malogrado barrio de Fontainhas, olvidados por el progreso y la Europa del bienestar– a las que nunca ha abandonado.

La magistral Juventude em Marcha contenía uno de los momentos más emocionantes del cine del siglo XXI: un extenso monólogo en el que una reformada Vanda Duarte –la demacrada yonqui de No Quarto da Vanda– exhibía su lado más maternal. Un halo de luz que se ha apagado por completo en Cavalo Dinheiro, la espectral oda de Costa a la dignidad de los desheredados. La oscuridad no es un capricho del director, sino la consecuencia de un mundo a la deriva en el que los pobres son condenados a vagar por hospitales y fábricas en ruinas. Los protagonistas del film –un Ventura golpeado por los achaques de la vejez y una Vitalina asediada por recuerdos pesadillescos– se han convertido en moradores de las sombras. Costa todavía cree en su belleza: los filma entre una constelación de luces amarillas (ventanas de hospital) y los convierte en las gloriosas figuras de un interludio musical que supera al de Holy Motors de Leos Carax. Sin embargo, no hay esperanza en el horizonte. El único destino que espera a Ventura es su presente fantasmal, donde es perseguido y apaleado por la policía, además de acosados por los demonios del turbulento pasado de Portugal. El colonialismo y las pulsiones dictatoriales no son cosa del pasado, parece afirmar un Pedro Costa desolado. Manu Yáñez

DER GELKOMPLEX (EL COMPLEJO DE DINERO). Juan Rodrigáñez. 76 min. España (2015). Con Lola Rubio, Gianfranco Poddighe, Rafael Lamata, Eduard Mont de Palol.

Estrenada en la sección Forum de la Berlinale, el pasado febrero, el primer largometraje de Juan Rodrigáñez es una de las películas más desconcertantes del cine español reciente, podríamos decir que un OVNI difícil de abordar y definir, pero con una capacidad de permanecer en la memoria con el paso de los meses (al menos para quien esto escribe) que no puede sino ser el síntoma de que la película es capaz de tocar fibras intelectuales de gran calado. Adaptando una novela alemana de 1916, de la escritora feminista Franciska Von Reventlow, Rodrigáñez pone en escena una especie de teatro de cámara, o farsa campestre, con no pocas notas de humor y una gran capacidad de extrañamiento y distancia. Rodada en una hacienda extremeña, la película juega en primer lugar a la dislocación espacio-temporal, situándose en un no-lugar, en un no-espacio, que podría ser ayer, hoy o mañana, pero que tiene al mismo tiempo algo del pasado, del presente y del futuro. De nuestro futuro, de nuestro presente, de nuestro pasado. Porque la película, que retrata los días de un grupo de diletantes en un lugar en mitad de la nada, es en realidad una reflexión sobre el trabajo como elemento alienador, y el dinero como elemento disruptivo, casi esclavista. Rodada sin guión –solo con unas notas basadas en la novela–, la película no tiene el dinero exclusivamente en su título o en su trama, como ese elemento que esclaviza y aliena, sino también en su proceso de trabajo: la película se rodó como un intento de construir una alternativa a este mundo en el que vida y trabajo han de ser incompatibles, haciendo que rodaje y experiencia, trabajo y vida, fueran por un tiempo lo mismo, único e inseparable. Quizás como debería de ser. Gonzalo de Pedro Amatria

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ADIÓS AL LENGUAJE (3D). Jean-Luc Godard. 70 min. Suiza/Francia (2014). Con Héloïse Godet, Kamel Abdeli, Richard Chevallier, Roxy.

Entre otras cosas, el cine de Godard lleva al menos tres décadas enfrentándonos a los límites de nuestra capacidad de comprensión. Sus películas suponen un desafío constante, algo que para algunos es una tortura y que para muchos de nosotros es un placer no exento de pequeñas frustraciones. En Adiós al lenguaje, podemos encontrar una pequeña salvaguarda a nuestros problemas con Godard atendiendo al espíritu lúdico y tentativo con el que el padre de la modernidad fílmica se acerca a la tecnología 3D (un elemento esencial de la película que el público español no podrá gozar por problemas con la exhibición en 3D). Como un niño que no acaba de comprender el funcionamiento del dispositivo, Godard alumbra un momento glorioso de Adiós al lenguaje desensamblando incoherentemente las dos sub-imágenes que conforman el encuadre tridimensional. Una laberíntica demostración de cómo la confusión es un elemento central del imaginario del gurú de la cinefilia.

Godard puede ser el director más críptico del planeta, pero también el más transparente. En su nuevo y como siempre provocador manifiesto artístico, el auteur franco-suizo relaciona el auge de la televisión con la victoria de Hitler en unas elecciones democráticas, denuncia la crisis de una sociedad atrapada por sus “ogros” táctiles (los smartphones) y celebra el poder igualador de la mierda presentando a su Pensador de Rodin defecando. En todo caso, más allá de los juegos referenciales y de las piruetas intelectuales, la gran revelación de Adiós al lenguaje –una película sobre la utilidad y los límites del lenguaje– resulta ser bastante más elemental: en un mundo marcado por el desconcierto, una mirada a cámara de un can llamado Roxy (el perro de Godard) nos confronta súbita y poéticamente con el valor de la belleza en el cine. Manu Yáñez

VIDEOFILIA (Y OTROS SÍNDROMES VIRALES). Juan Daniel F. Molero. 103 min. Perú (2015). Con Muki Sabogal, Terom, Liliana Abonoz, Michel Lovón.

La vampirización de la esfera cotidiana por parte de la experiencia digital suele abordarse desde una cierta bulimia virtual, un reflejo del proceso deshumanizador y alienante provocado por el abusivo consumo tecnológico (lo hemos visto abordado en films como Her, O homem das multidões). En este sentido, el primer largometraje de ficción de Juan Daniel F. Molero se revela contra dicha mirada paternalista, defendiendo la perspectiva contraria: ¿y si la adicción a Internet no anulara el contacto corporal entre los seres humanos, sino que transformara su nexo físico en una experiencia ultrasensorial? Videofilia (y otros síndromes virales), primer film peruano galardonado con el Hivo Tiger Award del festival de Róterdam, plasma dicha extrasensorialiad físico-virtual a través de los encuentros sexuales entre dos cibernautas y la alucinógena representación –en el mismo plano– de su creciente fanatismo por la praxis digital.

El autor del documental Reminiscencias propone un erótico y macabro girl meets boy sin romanticismo. El espíritu viral y extraterrenal de la película está a punto de absorber la propia cinta, arrastrando a sus personajes hacia un inframundo de voluptuosidad sensorial. Esta ficción sobre una emancipada adolescente (Muki Sabogal) y el pequeño Junior (Terom) –un apasionado de las teorías sobre el fin del mundo que ansía revolucionar el porno amateur con la ayuda de su nueva amiga– se disuelve entre GIFs animados y desdobladas imágenes pixeladas que advierten la acechante presencia de un ente virtual cada vez más real. Situada entre el género de la paranoia cibernética (al estilo de Kairo de Kiyoshi Kurosawa) y los lisérgicos y sexuales coming of age de Larry Clark o Gregg Araki, Videofilia es ante todo un novedoso retrato generacional que pone en evidencia tres signos de nuestro tiempo: las conductas violentas de ciertos apólogos de los videojuegos, la asimilación de la piratería, y el ilimitado acceso a la pornografía desde el terror de la concupiscencia. Carlota Moseguí

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LA PRINCESA DE FRANCIA. Matías Piñeiro. 70 min. Argentina (2014). Con Julián Larquier Tellarini, Agustina Muñoz, María Villar, Romina Paula.

¿Qué se puede esperar de una película cuya “princesa” del título es en realidad un dramaturgo empeñado en reinar en un mundo dominado por jóvenes actrices de teatro? Si la película la dirige Matías Piñeiro, el mejor director argentino del momento junto a Lisandro Alonso, podemos esperarlo todo y más. En las películas de Piñeiro, los personajes –chicos que ensayan una vida de bohemia– hablan sin parar, seduciéndose y traicionándose mientras juegan a confundir la realidad con las obras teatrales que ensayan sin parar, como en las películas de Jacques Rivette. Se trata de un mundo utópico, en el que el deseo y el arte bastan para (sobre)vivir.

La princesa de Francia está plagada de momentos sublimes. Una colección de elipsis y besos sirven para reflexionar sobre la dualidad efímera y eterna del amor. En otra secuencia, diferentes personajes repiten una misma escena intercambiando sus roles, como en una estructura musical de “tema y variaciones” (cercana a ciertos preceptos del cine de Hong Sang-soo). En una fantástica escena de discoteca, unas chicas rodean a un chico emulando el cuadro “Ninfas y sátiro” de William Adolphe Bouguereau, que aparece previamente en una visita a un museo. Y, por toda la película, Piñeiro va convirtiendo las palabras de sus criaturas –siempre claramente recitadas por unos actores sensacionales– en enigmáticos fetiches, como ocurre con las copias de Trabajos de amor perdidos de Shakespeare que circulan por las manos de los personajes. Resulta muy difícil encontrar en el cine actual películas tan misteriosas y gozosas como las de Piñeiro. Hay que verlo para creerlo. Manu Yáñez

STINKING HEAVEN. Nathan Silver. 70 min. Estados Unidos (2015). Con Deragh Campbell, Henri Douvry, Jason Giampietro, Jason Grisell.

Situado a principios de la década del ‘90, este extraordinario retrato colectivo de una forma de subjetividad específica –que remite a ciertas experiencias comunitarias pretéritas en clave decadente– es un discreto prodigio de economía narrativa sostenido por un montaje perfecto y un elenco formidable. En su quinta película, Nathan Silver invisibiliza el registro mimetizándose con los personajes y elige una textura de video casero que remite materialmente a la época en cuestión. En esta pequeña comunidad terapéutica de exadictos ubicada en New Jersey, hombres y mujeres sobreviven como pueden a su pasado, lo que incluye un psicodrama obligatorio y sui generis en el que los miembros actualizan sus traumas mientras se filman. Tras la celebración de un matrimonio entre dos miembros del colectivo, la inesperada y posterior incorporación de una joven a la casa alterará el frágil equilibrio de la convivencia. Que el propio rodaje haya implicado una convivencia real entre los actores explica la eficacia de las improvisaciones y la magnífica capacidad de Silver para capturar gestos fugaces de sus intérpretes. Además, el director ha sabido conjurar la crueldad y acompañar amorosamente a sus criaturas extraviadas gracias al punto de vista elegido. Roger Alan Koza (blog Con los ojos abiertos)

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SONGS FROM THE NORTH. Soon-Mi Yoo. 72 min. Corea del Sur (2014).

He aquí una película que se acerca a una nación que ha quedado –según ciertas lecturas políticas– “fuera del mapa”: Corea del Norte. Soon-Mi Yoo ha dirigido un documental que, por un lado, explora los materiales de archivo nacionales que permiten observar las peculiares –y parodiadas hasta el hartazgo– costumbres culturales y ritos político/religiosos de ese país que adora a sus gobernantes cual deidades. A esos archivos, Soon-Mi le agrega lo filmado por ella misma en diversos viajes que hizo al país en los últimos años, viajes ligados a su historia familiar ya que su padre –la otra pata narrativa del asunto, contando su propia historia a cámara– estuvo a punto de irse allí en su juventud, viaje que canceló por motivos que se revelarán durante el filme. El filme (que se alzó con el premio a la mejor ópera prima en el pasado Festival de Locarno) logra superar el retrato irónico y casi burlón que suele surgir viendo las imágenes melodramáticas y grandilocuentes de todos los eventos políticos o sociales que habitualmente vemos de ahí a partir de la inmersión personal de la realizadora. El “ridículo” está ahí para quien quiera tomarlo (no es usual que la gente llore de esa manera ante casi cualquier disparador, especialmente las canciones a las que hace referencia el título), pero Soon-Mi prefiere ir a la sustancia de esos llantos, esa nostalgia de un país escindido que perdió buena parte de su propia historia y que la reconstruyó en base a mitos y fantasías, muchas de ellas con nombre y apellido. Diego Lerer (blog Micopsia)

THEEB. Naji Abu Nowar. 100 min. Jordania/Qatar/Emiratos Árabes/Reino Unido (2014). Con Jacir Eid Al-Hwietat, Hussein Salameh Al-Sweilhiyeen, Hassan Mutlag Al-Maraiyeh, Jack Fox.

Una película de aventuras a la antigua, o casi un western en Medio Oriente, es lo que propone este realizador británico de ascendencia jordana. La historia transcurre en la misma época de Lawrence de Arabia y en locaciones similares. Se centra en dos hermanos beduinos que acompañan a un soldado inglés en una travesía y que son atacados/interrumpidos en su ruta por un grupo de ladrones. El filme se centrará en el más pequeño de los hermanos a lo largo de las dos partes en las que se divide el filme: pre y post ataque. La primera será más similar, si se quiere, a la de un western en movimiento, con camellos en lugar de caballos y un grupo que, con sus diferencias, avanza en su misión. La segunda será, claramente, una historia de supervivencia y coming of age de un niño en una época cambiante, en la que las tradiciones milenarias empiezan a desaparecer por la llegada de ciertos avances tecnológicos y cambios culturales. En su formato narrativo es una película que respira clasicismo por todos lados –casi excesivamente occidental para ser una película jordana–, pero hecha por un director que maneja muy bien todos los hilos del relato y que sabe ser sutil para plantear los distintos ejes (personales, sociales, políticos, étnicos, religiosos) a los que se abre su historia. Por lo pronto, es mucho más lograda que Queen of the Desert, la película que Werner Herzog acaba de hacer sobre similar universo y personajes… Diego Lerer (blog Micropsia)