Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Dos cortos presentados en el último Festival de Cannes –Aunque es de noche, de Guillermo García López, en la Sección Oficial, y Contadores, de Irati Gorostidi, en la Semana de la Crítica–, junto al estreno del último film de Ion de Sosa, Mamántula, conforman un programa estimulante y heterodoxo, que además otorga visibilidad a tres maneras muy distintas de afrontar la creación en el formato de corta duración, que el Festival de San Sebastián ha presentado dentro de la sección Zabaltegi-Tabakalera. Aunque se trate de trabajos muy diversos, tanto a nivel formal como temático, en realidad se puede encontrar entre ellos un hilo que los conecta de una manera íntima, y que se evidencia tanto en su retrato de personajes desubicados, como en su tendencia a abordar el desconcierto, en distintos niveles y también desde diferentes postulados.

Desconcierto que padece uno de los protagonistas de Aunque es de noche, Toni, que disfruta de los últimos días en compañía de su amigo Nasser, que se va a trasladar con su familia a vivir a Francia. Ambos son habitantes de La Cañada, donde malviven más de ocho mil personas. “Mira qué guapo es Madrid, pero La Cañada es ciento por ciento”, le dice el protagonista a su íntimo colega del que pronto se va a despedir. Un ‘no lugar’, a pocos kilómetros del centro de la capital, al que los medios de comunicación prestan atención solo cuando se produce algún suceso, y los políticos muchas veces ni eso. Porque este asentamiento lleva ya tres años sin electricidad. Un territorio al que el cine, con este cortometraje, o con La última primavera (2020) y Volando voy (2015), ambas de la holandesa con raíces españolas Isabel Lamberti, parece que sí está dispuesto a visibilizar.

En ese contexto, Guillermo García López, que obtuvo el Goya a la Mejor Película Documental por Frágil equilibrio(2016), plantea un trabajo que basa gran parte de su atractivo en su dispositivo formal, mediante el cual atrapa la urgencia del momento, la vida en un instante preciso de sus protagonistas y la distancia que separa La Cañada de otras vidas. A través de vídeos registrados por móviles, filtros de las redes sociales e imágenes captadas con su propia cámara, y contando con la complicidad de sus dos jóvenes actores no profesionales, el cineasta consigue eludir los lugares comunes y arma una historia sobre la supervivencia dentro de una comunidad que se ha invisibilizado socialmente.

Por su parte, Irati Gorostidi también estuvo presente en Cannes con Contadores. Su corto explora también un determinado sustrato social, pero su propuesta se desarrolla décadas antes, en 1978. Lo protagoniza un grupo de militantes, obreros del metal, que reniegan del convenio que ha firmado el sindicato con la patronal y quiere reivindicar sus derechos. El film se presenta como la crónica de dos momentos, una noche en la que un grupo de trabajadores está redactando un panfleto de protesta, y la mañana siguiente, cuando los obreros se reúnen en asamblea para decidir si firman lo pactado o continúan con su lucha para reivindicar mejores condiciones laborales, y escapar así del control que tratan de ejercer sobre ellos tanto empresarios como sindicalistas.

Aprovechando la textura que ofrece el celuloide, y cómo este encaja con las (pocas) imágenes estáticas de archivo que la cineasta vasca incorpora en su relato, Contadores deviene un ejercicio de corte casi documental, interpretado por actores no profesionales, que utiliza el registro de ficción para levantar testimonio de un hecho histórico que queda fuera del recuerdo. Como medio de recuperación de la memoria de toda una generación, de sus preocupaciones y también de su desconcierto, Contadores conecta con el trabajo planteado por Luis López Carrasco en sus largometrajes. En este caso, Gorostidi (que cuenta con el trabajo de fotografía de Ion de Sosa) busca la visibilidad de los activistas que lucharon durante la Transición y a los que la historia ha negado oficialmente su protagonismo.

Contadores comparte con Mamántula la misma empresa de producción (Apellaniz y de Sosa), pero la segunda se distancia de la primera en su decidido alejamiento respecto a los preceptos del realismo. Ion de Sosa es uno de los cineastas a los que se agrupó dentro de la etiqueta del Otro Cine Español. Director de fotografía, colaborador habitual de Chema García Ibarra o el propio López Carrasco, cuenta con dos largometrajes –True Love (2010) y Sueñan los androides (2014)– que además de ser notables ya perfilaban un estilo muy propio. Su nueva propuesta se presenta como una extensión, un paso más allá, de lo planteado en Sueñan… Porque el autor donostiarra recurre a la ciencia ficción, en la que aterriza de nuevo desde la extrañeza, para narrar una historia de corte fantástico, formulada con total libertad y dejando que el relato fluya entre la provocación, el ingenio y otros recursos inesperados.

Replicar la sinopsis de Mamántula ya revela un espíritu nada ortodoxo. El título hace referencia a un joven de apariencia humana que en su interior esconde una araña gigante, y que se dedica a tener encuentros fugaces con otros hombres para acabar con ellos, absorbiendo su sangre, su semen y su vida. El director cita entre sus referencias para esta película A la caza (1980) o La posesión (1981); a nivel visual y de diseño de producción, la pintura de Francis Bacon y las fotografías de Nan Goldin; y, por supuesto, Under the Skin (2013), por la forma en la que el asesino arácnido, con origen fuera de este planeta, adopta forma humana. Estamos, sin duda, ante una propuesta apasionante a nivel visual, que confirma a De Sosa como un cineasta que siempre busca los márgenes de lo narrativo. Ocurre, eso sí, que tras su visionado deja con ganas de más, de saber cómo hubiera discurrido esta historia si se hubiera prolongado más allá de sus casi cincuenta minutos hasta transformarse en un largometraje.