(La siguiente entrevista es una versión extendida de un artículo publicado en la revista Fotogramas en su número de enero de 2020).

Las facciones afiladas y la intensa mirada de Willem Dafoe –puro Patrimonio (Fílmico) de la Humanidad– han devenido una privilegiada puerta de acceso a los claroscuros de la psique. Nada resulta simple o accesorio en las creaciones del actor norteamericano, nacido en Appleton, Wisconsin, en 1955. Sus personajes, incluso los más aparentemente caricaturescos, albergan casi siempre contradicciones y tormentos, habitando un territorio limítrofe entre el ansia de vivir y la atracción por la muerte: ahí están sus compasivas encarnaciones de Jesucristo en La última tentación de Cristo y de Pier Paolo Pasolini en el biopic dirigido por Abel Ferrara, aunque su condición icónica aparece vinculada a villanos de leyenda como el Bobby Peru de Corazón salvaje o el Duende Verde de Spider-man. En El faro, la nueva película de Robert Eggers (director de La bruja), Dafoe nos transporta, junto a Robert Pattinson, hasta la Nueva Inglaterra de 1630, donde dos fareros deben subsistir durante varias semanas en unas condiciones extremas de aislamiento. Entre el drama psicológico y el terror atmosférico –todo ello aliñado por un humor socarrón–, El faro alberga en sus imágenes en blanco y negro ecos del imaginario marino de Herman Melville, de la fantasía de H.P. Lovecraft y de una tragedia real ocurrida en 1801, en la que dos fareros, ambos llamados Thomas, murieron atrapados en su faro durante una tormenta. La siguiente entrevista fue realizada a las 11h de la mañana del 6 de octubre de 2019 en una pequeña habitación del The May Fair Hotel en el centro de Londres.

Hola, soy Manu Yáñez de la revista Fotogramas.

¿Manny?

No, Manu, aunque puede llamarme Manny. Mi crítico de cine favorito de todos los tiempos es Manny Farber.

Ah, ya veo. Por cierto, nos hemos visto antes, ¿verdad?

Sí, le entrevisté por At Eternity’s Gate en el Festival de Venecia del año pasado. Fue una charla increíble. Debo darle las gracias por ello.

Mmmm, debió ser interesante porque no siempre recuerdo las caras de los entrevistadores. Tómatelo como un cumplido.

¡Gracias! Esta vez nos toca hablar de El faro. La vi en Cannes el pasado mes de mayo y ayer por segunda vez, aquí en el London Film Festival, y debo decir que no consigo sacármela de la cabeza. Tiene algo de espiral hipnótica, como la canción Doodle Let Me Go de A.L. Lloyd que suena en la película. Parece un viaje mental, aunque, al mismo tiempo, la idea de un film plagado de escenas íntimas entre dos actores remite al universo teatral. ¿Diría que su experiencia como actor de teatro le ayudó a enfrentarse a su papel?

Sí, creo que sí, aunque me gustaría pensar que, cuando empleas la palabra “teatral”, no estás sugiriendo que la película, en su exceso, se desmarca de la realidad.

No creo que sea el caso.

Creo que tienes razón acerca de la cuestión “teatral”. Uno no tiene muchas oportunidades de recitar unos diálogos tan literarios, de tanta altura poética, con una estructura tan clara, tan estudiada. Además, el hecho de que la película funcione como un diálogo a dos, entre mi personaje y el de Robert Pattinson, también supuso una gran ayuda. Resulta más fácil actuar interpelando con claridad a otro personaje que hacerlo solo en escena. Puede parecer una pura cuestión formal, pero es una diferencia importante. Otro elemento clave es el interés de Robert Eggers por la Historia, la mitología y el acervo popular, que convierten los diálogos y monólogos de mi personaje en una colección de imágenes tocadas por la fantasía. En este sentido, mi reto como actor era que, más allá de la espectacularidad teatral del film, el espectador pudiese sentir que las escenas forman parte de un mundo posible, incluso cercano. Eso requiere encontrar el ritmo correcto para los diálogos, una cierta musicalidad. La invocación de una serie de imágenes mentales solo puede conseguirse a través del control preciso de la acción, del despliegue físico del actor. Cuando me tocaba vociferar sobre el personaje de Rob (Pattinson), intentaba utilizar las palabras como objetos arrojadizos, buscando generar un efecto concreto en él. El entrenamiento teatral es una ayuda para todo esto. Para poder poner en funcionamiento unos diálogos como los que escribe Robert (Eggers) es necesario ensayar, familiarizarse con el texto, encontrar los puntos de cada frase que es necesario enfatizar, pero al mismo tiempo es necesario que la interpretación resulte espontánea. Eso es lo que se suele buscar en el teatro.

En El faro no hay nada improvisado. La estructura de cada escena es muy férrea. Sin embargo, hay momentos que parecen algo más sueltos, más espontáneos. Ese era el objetivo: conseguir dotar a la película de una cierta soltura, convertir el texto en algo vivo. La gente suele pensar que, para que una escena resulte espontánea, es necesaria un trabajo con la impulsividad, una invención sobre la marcha, pero no siempre esa así. Se puede llegar a conseguir algo incluso más veraz a través de la repetición sistemática y precisa de un texto, y un trabajo escénico férreamente estructurado. El teatro te prepara para eso. Te pasan un texto, una partitura, y debes ir puliendo la interpretación, probando diferentes ritmos y cadencias, como si se tratara de una pieza de jazz.

A veces, los críticos tendemos a pensar el cine en clave dicotómica, con el texto por un lado y el trabajo escénico, la parte física del asunto, por otro. Pero su trabajo en El faro, y en otras de sus películas, pone de manifiesto la dimensión física de la palabra.

Algunas de las frases de mi personaje de El faro eran tan largas que poder recitarlas manteniendo la intensidad necesaria se convertía en un desafío físico. Debía inspirar la cantidad de aire suficiente para después poder arrojar la frase con suficiente rabia y emoción. En esos casos, no piensas tanto en las emociones contenidas en la frase, sino en el esfuerzo físico que supone transmitir esas palabras de manera efectiva. ¡El diafragma me llegaba a doler durante el recitado de esos monólogos! Además, quería recitar mis frases sin pestañear para no perder contacto visual con Rob.

Para que un trabajo actoral como este funcione supongo que es necesaria una cierta confianza entre los actores. En la película se percibe esa confianza “profesional” entre usted y Robert Pattinson, pero, al mismo tiempo, se detectan fuertes diferencias. Y no me refiero solo a las diferencias más obvias entre los personajes: el de usted es más sólido, rocoso, mientras que el de Pattinson es más fluido. Pero hay algo más que los diferencia, quizá usted transmite una mayor confianza en su propia labor. No estoy seguro. ¿Me puede ayudar con esto?

Es verdad que los personajes son muy diferentes y la función de cada uno de ellos en la película también es diferente. El espectador sigue la historia desde el punto de vista del personaje de Rob (Pattinson). En varias escenas, la cámara le acompaña mientras él va haciendo tareas muy simples, mientras que el espectador nunca está a solas con mi personaje. Rob encarna al clásico protagonista que va reprimiendo ciertas emociones hasta que mi personaje le empuja hasta el límite. Lo curioso del caso es que Rob y yo empleamos estrategias actorales muy dispares. Él no quería hacer nada hasta el momento del rodaje. No quería ensayar porque sentía que, preparando demasiado las escenas, podía perder el impulso, una cierta energía y espontaneidad. Yo no recomendaría trabajar de esa manera, pero a él le funciona: le gusta enfrentarse a cada situación como algo novedoso y aprovechar las cosas que va descubriendo sobre la marcha. Esto le funcionó particularmente bien en El faro porque su personaje es reactivo, le van sucediendo cosas que no controla y va respondiendo como puede. Mi rol en la película es más activo, más verbal, pero también muy misterioso. Para mí, una de las cosas más interesantes de mi personaje es que puedes llegar a preguntarte si es real o no. ¿Es un personaje real o pura imaginación? ¿Es un mentiroso, un fanfarrón, un charlatán? Algunas cosas están claras: mi personaje, el viejo, quiere que el joven adopte su sistema de creencias, sus valores, pero también quiere mantenerlo a cierta distancia porque no quiere compartir sus secretos. Me encantan las diferentes caras que vamos descubriendo de la relación entre el viejo y el joven: a ratos parecen un maestro y su aprendiz, pero también actúan como padre e hijo, jefe y empleado, incluso como una pareja de hombre y mujer. Y, en cuanto a la luz del faro, el viejo quiere que el joven aprecie el valor de esa luz, pero no está dispuesto a compartirla.

Me parece fascinante lo que cuenta acerca de las diferentes estrategias actorales. Creo que eso tiene un efecto muy palpable en la película.

A mí me parece perfecto que cada actor encuentre su propia forma de trabajar. En cuanto a nuestro trabajo en El faro, tuvimos que aprender a entendernos mutuamente. En ciertos momentos, yo tuve que ser paciente con Rob (Pattinson), y estoy seguro de que él también tuvo que hacer un esfuerzo para ajustarse a mi manera de trabajar. Creo que la tensión que se generó entre nuestros enfoques actorales se reflejó de algún modo en la evidente tensión que existe entre nuestros personajes. No sé si fue de un modo consciente, pero fuimos alimentando esa tensión durante el rodaje. Supongo que por eso decidimos no conversar demasiado durante la filmación. Rob es una persona muy agradable, y admiro su ética profesional, pero debo decir que apenas le conocí en el rodaje. Le he llegado a conocer mejor ahora, durante el proceso de presentación y promoción de la película. Y no fue algo que nos impusiera el director (Eggers), sino que esa distancia entre ambos surgió de un modo natural. Además, en los escenarios en los que filmamos El faro hacía mucho frío, nos mojábamos, teníamos que irnos cambiando de ropa, calentarnos. Era todo muy intenso y no había mucho lugar para una interacción social normalizada… (Largo silencio) Además, cada actor tiene sus propias necesidades…

¿A qué necesidades se refiere?

Me refiero sobre todo a las expectativas que los actores generamos en torno a nuestro propio trabajo. Rob se pone mucha presión encima. Tiene grandes expectativas.

¿Pero se refiere a expectativas relacionadas con el proceso actoral o con el resultado de ese proceso, con el reconocimiento?

(Dafoe sonríe y levanta las cejas, en un gesto cargado de ironía. No pronuncia palabra).

Ya veo.

Yo paso de todo eso (risas). Y puedo hacerlo porque ya soy mayor. En El faro, tanto Rob como yo nos lanzamos al precipicio, pero él imagina el lugar en el que va a aterrizar, mientras que yo paso, eso no me preocupa (el entrevistador ríe; Dafoe parece algo sorprendido por esa reacción). Bueno, sí que me preocupa un poco, pero en realidad sé que voy a estar bien (risas compartidas).

Sé que le gusta mucho más hablar del proceso actoral que de conceptos abstractos, de “temas”, pero aun así no puedo evitar preguntarle por su interpretación del concepto de “la luz” que aparece en El faro.

Sí, claro, es algo bonito. Es como un acertijo.

La luz suele asociarse a la vida…

La vida, la energía, la sabiduría, la iluminación…

¡Exacto! También está el concepto de civilización.

La luz en El faro aparece en medio de la oscuridad. La luz protege a los personajes como si fuese una madre.

Pero, al mismo tiempo, en la película, la luz despierta en los personajes sentimientos posesivos, una cierta avaricia. Su personaje quiere la luz para él solo.

Sí, es como su amante, la quiere en exclusiva.

También me parece interesante el hecho de que la película nos lleva muy lejos en el tiempo y el espacio, por lo remoto del islote en el que transcurre la acción; sin embargo, la universalidad de ciertos temas creo que permite poner en contacto la película con el tiempo presente. Pienso, por ejemplo, en el estudio de la masculinidad. A lo largo de la película los personajes…

Degeneran…

Sí, están sumidos en una especie de neurosis. Tienen un cierto miedo a mostrar su sexualidad, se refieren al “miedo a Dios”, los tabúes están muy presentes. No sé si estoy siendo suficientemente claro.

No, tranquilo, aprecio tus reflexiones. Hay gente que ve la película únicamente como una historia de terror. Yo diría que hay mucho más que eso. En el film, hay un monólogo muy bello en el que mi personaje habla de una mujer. Puede ser verdad o mentira, pero es bellísimo escucharle hablar de su deseo de seguir navegando y de la imposibilidad de hacerlo por culpa de su pierna. O también está el discurso del personaje de Rob acerca de su trabajo en los bosques. Los personajes están llenos de matices.

Son personajes con fuertes claroscuros. Arrastran algo atávico. Podría ser interesante preguntarse si estos personajes, con su concepción de la masculinidad marcada por la rudeza y la violencia, tendrían problemas para operar en el mundo actual, en el que estamos viendo ciertos cambios, por fortuna.

Mi impresión es que ese modelo de masculinidad sigue ahí. Y debo decir que, a la hora de interpretar a mi personaje en El faro, no tuve que inventar nada. Me limité a despertar ciertos impulsos que forman parte de mis experiencias y mi genética. A medida que me hago mayor, siento que cada vez me parezco más a mi padre (risas).

A mí me está pasando lo mismo, especialmente desde que tuve hijos. Llega a ser escalofriante lo mucho que nos acabamos pareciendo a nuestros padres.

Sí, totalmente. No es algo contra lo que haya luchado en mi vida, pero lo de ser cada vez más parecido a mi padre… ¡me ha pillado por sorpresa! (risas). Es lo que te decía: el personaje del viejo farero está en nuestro ADN y en nuestra imaginación. Para un actor, eso es una ventaja, porque no debes inventar nada sino que has de mostrarte lo suficientemente receptivo como para dejar que esa parte de ti salga al exterior en las escenas. Siempre he creído que los actores creamos los personajes a través de acciones. Cuando te entregas a “la acción” es cuando empiezan a revelarse cosas. Los actores entramos en los personajes llevando una armadura y es a través de las acciones, del proceso físico de creación del personaje, que diferentes partes de esa armadura van cayendo. Y, al final, te descubres desnudo y puedes ver realmente al personaje. Esa es la manera que tengo de entender el proceso de creación dramática.

Es una manera muy gráfica de explicarlo. Como solo nos queda tiempo para una última pregunta, voy a ser egoísta y preguntarle por un detalle que me fascina. Una de mis escenas favoritas de El faro es aquella juerga nocturna en la que los dos personajes atraviesan una amplia gama de interacciones, del amor al odio, del combate al abrazo, del baile a la agresión. Gracias al montaje entrecortado, la escena funciona como una especie de clímax prolongadísimo, una montaña rusa emocional. Me pregunto cómo lo hacían para llegar una y otra vez a ese punto de intensidad emocional. ¿Había una preparación, un calentamiento, o iban directo al grano a por cada emoción?

La verdad es que no es tan complicado. Haces lo que tienes que hacer y las acciones, los gestos, las palabras, te van llevando por el camino indicado. Lo importante es que, en cada uno de esos momentos, no estoy pensando “ahora debo representar un enfrentamiento”, o “ahora me toca encarnar una especie de historia de amor”. No es así. Es el compromiso con la acción lo que te propulsa. Confío en eso más que en cualquier otra cosa. Todo se juega en el movimiento, en agarrar algo o en empujar alguna cosa. Las emociones solo llegan si estás verdaderamente concentrado en la acción. Empezar por la emoción no tiene ningún sentido, porque implica presuponer lo que uno va a sentir, cuando la realidad es que lo que sentimos está marcado por lo que hacemos. El trabajo del actor consiste en entregarse al movimiento, a la acción, sin preconcepciones, sin cohibiciones, sin un plan establecido, de forma pura. Es un proceso de entrega, de rendición ante el misterio de la naturaleza humana. (Dafoe alarga los brazos y extiende todo su torso sobre la mesa, como si se tratara de una plegaria, de un ritual) ¡Aquí estoy, me entrego a ti, revélate ante mi! (risas) Estoy payaseando un poco, pero así debe funcionar la mente del actor.

Imagino lo difícil que debe ser entregarse de esa manera si estás pendiente de la imagen que vas a proyectar al mundo.

Te has de entregar. Y, para ello, la caracterización del personaje también ayuda. Cuando te ponen una dentadura carcomida, ¡y llevas la barba…! (En mitad de la frase, Dafoe se mete en la piel de su personaje de El faro: grita, arruga el semblante, tensa las facciones, se gira hacia el entrevistador con una mirada amenazante, busca una silla al otro lado y empieza a sacudirla violentamente). ¡Aaaaaarrggg! (Entonces chasquea los dedos y, en una milésima de segundo, vuelve a ser el hombre amable y cordial de antes). La transformación puede darse muy rápido (sonríe satisfecho). Llevo cuarenta años trabajando para que estas transformaciones parezcan reales, vívidas, ¿no?

(El entrevistador intenta recuperar el aliento tras presenciar la salvaje muestra de sabiduría y generosidad de Dafoe). Qué puedo decir. Solamente gracias.

Ok, ¡ha estado bien verte de nuevo!

Vaya si ha estado bien. Muchas gracias por las respuestas. Ojalá podamos reencontrarnos pronto.