España tiene (al menos) un trauma abierto. Un gran silencio, un agujero negro sobre el que nadie, o casi nadie, habla, una época de nuestra historia reciente que parece no haber existido, sobre el que hemos corrido colectivamente una cortina de silencio, olvido e ignominia. Es nuestro pasado (y presente) colonial. Reciente, y colonial. Ha tenido que ser el cine, cierto cine, el que se enfrente y nos enfrente a esa España colonizadora en África, a ese país que huyó del Sáhara mientras Franco agonizaba, abandonando a su suerte a todo un pueblo que considerábamos parte del país; que nos enfrente a esa España que mantiene dos enclaves coloniales en territorio extranjero como Ceuta y Melilla, y que sin embargo prefiere ignorar sus deudas, las heridas abiertas, las invasiones, las misiones militares, los muertos, y, por qué no, los amores.

El primer largometraje de Pilar Monsell se enfrenta en forma de diario familiar, de conversación entre padre e hija, a ese espacio roto de nuestra historia a través de la singular vida del padre de la realizadora, quien rememora sus estancias en África, primero como soldado en el servicio militar franquista, y luego como visitante ocasional, como turista en busca de algo más que paisajes. La biografía, que el padre no busca ocultar, que él mismo ha escrito en unos diarios que lee para la cámara, revela la vida de un hombre que nunca escondió su homosexualidad, que tuvo una familia acorde a las normas de la época, pero mantuvo vivas sus pulsiones y deseos a base de viajes a esa colonia, o ex-colonia, convertida para él en un espacio de libertad y reconocimiento de su alteridad negada. Y así la película se enfrenta a dos tabúes, a dos realidades negadas de nuestra historia, una sobre la otra, y África como patio trasero en el que la colonia desahoga aquello que no acepta en público.

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La película se enmarca de lleno en esa corriente del trabajo con la memoria llamada “postmemoria”. Definido en primer lugar por la profesora estadounidense Marianne Hirsch, “postmemoria” se refiere a la manera en la que aquellos que no vivieron en primera persona unos determinados hechos históricos (pero que viven marcados de alguna forma por ese pasado) se enfrentan a ellos a través de los retazos, los relatos, las historias y las imágenes que guardan esa memoria. En palabras de su “autora”, que utilizó por primera vez el término para referirse al cómic Maus de Art Spiegelman a comienzos de la década de los años 90 del pasado siglo, “Postmemoria describe la relación de las segundas generaciones con experiencias poderosas, a menudo traumáticas, previas a su nacimiento, pero que sin embargo se les han transmitido de forma tan fuerte como para acabar constituyendo recuerdos por derecho propio”. Y así es: a través de fotografías familiares, memorias compartidas, imágenes caseras, y los diarios que el propio padre lee para la película y en los que recoge sus vivencias en África, Monsell se enfrenta al mismo tiempo a un hecho traumático y colectivo y a un hecho personal, íntimo, que sirve de catalizador de la parte política y colectiva. Al contrario que tantas otras películas familiares, lo que se pone en escena no es una reconciliación, no es una reescritura, no es una confrontación con un pasado familiar traumático. No se trata de exorcizar los fantasmas familiares y reconstruir una identidad, sino que es la familia el pie para retratar un espacio, una época, para arrojar luz sobre ese doble agujero negro: el de nuestro pasado colonial y el de nuestro pasado homófobo, de tal manera que se convierten en presente colonial y presente homófobo, al tiempo que reescribe la honrosa legión española en África, abriendo la puerta a una lectura en la que las explotaciones económica, politica y colonial se unen a la explotación sexual.

El acierto de la película es una cuestión de distancia, de puesta en escena, de cómo y desde donde filmar y contar lo colectivo a través de lo personal. Sin juzgar, a través de un dialogo entre lo íntimo y lo colectivo, lo emocional y lo político, lo sexual y lo familiar. Como escribió Elena Oroz al respecto de la película: “La distancia es aquí una cuestión fundamental, y el plano cenital con el que la autora se aproxima al dormitorio de su padre (apenas vemos sus pies y el borde de la cama) da cuenta una aproximación a la intimidad que bascula entre la fragilidad y el respeto”.